lunes, 5 de junio de 2017

El Peregrino

E.V.Calleja

(Cualquier viso autobiográfico que pudieras percibir en este escrito, querido lector, es puro producto de tu imaginación y nada más que eso).



Juan es el hombre del que os hablaré. Recién jubilado. Profesor toda la vida. Metido en el ajetreo de las clases, la corrección de ejercicios, la pelea latente con los alumnos. Y de pronto cumplió 60 años y le dijeron que a jubilarse. Qué alegría! Así pasó los primeros meses sin añorar nada, descansando. Pero luego comenzó a sentir una especie de vacío algo así como existencial, ya sabéis. Algo no funcionaba en su interior. La vida se le estaba convirtiendo en un tedio insoportable. Los hijos eran mayores y hacía años que no vivían en el hogar. La mujer se iba con la amigas a clases de lo que fuera, o a tomar café y se pasaba el día entero fuera de casa. Juan pensaba que, quizás, lo que deseaba sobre todo su mujer era estar lejos de él, que su matrimonio era ya pura apariencia, pura rutina. Se sentía abatido. El no era un hombre demasiado sociable. De bares, nada. Prefería quedarse en su casa. Apenas iba a las reuniones de antiguos profesores que siempre hablaban de lo mismo y le aburrían. De leer ya estaba también algo cansado. Sus ojos ya no pasaban por las líneas con la suficiente rapidez, y se le iba la idea para otro lado y tenía que volver a leer lo leído. Demasiado pesado, demasiado deprimente.

Un día oyó hablar del Camino de Santiago. Que era una experiencia única, le dijeron. La idea le entusiasmó. ¿Por qué no intentarlo? Era el momento perfecto. Tendría todo el tiempo del mundo para pensar, y quizás en la soledad del camino encontraría respuesta a alguna de las preguntas que le martilleaban el cerebro desde hacía tiempo. ¿Cuál era el sentido de la vida?, ¿cuál era el sentido de su vida? ¿Cómo debería afrontar los años que le quedaban por vivir, para vivirlos intensamente, para penetrar en el sentido del vivir? ¿Quizás el vivir mismo es un misterio sin explicación razonable? Necesitaba urgentemente respuestas a preguntas esenciales. La casa le estorbaba, la ciudad le aturdía, y hasta su mujer y sus hijos serpenteaban entre sus pensamientos cortándole el paso a la paz y soledad que precisaba su mente y su corazón es ese momento.

Buscó un mapa del Camino de Santiago por la ruta Francesa, la tradicional. Eran 32 etapas. Un poco largas, pero después de un programa de preparación intensiva su cuerpo todavía relativamente bien conservado, lo soportaría.

En cuanto al coste de la aventura, estaba en condiciones de afrontarlo. Incluyendo alojamiento y manutención había visto que se podía hacer por menos de 30€ diarios, eso sí, acostándose en literas que suministran los múltiples albergues que hay a lo largo de todo el Camino. Con que, decidido. Ya tengo el itinerario que más me gusta. Comenzaré en la frontera de Francia con España, en Roncesvalles y desde allí jornada a jornada hasta Santiago de Compostela. Esta será mi ruta

Después de terminar la cena, pensó Juan que sería el momento más oportuno para comunicarle la decisión firme que había tomado a su mujer, Rosa.

-Me voy a hacer el Camino de Santiago?

-¿Qué? -Saltó Rosa con el último bocado atragantándosele en la garganta-.

-¿Pero a dónde vas a ir criatura? ¿Sabes lo que significa caminar kilómetros y kilómetros, si tú eres un sedentario ratón de biblioteca?

-Rosa –dijo Juan- yo me las arreglaré. No te preocupes por mí.

-¿Y desde cuando se toman las decisiones así en esta casa, sin comunicármelo a mí que soy tu mujer, o es que te has olvidado que soy tu mujer?

En esa casa se había hecho siempre lo que Rosa decía. Juan, no es que no tuviera voluntad, es que las cosas rutinarias le resbalaban bastante. Que había que comprar, se compraba; que había que barrer, se barría; que había que ir al cine, se iba; que había que hacer un viaje, se viajaba; que no había dolor de cabeza, se aprovechaba. Todo lo que ella decidía se hacía. Pero esto era otra cosa. Su mujer continuó:

-¿Acaso hay algo más? ¿Ha sucedido algo estos días que yo no sepa? ¿A qué viene esto ahora?

-No hay nada raro, -dijo Juan-. No te pongas a hacer elucubraciones sin fundamento. No hay nada, ni nadie. No te preocupes.

Y ¿cómo le digo a mis amigas que no cuenten conmigo durante un mes entero? Y ¿qué va a ser pasar con mis clases y mis actividades? Y ¿qué ropa y qué calzado me tengo que comprar?

-Cariño –le dijo Juan-, no tendrás que dejar a tus amigas, ni tus clases, ni te tendrás que comprar ningún calzado especial, ni ropa. Voy a ir solo.

-Solo!!

Rosa se levantó de la silla y se puso a dar vueltas por la cocina como loca. Se frotaba las manos, se las secaba en el delantal y seguía repitiendo:

-Solo, y va y me dice que se va solo.

-Pues sí, cariño. Me voy solo. Yo y mis pensamientos. Necesito este tiempo para mí. Déjame espacio para ver qué encuentro de los restos de mí mismo. Déjame que busque a ver si me queda algo a lo que aferrarme en los años que me queden de vida. Lo necesito.

Rosa se volvió a sentar y no supo que decir. Unas lágrimas intentaban salir de sus ojos mientras escrutaba incrédula la cara de su marido.

-Cariño –le dijo Juan- volveré queriéndote más y contándote todo lo que me ocurra durante esta peregrinación que voy a iniciar al centro de mi mismo.

Continuara…


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