martes, 12 de diciembre de 2017

El peregrino V

Claroscuro

Todavía faltaba media hora para que apareciera el autobús que le llevaría por fin a SJ Pied de Port. Juan, como siempre, ensimismado en su mundo. En ese momento pensaba en su Rosa. ¿Qué estaría haciendo en ese a estas horas? ¿Se le habría pasado un poco el enfado? Qué cara se le había quedado cuando la dejó allí plantada rodeada de maletas repletas de ropa y dios sabe cuántas cosas que ella había considerado imprescindibles para su viaje.

Juan no se sentía orgulloso de aquella despedida. Claro que no. Pero ¿qué otra solución tenía? Dejarla quizás llorando de rabia. No, mejor fue así. Un adiós, una puerta cerrada y unos pasos rápidos alejándose de casa. Y ahora estaba aquí, esperando el autobús, y se acordaba de ella y no podía dejar de sentir un cariño profundo por la madre de sus hijos, por la compañera, la amiga, la amante. Nunca había sentido que estuviera casado contra ella, como les pasaba a algunos de sus compañeros. Es verdad que era controladora, pero no manipuladora que es muy distinto. Y su control se limitaba casi exclusivamente a las cosas de la casa y de los hijos. Allí nadie podía interferir. Pero eso era todo. Y quiso reconciliar su conciencia por tan cruel despedida, porque él era un hombre bueno. Pensó que no estaría de más hacerle una llamadita y decirle que estaba bien, que el viaje estaba siendo ameno y que le perdonara al menos un poco por querer hacer este viaje, en solitario, hacia su yo interior, que su intención era únicamente sentirse libre como un pájaro para eximirse de toda preocupación durante un tiempo. Que le dejara gestionar ese espacio privativo que se reservaba para sí mismo en este momento Y eso le contó. Y ella suspiró y no dijo más que “me alegro, cariño, buen viaje”

La verdad es que desde hacía unos meses estaba sintiendo algo extraño por ahí dentro de su cuerpo y de su alma y como que tenía una sensación extraña, algo así como si “esto se está acabando”. Sentía que debía decirle a alguien, aunque fuera a sí mismo, lo que pensaba del mundo, del ser, de la vida, de las cosas, de la materia, de la religión, de Dios, del más allá y del más acá, de las estrellas…. de todo lo habido y por haber, de lo divino y de lo humano, de todo lo posible y lo imposible. Sobre todo debía decir algo del amor que estaba seguro era, al menos par él, su verdadero motor vital.

Y la verdad, sentía una urgencia especial de pensar y relatar cosas y decirlas con frases contundentes y elegantes como si fueran las últimas que fuera a formular en su vida. Y eso era lo que más deseaba en este preciso momento. Sentía la necesidad de decirle al mundo o a quien quisiera oírle, que él había pasado por aquí y que se había dado por vivo, y deseaba contar que el mundo que le había dicho algo especial y tenía que compartirlo con los demás.

Bueno, es verdad que Juan se sentía un poco delicado, pero, una advertencia importante, no es que él se sintiera especial por tener su enfermedad. No irían a pensar los demás que le pasaba como a su amigo Leonardo, el de mantenimiento del colegio, que cuando fue al médico y le dijeron que tenía “hiperplasia prostática quizás benigna o quizás maligna”, que tuviera mucho cuidado, se sintió importante. Era lo más impactante que le había ocurrido hasta entonces en su vida. Los médicos se preocupaban por él y estudiaban su caso. “ Dios, qué sensación!” debió pensar para sus adentros. Se sintió tan importante que estuvo una semana entera viniendo al colegio con traje y corbata y todo el personal extrañado le preguntaba y él con la mayor solemnidad, les explicaba que los médicos le habían diagnosticado” hiperplasia prostática, quizás benigna, quizás maligna”, una enfermedad importante, ¿sabes? –le decía al interlocutor- y luego suspiraba profundamente y seguía caminando por el colegio con la cara alta, sintiendo que por fin, a su gris y anodina vida, le pasaba algo importante.

Y hay muchos viejos que son igual que Leonardo –pensó Juan- ¡Hay que ver como les va fardar de sus enfermedades!. Y se pasan las charlas con amigos, vecinos y conocidos contándose males y consultas médicas y enfatizando lo graves que pueden ser sus dolencias…

Juan estaba tan ensimismado que no se había percatado de que un señor se había parado junto a su banco. Vestía muy parecido a él y había dejado la mochila a los pies del banco. Evidentemente era un compañero de Camino.

-Hola, señor –dijo el caballero, en apariencia de la misma edad que Juan, bien conservado y con modales educados. Sin duda de su mismo gremio laboral, o sea, enseñante-. ¿Le importa si me siento a su lado? Veo por su atuendo que tenemos algo en común. ¿Por casualidad no estará esperando usted al autobús que va a SJ Pied de Port.

-Pues sí, señor. Eso es lo que hago. Y perdone que, al estar un poco distraído, no me haya percatado de su presencia.

-Soy Jesús, para servirle a Dios y a usted. ¿Me puedo sentar con usted y matar el tiempo mientras llega el autobús?

