miércoles, 18 de abril de 2018

The Greatest Showman


Hubo una época en que los números musicales eran una buena excusa para ir al baño durante la película. Al fin y al cabo no te perdías gran cosa porque ya lo repetían los actores luego en román paladino.



Los números musicales de “The Greatest Showman” han querido ser todo menos un añadido. Los creadores se han empeñado en hacerlos imprescincibles para la trama. En ocasiones, para sentirla, o bien, para traducir a nuestros tiempos la inocencia que ya no podremos tener al ver un elefante o un par de siameses, o una trapecista.

Los números musicales sirven de elipsis para contar largas transiciones, de niño a adulto, o de empresario fracasado a sensación del momento. Esa economía de la música nos permite embelesarnos con su agilidad, en vez de esperar que acabe. En otras canciones, la música es indispensable para señalar los conflictos o los giros. La negociación entre el hombre de circo impetuoso y el intelectual que teme perder su reputación, el cortejo… No son canciones que uno pueda perderse para luego seguir con la historia, son lo más intenso de la historia, contado con coreografías frenéticas que explican parte de la intensidad de una historia bien contada.

La otra causa de esa capacidad mesmérica quizá esté en los temas que aborda. P.T. Barnum es un soñador que no puede poner freno a sus sueños cuando ha empezado a lograrlos, su historia de “from rags to richess”, y su necesidad de compensar su resentimiento no es menos emocionante que la de los “freaks” del circo que trabajan para él, que ven en el trabajo una oportunidad de integración, o la sociedad bienpensante que no puede aceptar el circo como un espectáculo digno o el impacto en todas las vidas de una cantante sueca que trastorna todos los hilos. 


José Contreras

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