La vida de Turing debe estar llena de sutilezas; la película de Tyldum las reduce a unas cuantos hechos fácilmente enunciables. Turing era insociable y proclive a hacerse enemigos desde el colegio. Turing era homosexual y sufrió persecución por parte de la legalidad intolerante de la Inglaterra de los años 50. Fue obligado a seguir una terapia hormonal para no ir a la cárcel acusado de conducta inmoral. Por otro lado, Turing construyó una máquina para descifrar otra máquina que habían creado los alemanes para encriptar sus códigos durante la guerra. Y la máquina sentó las bases de la computación moderna.
Cuando Turing descifra los códigos alemanes se encuentra a sí mismo jugando a ser dios, o bien, a una partida de ajedrez infinita. La cuestión es ésta, si los británicos usan los códigos para salvar vidas, los alemanes dejarán de comunicarse con ellos, con lo cual, tres años de investigación no habrán servido para nada.
Los británicos dejaron que los alemanes hundieran sus barcos y diezmaran sus tropas dentro de un margen de probabilidad razonable para que los propios alemanes no supieran que sus códigos eran descifrados a diario. Los rótulos de la película afirman que sin la máquina de Turing la guerra habría durado dos años más. Dejar morir a unos pocos salvó a muchos. Cualquier militar entendería esta lógica, porque cualquier militar entiende que el único fin en la guerra es ganar.
Pero enfocado desde mi profesión, dejar morir a un solo inocente es inaceptable. Si tú eres un médico o un profesor, no puedes admitir sacrificios, ni precios. Para un trabajador social solo puede haber principios. Nadie puede pedirte que sacrifiques la vida de un bebé para conseguir un tratamiento que salvará la vida de otros miles de bebés.
La ética militar no funcionaría en un hospital, o en un colegio. Y una ética basada en los principios llevaría a cualquier ejército a perder la guerra.
Jose C.
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