- En absoluto, señor. Mi nombre es Juan. Y si vamos hacer el mismo Camino aquí quedo, de ahora en adelante, a su disposición, para lo que se pueda ofrecer, que son muchos días de Camino y nos podemos necesitar mutuamente, y siendo usted Jesús, o sea El Salvador, me veo desde ya mismo especialmente protegido contra cualquier adversidad estando usted a mi lado.

-Encantado Juan. Lo mismo digo –dijo Jesús riendo la gracia-. Pero no he nacido en Belén, eh… que soy de Canarias y a mucha honra. Y, si no es indiscreción ¿de dónde es usted?

Pues yo de Madrid, aunque , si he decir la verdad, nací en el norte de España, pero llevo toda mi vida en Madrid, así que me considero tan madrileño como el que más, a todos los efectos. Y, dígame Jesús, viaja usted sólo como yo?

No, señor. Creo que a nuestra edad es un poco temerario embarcarse en un viaje tan largo y penoso sólo. Vengo acompañado de mi mujer, que está justo acercándose, la de la mochila colorada. Se llama Clara, y además de mi esposa fue también compañera de trabajo en la docencia.

Enseguida se unió Clara a los dos caballeros. Era una mujer sesentona, como ellos, pero todavía de buen ver. Se notaba que la vida no la había tratado mal. Parecía más llena de energía y vitalidad que ellos. Dejó la mochila frente al banco y al levantar los ojos se tropezó con la mirada escudriñadora de Juan. Ella le mantuvo la mirada un instante fugaz.

Clara –dijo Jesús- Te presento a Juan. Va a hacer el Camino, igual que nosotros. Y es también colega de profesión.

Encantada de conocerle –dijo Clara- y dudó si darle un beso o sencillamente ofrecerle la mano. Le tendió la mano y Juan se la sostuvo un momento más de la cuenta, inclinándose respetuosamente, y haciendo el ademán de besársela, como se saluda a las damas de alcurnia.

Uf, vaya gesto de colegio de pago, tiene este tío -pensó Jesús-. En esto de los detalles, yo debo ser más de escuela pública. Sin duda me faltan unos últimos retoques para llegar a la altura de Juan. Creo que debo estudiar y mejorar mis modales sociales. De todos modos ¿no será ya un poco tarde para cambiar? Olvidemos el asuntito por ahora.

Bueno, -dijo Jesús- para matar este rato, mientras llega el autobús, ¿nos podría hablar un poco de su Madrid? Yo apenas lo conozco. Y mi mujer, aunque es peninsular, se ha pasado la vida conmigo, en Canarias. Así que nos sentiríamos encantados si nos pudiera deleitar contándonos alguna que otra cosilla de su Madrid.

Que conste que yo no soy un guía, eh… -dijo Juan- Pero me encantará contarles alguna de las cosas y lugares que a mí más me interesan de mi ciudad. Empecemos por el centro. Si quieren conocer el Madrid vivo, lo mejor es que se hospeden en algún hotelito de la Gran Vía. Desde allí podrán ir a la Plaza Mayor, a Sol y sobre todo pasear por la Gran Vía. La calle se inicia en La Cibeles, sube hasta el edificio de Telefónica, y luego baja hasta la Plaza de España. Unos dos kilómetros de tobogán. En realidad el edificio de la Telefónica es, justo, la cumbre de la colina. El espectáculo de gentes yendo y viniendo por esas aceras es muy representativo de Madrid. Por la mañana está llena de turistas, a mediodía acude gente a comer en algunos buenos restaurantes. Ahí se encuentra el casino militar, en el que sirven excelente comida y, al ser militar, te tratan como si fueras un general. Yo he tenido la fortuna de comer ahí, atendido “generalmente”, claro. Por la tarde acuden, elegantemente vestidos, no como los turistas que parecen hordas de invasores bárbaros,, los espectadores de los teatros, que en esa zona están los mejores. Por la noche el público es otro, pero mejor no hablemos de de esas sombras que deambulan para las calles a esas horas… Pero eso también es el Madrid en el que nos movemos. Y al amanecer todo volverá a ser lo mismo que el día anterior: bullicio por la mañana, elegancia por la tarde y oscuridad por la noche. Como veis no quiero hablaros de monumentos. Sólo de vida.

-Qué interesante –dijo Jesús. ¿Te gustaría hacer una visita algún día a esta zona, Clara?

-Claro, cariño. Una y cien veces. Pero deja que nos hable Juan, no le interrumpas el relato.

Otra zona que a mí me complace sobremanera –prosiguió Juan-, es la zona Este de Madrid. Ahí se sitúa el Parque de la Naciones. Es un conjunto urbanístico en el que se sitúan los Recintos Feriales de Madrid. Alrededor de este recinto han surgido edificios modernos de oficinas, palacios de congresos y hoteles de cuatro estrellas. Todo funcional y armónico. Y justo al otro lado de estos edificios hay un gran parque, más grande que El Retiro, y mucho más moderno. Un río circular, como el del paraíso del Edén, rodea todo el parque y hace las delicias del visitante. Hay colinas y estatuas modernísimas y gigantescas en las cimas de las colinas. Hay un campo de golf dentro del parque. Además te puedes adentrar en un olivar antiquísimo de por lo menos los tiempos de D. Rodrigo, no del de Vivar, sino el de los tiempos de los Visigodos. Os Juro que es una delicia, sobre todo en primavera.

