domingo, 12 de diciembre de 2021

Efemérides literarias

«Yo estaba allí aquel mediodía de verano. Desde alguna cubierta de barco, tal vez, unos nórdicos ojos azules me verían como minúscula pincelada de una estampa extranjera… Yo, una muchacha española, de cabellos oscuros, parada un momento en un muelle del puerto de Barcelona. Dentro de unos instantes la vida seguiría y me haría desplazar hasta algún otro punto. Me encontraría con mi cuerpo enmarcado en otra decoración…». Pequeña, insignificante, vista por sí misma pero desde una perspectiva ajena, atrapada en un marco espacial que la incorpora y libera… Así se ve Andrea, la protagonista de Nada, en aquel ficticio verano de 1940, y así lo escribió Carmen Laforet, unos años después, ya en Madrid, poco antes de que su novela fuese publicada y premiada (en la primera convocatoria del premio Nadal, del año 1944). Carmen Laforet nació hace exactamente un siglo, en 1921, justo el mismo año en que fallecía la gran escritora realista (naturalista) Emilia Pardo Bazán, conocida sobre todo por su novela Los pazos de Ulloa. Curiosamente, ambas autoras coincidieron en utilizar casi el mismo título para una de sus obras: Insolación, de Emilia Pardo Bazán (1889), y La insolación, de Carmen Laforet (1963). La escritora gallega publicó infinidad de cuentos, y como muestra podéis leer aquí un fragmento de uno de ellos (ambientado en Galicia, como buena parte de su producción narrativa). A modo de curiosidad, mencionemos también que en 2021 se ha conmemorado en India el centenario de la muerte de Subramania Bharati, poeta en lengua tamil que rompió mitos y abrió nuevos caminos creativos para la literatura en esa lengua del sudeste de la India.

En 2021 hemos conmemorado también efemérides literarias mucho más añejas, como la de los ochocientos años del nacimiento del rey Alfonso X el Sabio (23 de noviembre de 1221), un monarca que escribió su obra literaria (poética) en gallegoportugués. Especialmente conocidas son sus “Cantigas de Santa María” (427 composiciones que han llegado a nosotros a través de lujosos códices, con transcripción musical y miniaturas sobre el contenido narrativo de las cantigas). También usó, por supuesto, el castellano, pero en este caso para la redacción de grandes tratados jurídicos, históricos y científicos, además de traducciones y adaptaciones. Reproducimos aquí una famosa cantiga de Santa María (la número 10).

Menos conocido para la mayoría de nosotros es Salomón Ibn Gabirol (también conocido como Avicebrón), y sin embargo fue una de las figuras más destacadas del medievo hispano (andalusí). Filósofo y poeta, nació en Málaga hacia 1021 (¡se cumple nada menos que un milenio!), de una familia de origen cordobés. Pasó su niñez y adolescencia en Zaragoza, y posteriormente marchó a Granada. Tras su regreso a Zaragoza, pudo finalmente morir tal vez en Valencia, aunque no hay datos seguros. Escribió su poesía en hebreo (alcanzando cotas líricas muy elevadas), y también escribió en árabe (sobre todo sus tratados filosóficos). Cultivó un amplio abanico de subgéneros, desde la poesía de contenido litúrgico y místico hasta la poesía homoerótica y báquica (sobre el vino y sus efectos). Un ejemplo de esta última es el poema que reproducimos aquí, traducido al castellano.

Os avanzamos ya que, en 2022, el año que entra, se cumplirán cuatro siglos del asesinato en Madrid del poeta Juan de Tassis (conde de Villamediana). Pero de eso hablaremos en el nuevo año, que esperamos sea feliz y próspero para cada uno de nuestros lectores. ¡Feliz Navidad!

                                                                                                                    Óscar Sobral

 

LLÉVAME A LOS VIÑEDOS

Amado mío, llévame a los viñedos
y dame de beber para que me llene de alegría.
Las copas de tu amor se adherirán a mí,
pues quizás ellas harán escapar las penas.
Si tú bebes por mi amor ocho,
yo beberé por el tuyo ochenta.
Si yo muero ante ti, amado mío,
cava mi tumba entre las raíces de los viñedos.
Haz mi lavatorio con el zumo de las uvas
y embalsámame con agraces y perfumes.
No llores ni te lamentes por mi muerte,
toca la cítara, flautas y arpas,
y no pongas sobre mi tumba polvo,
sino odres nuevos con vinos añejos.

