lunes, 20 de mayo de 2019

Memoria de la infancia


“La vida no es lo que uno vive, sino lo que recuerdas y cómo lo recuerdas para contarla”

Gabriel García Márquez












Hubo un tiempo en el que el tiempo parecía ir más despacio. Hubo un tiempo en el que los días, las semanas, y los meses transcurrían muy lentamente. Un tiempo en el que las vacaciones de verano se hacían interminables, un tiempo en el que tenía tiempo para disfrutar del olor de los bosques en otoño, de las luces de las luciérnagas en las noches estrelladas de verano y del canto machacante e inagotable de las chicharras. Un tiempo en el que pensaba que las personas mayores eran pura magia porque con el paso del tiempo lo habían aprendido todo.

Mi primer recuerdo son aquellos días en que me encontraba con mi madre a la salida del colegio. Como siempre, ahí estaba, en la puerta esperándome. Siempre un abrazo, un beso y una caricia. Mi hermana pequeña junto a ella alzaba sus bracitos y me sonreía alegremente. Volvíamos a casa agarraditas de la mano mientras mi hermana corría delante de nosotras. Ese era el momento en el que yo la contaba todas esas cosas excitantes que me habían ocurrido durante la jornada escolar. Recuerdo esa, mi primera escuela, su verja, mi clase, mi mesa, a mi señorita, Pepita, ella me enseñó a leer y a escribir con tanto esmero y dulzura como nunca nadie podría haberlo hecho.

Cuando llegaba la primavera mi madre, en las tardes, nos llevaba a pasear por los caminos y de vuelta a casa nos parábamos a contemplar los árboles en flor, las rosas y las lilas de los jardines. Cada día era una lección nueva, un aroma nuevo, un nombre nuevo. Todo lo que sé sobre las plantas me lo enseño ella durante esos largos paseos en los que no existía el tiempo. Ella fue la mejor profesora de botánica que jamás he tenido.

Recuerdo todas aquellas noches en la que mi padre nos leía cuentos de hadas y dragones antes de ir a dormir, cuentos con los que soñaba en cuanto se apagaba la luz y me apoyaba en la almohada. Historias y aventuras maravillosas, de brujas perversas y de castillos encantados, y que con el paso del tiempo he ido olvidando.

Recuerdo aquellos domingos de verano en el que salíamos al campo con la tortilla y el melón en el capazo. Bajábamos al rio y buscábamos la sombra bajo cualquier encina centenaria. Mi madre extendía una manta y allí debajo nos tumbábamos a disfrutar plácidamente mirando hacia el agua. Mi padre pescaba y mientras tanto los rayos de sol atravesaban por entre las viejas ramas.

Recuerdo aquellas noches en que antes de salir de viaje era imposible conciliar el sueño. Ya casi podía oler a humo, a tierra seca y a lavanda. Quería volver a sentarme con mis amigos en las escaleras de la iglesia y jugar a mil juegos, entre tanto las gentes pasaban. Jugábamos al escondite y en los columpios cerca del rio. Quería tumbarme sobre la hierba y pasarme un buen rato contemplando aquellas interminables filas de hormigas que marchaban ordenadamente. Todas acudían a sus diarios quehaceres sin detenerse, parecían tener mucha prisa, a ellas también se les acababa el tiempo. Recuerdo mi primera visita a una catedral. Al entrar en ella el silencio y la oscuridad me envolvieron por completo, mientras un sentimiento de paz me recorría todo el cuerpo. Miraba aquellas inmensas losas de piedra desgastadas por el paso de los siglos. El aire olía a incienso y a humo de los cirios. Me empequeñecía al contemplar sobre mí aquellas impresionantes bóvedas que parecían llegar hasta el cielo. Todo me olía a viejo y a misterio, mientras de fondo se escuchaba el repicar de las campanas.

Cuando cumplí ocho años vi el mar por primera vez. Fue un viaje largo, las carreteras de entonces no eran las autovías de ahora. Cuando por fin lo tuve delante me gustaba sentarme en su orilla y mirar al horizonte mientras pensaba lo que podría haber al final, de fondo me acompañaba el sonido de las olas cuando ya cansadas de tanto rodar rompían contra la arena como si la quisieran acariciar. Que bien olía a brea y a sal. Como cada tarde miraba a las mujeres remendando sus redes de pesca en el muelle del puerto. Una navaja, una aguja y un hilo les bastaban para conseguir arreglar los incontables agujeros de sus redes. Lo hacían mientras todas ellas cantaban canciones marineras. Eran verdaderas artesanas.

A día de hoy no me puedo quejar de mi vida, a veces no ha sido fácil lo confieso, pero he tenido un buen trabajo, tengo una familia maravillosa, una casa bonita, y muchos proyectos de futuro que mantienen mi mente muy ocupada, pero ahora el tiempo va muy deprisa, los días, los meses y los años pasan a toda velocidad. Cada noche cuando apoyo la cabeza en mi almohada ya no regreso a aquellos días de mi infancia en los que jugaba con mis amigos en los columpios con el único placer de sentirme volar por los aires. Ya no estoy al tanto del aroma de la lavanda que flota en la brisa del verano, ni del olor de los bosques en otoño. Ya no soy consciente del coro de trinos de la mañana ni de las luces de las luciérnagas en las noches estrelladas. Ya no me da placer mirar al horizonte sin tener en mente ningún pensamiento extraordinario. Ya no siento ese misterio cuando visito catedrales. Ya no tengo tiempo de volver a la página anterior de una novela. Ya no escucho cuentos fascinantes de adultos sabios como antaño y que nunca nadie volverá a contarme.

De una cosa estoy segura, nuestros mejores recuerdos están en la infancia. Hay que sacar tiempo y regresar a ella. Es fácil, todos están ahí, permanecen grabados e imborrables, son nuestra memoria de la primera infancia. Tenemos que soñar con aquellas noches brillantes de luna llena, con las olas del mar acariciando con su espuma la orilla, con los aromas y perfumes que nos regala el aire del campo, sin prisas, con calma. Nuestros recuerdos son lo que somos, son nuestras emociones, nuestras vivencias, no seriamos nosotros mismos sin ellos. ¡Qué pena no poder recordarlo todo!

¿Y vosotros? ¿Cuál es el primer recuerdo de vuestra infancia?

P. Sardinero

2 comentarios:

  1. Un desarrollo excelente que nos rememora la vuelta a nuestra infancia y a todo lo que hemos ido dejando atrás con el caminar en la vida.

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  2. Muchas gracias Luis....!!!
    Esa era mi oculta intención.

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