sábado, 13 de enero de 2018

La vida de los otros

 
En la Alemania Democrática de 1984, cualquier intelectual es sospechoso a los ojos de los servicios de información del régimen. Wiesler, uno de los agentes más hábiles de la Stasi recibe el encargo del ministro de interior de espiar a un escritor afín al régimen, Georg Drayman.

Con la casa plagada de micrófonos, el espía descubre cosas personales del escritor que le llevan crear un vínculo con él. El ministro que encarga la investigación abusa de su poder para obligar a la novia del escritor a degradarse. Wiesler, el espía, no se quedará indiferente. “Ha llegado el momento de las amargas verdades”, dice.

En el mundo asfixiante de los últimos años de la Alemania Democrática de Erich Honecker, dos personas van a cambiar de bando sin previo aviso. El escritor afín al régimen va a sentir la necesidad de denunciar en Occidente lo que ve con sus propios ojos; el despiadado agente de la Stasi va a dedicar su habilidad a encubrir al rebelde.

Wiesler, el agente, da el salto moral que estuvimos esperando de Stevens, el protagonista de la última tertulia literaria (“Lo que queda del día”), el salto de anteponer el sentimiento de humanidad al cumplimiento del deber. Wiesler descubre que la ley no siempre está en manos de los más justos.

La película de Florian Henckel von Donnersmarck es un buen aviso para navegantes sobre los peligros de las sociedades sin libertad, y una denuncia de los atropellos del poder por parte de aquellos que ponen las reglas del juego.



El giro de los protagonistas

He comentado con los amigos esta película en numerosas ocasiones, como lo hicimos después de la proyección del martes 16 de enero. Suele dar lugar a una duda que cada espectador rellena con sus propias opiniones. ¿Por qué el impecable espía de la Stasi, un profesional incapaz de equivocarse, se pone de parte del disidente? ¿Por qué arriesgar una carrera impecable?

María José Alejos observó que la vida del policía estaba vacía. Su única relación humana era tristemente de pago. La vida social del escritor es rica en amistades, en humanidad. El policía observa tan de cerca a su víctima que descubre en ella la vida que él habría querido vivir. También es posible que la cercanía cree en él una nueva inquietud. Poco vemos de esa transformación, un libro amarillo que el agente roba en la casa de su víctima y lee a escondidas. Una música incidental.

Dado que la película no da una explicación clara de esa transformación, yo tengo la mía. El dramaturgo y el espía comparten la misma ilusión, y la misma traición a sus ideales. Los dos creen en una república socialista en su Alemania Democrática. El agente se siente traicionado cuando ve los abusos de su superior, el ministro. El escritor se rebela cuando ve que la lista negra del régimen conduce a un buen amigo al suicidio.



Enlaces

Las horas perdidas: El protagonista del film es Ulrico Mühe, en una interpretación tan soberbia como espectacular. Lo que en un principio parece inexpresión se encuentra regulado por Mühe para apreciar a través de la vida de los demás como es realmente su propia vida. Gélido, escrupuloso, encarna a un hombre inflexible y convencido de sus principios comunistas en los que el régimen está por encima de todo. Sin embargo debajo de cada impávido gesto se engendran cambios en su personalidad que con posterioridad hacen que cada pequeña variación en su rostro sea traducida perfectamente por el espectador para descifrar los sentimientos de tan adusto personaje.
Con su sistema de escuchas se aprecia como cambia su concepción sobre la aplicación de unos métodos que el consideraba justos y necesarios. Pero por encima de eso, la pelí­cula nos habla de la soledad del individuo, de aquel que estructura su existencia alrededor de una idea y el desasosiego que resulta al contemplar como las anteriores y válidas convicciones se hacen añicos, como todo se desmorona.
Cinemanet: El ciudadano ya no es persona, ya no es un individuo único e inigualable, es una cosa más, algo objetivado por el poder estatal con el fin de disponer de él, de ordenarlo, de coaccionarlo, para que nada salga del marco del ideal absoluto. La libertad no es la condición para la felicidad y cumplimiento del hombre en tanto que capacidad de adhesión a aquello que cumple su vida, sino que deviene una libertad negativa, de opción dentro del muestrario preconfeccionado por el poder: se puede elegir lo que el poder diga que se puede elegir, lo demás no existe, o no debe existir. Como ya dijo Orwell “todo lo que no es obligatorio está prohibido”.

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