                        (Salomón Ibn Gabirol)

 

CANTIGA X

Esta é de loor de Santa María, com' é fremosa e bõa e há gran poder
("Esta es en alabanza de Santa María, hermosa, bondadosa y con gran poder")

 

Rosa das rosas e Fror das frores,
Dona das donas, Sennor das sennores.              
                 
Rosa de beldad' e de parecer
e Fror d' alegría e de prazer,
Dona en mui piadosa seer,
Sennor en toller coitas e doores.
 
Rosa das rosas e Fror das frores,
Dona das donas, Sennor das sennores.                                               
 
Atal Sennor dev' home muit' amar,
que de todo mal o pode guardar;           
e pode-ll' os pecados perdoar,
que faz no mundo per maos sabores.
 
Rosa das rosas e Fror das frores,
Dona das donas, Sennor das sennores.              
                 
Devemola muit' amar e servir,
ca punna de nos guardar de falir;
des i dos erros nos faz repentir,
que nós fazemos come pecadores.
 
Rosa das rosas e Fror das frores,
Dona das donas, Sennor das sennores.              
 
Esta dona que tenno por Sennor
e de que quero seer trovador,
se eu per ren poss' haver seu amor,     
dou ao demo os outros amores.             

    (Alfonso X el Sabio, Cantigas de Santa María)

 


En la chabola menos ruinosa se había refugiado un ser humano. Era una mujer enferma y alejada de todos. Eso sí, para el sustento no le faltaba nunca. Las gentes de los pueblos de la ribera, pescadores, labradores, tratantes, sardineras, al cruzar ante el islote en las embarcaciones, ofrecían el don a la Deixada, que así la llamaban, perdido totalmente el nombre de pila. Nadie hubiese podido decir tampoco de qué banda era la Deixada; nadie conocía ni los elementos de su historia. ¿Casada? ¿Viuda? ¿Madre? ¡Bah! Un despojo. Y los marineros, saltando al rudimento de muelle que daba acceso al islote, depositaban sobre las desgastadas piedras la dádiva: repollos, mendrugos de borona, berberechos, que cierran en sus valvas el sabor del mar, frescos peces, cortezas de tocino. Nunca salía la Deixada a recoger el «bien de caridad» hasta que la lancha o el bote se perdían de vista. Permanecía escondida mientras hubiese ojos que la pudiesen mirar, como un bicho consciente de que repugna, como un criminal cargado con su mal hecho.

En el balneario de lujo emplazado en la isla próxima se temía vagamente, sin embargo, la aparición de la Deixada. ¿Quién sabe si un día cualquiera se le ocurría salir de su escondrijo y presentarse allí, trágica en fuerza de fealdad y de horror, descubriendo el secreto, bien guardado, de la miseria humana? Con ello vendría el convencimiento de que es la especie, no un solo individuo, quien se halla sometida a estas catástrofes del organismo; que somos hermanos ante el sufrimiento..., y que es acaso lo único en que lo somos.

Y sería horrible que se presentase esta mujer predicando el evangelio del dolor y de la corrupción en vida. Verdad es que parecía improbable el caso: no la admitirían en ninguna embarcación, y a nado no había de pasar... Para que no necesitase salir de su soledad a implorar socorro, del balneario empezaron a enviarle cosas buenas, sobras de comida suculenta, manteles viejos y sábanas para hacer vendas y trapería. Le mandaron hasta aceite y dinero, que no necesitaba.

Hallábase a la sazón de temporada en el balneario un religioso, joven aún, atacado de linfatismo. Modesto y retraído, no se le veía ni en el salón, ni donde se reuniesen para solazarse y entretener sus ocios los demás bañistas. En cambio, hacía continuas excursiones, y cuando no andaba embarcado, estaba recostado bajo los pinos, bebiendo aire saturado de resina. Una tarde, yendo a bordo de la lancha que traía el correo, vio, al cruzar ante el islote, cómo el marinero colocaba sobre los pedruscos resbaladizos la limosna.

-¿Para quién es eso? -interrogó curiosamente.

