martes, 4 de abril de 2017

El prodigio de la vida

Atravesando aquel bosque frondoso entrecruzado de árboles centenarios, había un viejo álamo que daba cobijo a multitud de animalillos. En lo alto de una de sus ramas vivían, pegados a una hoja, tres minúsculos huevecillos. Parecían tres manchas diminutas que pasaban inadvertidas para todos.

Un día el viejo álamo les habló y les dijo con una voz profunda:

­_ Pequeños huevecillos id despertando, ya es la hora de que veáis la luz de la vida.

Los huevecillos al oírle, empezaron a removerse dentro de sus cascarones y a patalear.



_ Que estrecho se está aquí dentro, protesto el primero.

_ Yo tengo hambre, dijo el segundo.

­_ No os conozco dijo el tercero, con una voz suave.

Entonces el primer huevecillo se presentó.

_ Hola, yo soy Gustavo.

_ Yo soy Boniato, dijo el segundo.

_ ¿Boniato…? Y que nombre es ese, dijo Gustavo. Y comenzó a reírse.

_ Me gusta y punto, dijo Boniato muy serio.

_Y, tú ¿quién eres? preguntaron al unísono Gustavo y Boniato.

_ Yo soy Mari Pili, y soy una chica.

Una vez hechas las presentaciones, los tres huevecillos respiraron un ratito, tomaron fuerzas y decidieron que deberían empujar con sus patitas a ver si así conseguían salir de allí. Así es que comenzaron a empujar y a empujar dentro de sus cascarones.

_ Yo ya he hecho un boquete en mi cascara, dijo Boniato, que era el más fuerte.

Gustavo seguía intentándolo, y se removía y se removía dentro de su huevo.

Mari Pili ya estaba un poco cansada y prefirió parar.

_ Chicos, creo que voy a necesitar que me echéis una mano, dijo Mari Pili.

De repente Boniato dijo:

_ ¡Fantástico! veo algo, es la luz, que maravilla, ahora podré salir de aquí por fin, por fin.

Gustavo seguía empujando hasta que con gran esfuerzo pudo romper su cascara.

_ Ahora te ayudaremos Mari Pili, no te preocupes, dijeron los dos recién nacidos.

Y así fue, Mari Pili pudo salir de su cascaron gracias a sus dos compañeros.

Esto es precioso, dijo Gustavo, deberíamos buscar comida, dijo Boniato.

Los tres se quedaron por un momento mirándose y se preguntaron

_ ¿y nosotros que somos?

El señor Álamo les escucho y les hablo de nuevo.

_ Vosotros pequeñines sois gusanos, y aunque ahora penséis que sois insignificantes y feos, llegara un día en que todos os admiraran. Y con estas palabras dio por concluida su afirmación.

_ Que ha dicho que somos, dijo Boniato

_ Ha dicho que somos gusanos, dijo Mari Pili, eso no me suena nada bien.

_ Tonterías, dijo Gustavo, vamos tenemos que comer algo, mirar aquellas hojas, parecen suculentas.

Y hacía las hojas se fueron los tres. Pasaron un buen rato degustando aquel manjar.

Una vez satisfechos los tres fueron en busca de amigos, alguien tendría que vivir en aquel viejo árbol, era inmenso.

Lentamente subieron un poco más arriba y allí ante sus ojos divisaron algo, algo muy extraño que no sabían que era.

_ Buenos días, somos Gustavo, Boniato y Mari Pili. Somos nuevos aquí y queríamos saludarla. _ ¿Sería tan amable de decirnos quien es usted?


La señora araña que no era muy simpática, les contesto con desgana.

_ Pero bueno, no me digáis que no sabéis que soy una araña, dijo contrariada, no veis lo ocupada que estoy, me paso todo el día tejiendo y tejiendo mi tela, iros a jugar a otra parte, yo tengo mucho trabajo que hacer y además sois espantosos.

Los tres amiguitos bajaron sus cabecitas con gesto triste y decidieron seguir subiendo.

Mari Pili se sentía fatal, pero tenía la esperanza de encontrar a otros vecinos más amables.

Subiendo y subiendo llegaron a una puertecita y llamaron suavemente. Toc, toc….

Les abrió la señora ardilla, que, con un gesto airado, sin soltar la nuez de sus manos los miro con los ojos muy abiertos, un tanto contrariada.

_ ¡Caramba...! dijo al verlos, pero de donde habéis salido criaturas, ¿qué queréis?

_ Vera señora, dijo Boniato, acabamos de nacer y queremos buscar amigos para jugar.

_ Ya veo, dijo la señora ardilla, como vais a jugar con mis niños siendo tan pequeñines. Sois muy lentos, os estiráis y os encogéis para andar. Mis niños saltan y brincan de rama en rama, nunca podrían jugar con vosotros, y de un portazo cerró la puerta en las narices de nuestros tres amiguitos.

_ Vaya modales dijo Mari Pili, aunque lleva razón, seguro que nunca podríamos hacer lo mismo que sus hijos, y siguieron caminando cabizbajos.

Y pasaron los días y los días y nuestros amiguitos seguían comiendo y comiendo y creciendo y creciendo.

Un día llegaron a lo más alto del señor Álamo y se encontraron con un nido. Dentro había cuatro polluelos más feos que Picio. Tenían unas pocas plumitas tiesas sobre sus cabecitas que les daban aspecto de punkis. Los cuatro abrían sus picos de una forma muy extraña a la vez que lanzaban unos sonidos muy inquietantes.

