jueves, 4 de mayo de 2017

Desde mi atalaya. Del tiempo no meteorológico


Pienso que la primera noción que tenemos del tiempo, es cuando empezamos a percatarnos de que hay que dormir de noche y hacer cosas de día, aunque sea patalear en la cuna.

Desde las primeras etapas colegiales empezamos a querer ser mayores. Deseamos ir a primaria, luego a secundaria, y más tarde hacer el bachillerato e incluso una carrera universitaria. Por el contrario habrá quien prefiera hacer formación profesional o ponerse a trabajar tras la enseñanza primaria básica. En cualquier caso, parece que esas metas que queremos alcanzar no llegan nunca, ¡que lento se hace el tiempo!. Pero llegan. Y llegan los primeros amores adolescentes, y nos parece inimaginable que va a llegar el día en que formemos una familia. Pero llega.

Quizás algún día me dé por escribir sobre lo que representaba para los varones hacer la “mili”, y la importancia que para muchos de ellos suponía positiva o negativamente. Pienso que iba pasando de una a otra a medida que aumentaba el nivel educativo de los españoles, aunque algo positivo siempre se sacaba en la mayoría de los casos.

Siguiendo con el tiempo, lo normal es que vengan las uniones entre personas a través de matrimonios canónigos, civiles o simplemente como parejas de hecho, y a continuación los hijos. O bien primero los hijos y luego la acreditación de la unión de los padres.

Siempre habrá quien me deje mal y opte por la soltería o el celibato.

El caso es que aquel reloj que nos regalaron de adolescente, nos va a ir convirtiendo en esclavos del mismo. Ya nos falta tiempo para casi todo, ya empezamos a no pretender alcanzar más metas que las imprescindibles, ya las metas que las vayan alcanzando nuestros hijos, ya nosotros ir preocupándonos fundamentalmente de nuestra salud. Pero seguimos alcanzándolas y más que categoría lo que nos suele “caer” es alguna distinción por meritos contraídos, unidas en muchos casos a la documentación de la jubilación.

Cuando vemos a nuestros nietos salir del “cole”, nos viene a la memoria aquellas salidas nuestras de la “escuela”. ¡Qué rápido se nos va pasando ya el tiempo!

Ahora queremos mejorar nuestros niveles informáticos, estudiar historia del arte o cualquier otra cosa, viajar, leer, escuchar música, hacer algún voluntariado y colaborar con alguna O.N.G. y así un larguísimo etc. etc., y es que antes “no hemos tenido tiempo”.

Y así resulta que nos empiezan a flaquear las actitudes físicas y psíquicas y nos sigue faltando tiempo para todo. Ya no caben las velas en las tartas de cumpleaños, de tantas como hay que poner. Ya en esos cumpleaños; a la “coletilla” de, un año más, añadimos aquello de: y uno menos.

Los creyentes me imagino piensen que no han tenido tiempo suficiente para estar a solas con su Dios, y los no creyentes para estarlo consigo mismo. El caso es que ya vemos que nos falta tiempo para hacer un “montón” de cosas que hubiéramos querido hacer y ya no va a ser posible.

Y termino con el recuerdo que “dio pie” a estas líneas. El recuerdo de aquella frase lapidaria que figura sobre una tumba del cementerio de mi pueblo: Hasta aquí el tiempo / Desde aquí la eternidad.

David Díaz



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