martes, 5 de diciembre de 2017

La «mauvaise foi» de Sartre en "Los restos del día"

Stevens es un mayordomo inglés que narra sus vivencias durante el periodo de entreguerras en una mansión inglesa.

Acabada la Segunda Guerra Mundial, Stevens decide hacer un viaje en coche por la campiña británica y visitar a la anterior ama de llaves, Miss Kenton, con la ilusión de recuperarla para el servicio de la mansión.

Durante esos seis días Stevens rememora las escenas más importantes de su vida y de la vida de su señor, Mr Darlington.

Ignorante de ello, Stevens revela detalles de la posición política del lord que no convienen a la imagen de su señor, y detalles sobre su vida privada que no le convienen a él. El narrador de la novela, Stevens, sabe de lo que cuenta menos cosas de las que sabe el lector. Su señor coqueteó con las altas esferas de la alemania de Hitler en busca de un pacto, pero también se dejó influir por lo menos recomendable del nazismo, como, por ejemplo la discriminación de los judíos. Stevens mantuvo una estrecha relación con el ama de llaves que incluía reuniones periódicas. Miss Kenton tuvo la sensatez de hacerle ver que su padre no podía asumir tantas responsabilidades como le daban debido a la edad. Se puso del lado de las dos criadas judías arriesgando su posición, y se interesó por Stevens hasta que no pudo ir más lejos.

La dignidad. El ideal de Stevens es la dignidad, representada en una historia de un mayordomo que, instalado en la India, descubre que hay un tigre en la cocina mientras su señor toma el té con una visita. El mayordomo acaba con el animal discretamente, y luego se acerca al señor y le indica que puede cenar con normalidad.

Ese ideal de dignidad contrasta con el de un vecino que conoce en su camino, Henry Smith, para el cual, la dignidad consiste en la libertad que ha sido conquistada en la en la guerra contra el fascismo.

Stevens no comparte ese punto de vista porque él antepone la lealtad a su amo a todo lo demás.

El ideal de dignidad y lealtad sirven a Stevens para esconderse de otras dedicaciones habituales en cualquier otro ser humano como, por ejemplo, amar a sus familiares, crear una familia, o, simplemente, tomar una postura personal frente a las opciones de la vida.

Stevens ha vivido una vida de impostura hasta que esa vida se acerca a últimos capítulos, y al día le queda poco de luz, como descubre en el capítulo final, caminando por la escollera.

La autenticidad. Jean Paul Sartre definió lo que él llama la «mauvaise foi», aquella respuesta que uno da cuando no expresa lo que realmente es como ser humano. Sartre pone de ejemplo a un militar que tiene que sacrificar a unos niños, y lo hace porque él es militar. Sartre dice que uno es, siempre un ser humano, no caben excusas. También le sirve de ejemplo un camarero que se comporta como un camarero, en vez de ser el mismo. Ishiguro elige a un mayordomo. Uno se reduce a sí mismo a títere cuando no quiere hacerse responsable de lo que tiene de humano. Todo eso es “mala fe”.

En los años sesenta, Hannah Arendt fue enviada a Israel por la revista Time para cubrir el juicio de un oficial nazi. En su estudio “Eichman en Jerusalem”, Arendt cuenta que Eickman era un hombre común, un vecino cualquiera que decía frases comunes y vulgares, que cumplía sus obligaciones en el ejército distribuyendo a los judíos en campos de concentración. Arendt revela que los peores crímenes no se cometen desde una decisión, los peores crímenes son a veces realizados desde la banalidad, mirar a otro lado, por ejemplo.

Por último, es conveniente nombrar a Martin Heidegger, que fue profesor de los dos filósofos anteriores en Heidelberg, y amante de la segunda durante un periodo de su juventud.

Heideger afirma que nuetras vidas son a menudo inauténticas. Evitamos vivirlas con responsabilidad y nos escondemos en pronombres como “uno” («man» en alemán) cuando decimos “uno no puede hacer nada por ayudar a esa gente”, o “uno hace trampa si le dejan” en vez de decir “yo”. Sin embargo, los hechos fundamentales de la existencia, y sobre todo, la muerte, no admiten pronombres para esconderse. Cuando uno se enfrenta a ella, sólo lo puede hacer desde el sí mismo, desde el “yo”. Stevens ha pasado toda su vida eludiendo su humanidad y su responsabilidad de tomar las riendas de su vida, de decir a Miss Kenton lo que siente. Hasta que se hace consciente de que ya le queda muy poco al día y de que todas las decisiones importantes las dejó en manos de su señor.

La heroína. Los tres filósofos nombrados comparten con el patrón de Stevens, Lord Darlington, su relación cercana con el nazismo. Sartre luchó contra él en la Francia ocupada; Hannah Arendt era judía; Martin Heidegger nunca llegó a condenarlo.

Cuando Lord Darlington, arrastrado por sus amistades nazis decide hacer limpieza entre la servidumbre, Stevens no pone ningún obstáculo, porque su brújula moral es la lealtad, o bien, podemos decir que no existe. La única oposición viene de Miss Kenton que lucha con todas sus fuerzas por lo que cree y que llena la mansión y las horas de Mr Stevens de una felicidad que no es capaz de admitir. Ella, y sólo ella, es la gran heroína de esta historia narrada por un hombre que ha elegido vivir una vida entera encerrado en el vacío de la inautenticidad.

José Contreras

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