_ Hola, dijo Mari Pili, levantando la voz, acercándose lentamente para no asustarlos. Venimos a jugar con vosotros. ¿Por qué tenéis tan pocas plumas y piais tanto, acaso no os encontráis bien?

_ Tenemos hambre, dijo uno de ellos estirando su cuellecito al máximo, mientras pisoteaba a su hermano más pequeño. ¿Sois comida? Pregunto intrigado.

_ No, no; no somos comida, somos gusanos, dijo Boniato, un tanto enfadado.

_ Son gusanos, son gusanos, mama, mama, aquí hay comida, gritaron los cuatro juntos.

Los tres amiguitos salieron pitando de allí, antes de que la madre de los polluelos les oyera.

No encontrarían nunca a nadie para jugar, pensaron los tres en silencio. A partir de aquel día dejaron de buscar amigos y se dedicaron a hacerse compañía. Los tres se convirtieron en inseparables amiguitos. Desde lo más alto del viejo árbol podían ver al señor topo cavando sus túneles, a la señora urraca escondiendo sus tesoros y de vez en cuando miraban boquiabiertos a unos pintorescos animalillos, que pasaban volando cerca de allí, les dejaban fascinados.

Un día estaban reposando la comida, cuando oyeron de nuevo al señor Álamo hablar.

_Chicos, ha llegado la hora, deberéis tejer vuestros capullos y dormir un largo sueño.

Los tres amiguitos se miraron y decidieron hacerle caso sin rechistar, allí no había nada más que hacer. Nadie les prestaba la más mínima atención.

Tejieron y tejieron día y noche hasta que solo quedo una pequeña abertura en sus capullitos. Los tres se despidieron con lágrimas en los ojos y cerraron sus capullos. Todo quedo en silencio.

Transcurridos unos meses y con la llegada de la primavera los capullos comenzaron a agitarse repentinamente. Uno a uno fueron abriéndose y de dentro se pudo ver como tres preciosas mariposas estaban saliendo de ellos.

Una vez fuera, los tres se miraron y se abrazaron. No podían parar de reír. Somos mariposas dijeron a la vez. Y comenzaron a dar saltos y más saltos de alegría.

_ Os acordáis de las que vimos pasar volando cuando éramos gusanos, dijo Boniato.

Entonces no sabíamos que nos convertiríamos en mariposas.

_ Mari Pili, eres preciosa, dijo Gustavo. Y agarrándola de una patita la hizo girar sobre sí misma.

Te has convertido en un ser bellísimo.

_ ¿De verdad?, dijo Mari Pili, poniéndose muy colorada.

_ Tu tampoco estas nada mal Gustavo.

_ Bueno, bueno, chicos, dijo Boniato, ya basta de piropos.

_ Tú también estas muy guapo Boniato, dijo Gustavo entre risas, que orgulloso estoy de vosotros.

Los tres se habían convertido en unas espectaculares y bellas mariposas.

Batieron sus alas una y otra vez y volaron y volaron por encima del señor Álamo.

_ Señor Álamo, señor Álamo somos mariposas, dijo Gustavo.

¡Volamos señor Álamo! Gritaron los tres a la par.

_ Lo sé, lo sé, dijo el señor Álamo, con una amplia sonrisa, lo he sabido siempre.

_ Estamos muy felices, dijo Mari Pili, mientras su corazoncito saltaba de alegría.

Decidieron ir a visitar a la señora araña, para decirla que ya no eran gusanos.

Pero como siempre la señora araña estaba muy ocupada con su tela y no les prestó ninguna atención. Ni siquiera se percató de su radiante cambio.

Despues se dirigieron a casa de la señora ardilla. Las pequeñas ardillitas estaban en la puerta. Vieron pasar volando a las tres mariposas y fueron a llamar a su mama.

_Mami, mami, mira que mariposas tan bonitas.

Las tres se posaron justo delante de la señora ardilla y la recordaron quienes eran.

La señora ardilla muy sorprendida les dijo muy avergonzada que se habían convertido en unos preciosos seres y que ahora entendía su error. Les deseo mucha suerte a los tres en su nueva vida. Y allí se quedó muy quieta, mirándolas, cuando ellas emprendieron su vuelo.

Despues decidieron encaminarse al nido de los cuatro polluelos.

Cuando llegaron allí comprobaron que el nido estaba vacío. Qué pena no poder volver a verles, seguramente se habrían convertido en unos preciosos pájaros con plumas y todo, aunque seguramente que de haber estado allí, les hubiesen seguido confundiendo con comida.

Y de nuevo el señor Álamo les hablo.

_Queridas y bellas amiguitas, ahora podéis volar, tenéis que dejar vuestro hogar, y abandonar este bosque. Encaminaros a los prados, a los valles y a los campos para que todo el mundo disfrute viendo vuestra belleza. Nunca jamás volveréis a pasar inadvertidas. Ya habéis visto como el ser más minúsculo puede llegar a convertirse en algo maravilloso. Este es el prodigio de la vida. Es vuestra hora volad, volad.

Los tres amiguitos se miraron, asintieron y dándose un buen impulso partieron juntos dejando atrás aquel viejo árbol. A lo lejos divisaron muchas más como ellas. Ahora comenzaban un nuevo camino y esta vez estaban seguros que llenaría de felicidad sus vidas.

Y como dijo Don Fermín, este cuento llega a su fin.

P. Sardinero

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