-Oh Clara-dijo Juan- Este hombre me está poniendo los dientes largos. ¿No te gustaría que visitáramos este lugar en cuanto tengamos oportunidad, Clara?

-Claro marido, claro que me gustaría, una y mil veces. Siga usted, Juan.

-Otro lugar para mí entrañable, es la sierra de Madrid. No hablo de la sierra del Oeste, la de la Carretera de la Coruña. Esa a mí no me interesa. Está tan civilizada que da lo mismo estar ahí que en Madrid. Hablo de la sierra que está al Norte, por la carretera de Burgos. Y no hace falta irse hasta Somosierra. Basta acercarse a la montaña, unos 50 kilómetros, a las estribaciones del la sierra del Pico de la Miel. Allí se encuentran pequeñas urbanizaciones que lindan con el monte puro. Las casas se parecen mucho a las cabañas de las que hablan los americanos en las pelis, cuando invitan a su familia o a sus seres más queridos a viajar a la cabaña y se adentran en el mundo fascinante de la naturaleza. Así es esa zona. Incluso hay un pueblo que se llama Cabanillas de la sierra, Su nombre hace referencia, sin duda, a las cabañas que allí construían los pastores que cuidaban los ganados que pastaban por las cañadas en la época de la trashumancia. Es una zona llena de pequeñas praderas, regadas por el agua de los arroyuelos y manantiales que llegan directos desde la montaña. Hay multitud de encinas, enebros, jaras, tomillos… Dios mío! Qué aroma surge de esa tierra. En el verano por las noches te puedes echar boca arriba en una hamaca y gozar de un hotel, no de cinco estrellas, sino de un millón de estrellas. Si nunca habéis experimentado en vuestro espíritu esa sensación de libertad, de cielo inmenso y de estrellas infinitas, os invito a que no dejéis de acercaros a esta zona.

-Ay Clara –dijo Jesús- ¿no crees que nos estamos perdiendo algo importante y que debemos programar un viaje a estos bellos lugares? ¿No te gustaría disfrutar de esa sierra?

-Claro, tesoro. Una y un millón de veces. Y bajó la cabeza soñando, su mente perdida en una inmensa lejanía.

En ese momento sonó por la megafonía el aviso para los pasajeros de SJ Pied de Port. Nuestros tres pasajeros se apresuraron a recoger sus mochilas del suelo y presurosamente se lanzaron a la mansa carrera que pueden tener los sesentones en busca de su autobús. Todo hubiera ido perfecto si no fuera porque Clara en su apresuramiento le dio un fuerte pisotón a Juan que les machacó todos huesos metatarsianos y tuvo que ser Jesús el que cargara con dos mochilas la suya y la de Juan porque éste, más que caminar se arrastraba a duras penas, sufriendo en su pie derecho todas las penas del purgatorio.

Por fin ya estaban en el autobús. Juan le dio las gracias a Jesús y éste no pudo por menos que reprochar a su mujer su falta de cuidado. Y dijo:

-Mujer, pero ¿por qué no miras el terreno que pisas?

Clara miró al suelo. Se sentó junto a su marido en el asiento de la ventanilla y todos los indicios daban a entender que pensaba pasarse todo el trayecto pegada al cristal, mirando el paisaje.

Evidentemente, Juan no había empezado el viaje con buen pie. Pero, gracias a dios, todo quedó en un problema de metatarsianos magullados, y cuando remitió el dolor, les dijo que no era nada y que el pisotón de Clara había sido producido por el nerviosismo del momento, que los viejos no estamos ya para que nos metan prisas, y que esas megafonías nos aturden.

Esta actitud de Clara enfurruñada y mirando a la nada por el cristal, le creó dudas a Juan sobre la posibilidad de que el pisotón hubiera sido intencionado.

-Acaso he dicho algo inconveniente? -pensó- no tengo la menor idea. O es porque me habré dirigido casi siempre a Jesús y ella se haya sentido ignorada o minusvalorada. Por qué el creador habrá hecho así a las mujeres, tan lindas por fuera y tan enrevesadas por dentro. Nosotros, los hombres, qué distintos a ellas! Somos simples, lo que pensamos lo decimos y ya está, para que lo entienda todo el mundo, sin tapujos, sin segundas intenciones. En fin, ya se le pasará y, en todo caso, tiempo al tiempo. Yo me quedo con el metatarso magullado y ella sigue con su enfado. O sea, los dos jodidos. Jesús se percató del desaguisado y le susurró algo al oído a su mujer. Esta reaccionó dignándose dirigir su mirada hacia Juan y dedicándole una levísima sonrisa, que parecía querer decir "perdón, señor" y volvió a mirar al infinito. Juan aceptó la disculpa con una leve inclinación de cabeza llena de dignidad, y ahí dio por terminado el incidente del pisotón, al menos por su parte.

Eusebio V. Calleja

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