-Para la Deixada -contestó, con la indiferencia de la costumbre, el marinero.

-¿Y quién es la Deixada?

-Una mujer que vive ahí soliña. Nadie se le puede arrimar. Tiene una enfermedá muy malísima, que con sólo el mirare se pega. ¡Coitada! Pero no piense; la boena vida se da. Yo le traigo de la cocina del hotel cosas ricas. Aun hoy, cachos de jamón y dulces. No traballa, no jala del remo, como hacemos los más. ¡La boena vida, corcho!

El religioso no objetó nada. Sin duda, para el marinero las cosas eran así, y se explicaba, por mil razones, que lo fuesen. Hasta era dueña la Deixada de un pintoresco islote. Podía pasearse por sus dominios horas enteras, cuando el rocío de la mañana endiamanta el brezo y sus globitos de papel rosa, cuando la tarde hace dulce la sombra de los arbustos, donde se envedijan las barbas rojas de las plantas parásitas.

Nadie le robaría el bien de la soledad; nadie turbaría su pacífico goce, ni se acercaría a ella para sorprender el espanto de su figura, en medio de la magia de una Naturaleza libre y serena, entre el encanto de los atardeceres que tiñen de vívido rubí las aguas de la ría.

Pensaba el religioso cuán grato fuera para él vivir de tal modo, lejos de los hombres, leyendo y meditando. ¿Quién se arriesgaría a visitar a la Deixada? Una idea le asaltó. La Deixada era, seguramente, una leprosa...

Aquella enfermedad que se pega «sólo con el mirare»; aquel esconderse del mundo, como si el mostrarse fuese un delito... ¿Qué otra cosa? Y el andrajo humano, no obstante, tenía un alma. Sabe Dios desde cuánto aquella alma no había gustado el pan. El cuerpo enfermo se sustentaba con cosas sabrosas, regojos de banquetes opíparos; el alma debía de tener hambre, sed, desconsuelo, secura de muerte. La verdadera deixada era el alma... Y el religioso se decidió después de breve lucha con sus sentidos:

-Desembárcame en el islote.

                                                                         Emilia Pardo Bazán (fragmento del cuento «La Deixada»)

miércoles, 1 de diciembre de 2021

El lavadero de Hortaleza

El lavadero en los años setenta

Mercedes Gozálvez
En la calle Mar de Kara detrás de una fachada de ladrillo, se esconde un lavadero popular inaugurado en 1931 en el entonces pueblo de Hortaleza.

Noventa años después es el único de estos lugares históricos que ha sobrevivido en la capital. Estuvo en funcionamiento hasta los años 70.

El interior es alargado y estrecho. Está formado por tres pilas que permanecen intactas: la pila del fondo, la más pequeña, era para lavar la ropa de los infecciosos; la siguiente, la más grande, para enjabonar y lavar el resto de la ropa, y la última para aclararla. Esta última pila está situada al lado de la puerta, para después tender la ropa en el prado que había enfrente, hoy ocupado por edificios.

Muschos documentos atestiguan que en Hortaleza como en Canillas desde el siglo XVII, de que muchas mujeres, sobre todo viudas, se dedicaron a lavar la ropa de “gente adinerada” de la capital.

Hortaleza contaba con dos lavaderos que existieron hasta el siglo XIX, que al encontrarse lejos del pueblo, eran poco cómodos para su uso, y empezó a pensarse en construir uno más cerca. Se tardó 50 años hasta que se logró construir, y en parte fue financiado por las aportaciones de gentes del pueblo que podían hacer donativos.

Contó con mejoras hasta entonces nada comunes, como una letrina, una techumbre para protegerse de la lluvia y el sol, y agua directamente traída de Canal de Isabel II.

En la postguerra las mujeres iban a lavar la ropa por turnos semanales y el lavadero se convirtió en punto de encuentro para ellas y sus hijos más pequeños. Se juntaban para charlar e incluso llevaban la comida para pasar el día mientras se secaba la ropa.

Hoy en día forma parte, junto a la Iglesia de San Matías, la Catedral Ortodoxa, el Palacio de Villa Rosa y el Cementerio de Canillas, de un museo al aire libre dentro del programa Madrid Otra Mirada.

Ruta desde el CEPA PABLO GUZMÁN