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miércoles, 18 de abril de 2018

El portero de la sonrisa

Julián camina cabizbajo y con los labios apretados: se diría que ha olvidado la sonrisa.

Su mujer le repite a diario:

—Algo te pasa querido, has cambiado mucho, tu semblante es como el de un atardecer sombrío.

—Sí, tienes razón, no quería decirte nada para no preocuparte. Es la empresa, sabes: Siento una gran insatisfacción por falta de rendimiento de los trabajadores y me preocupa el ambiente enrarecido que circula por los despachos, pasillos y naves. A veces pienso que es la crisis la causante de esta atmósfera. Creo que algunos de mis trabajadores sufren, sobre todo los más jóvenes que tienen niños pequeños. Sin embargo, hay una minoría que no manifiesta tener problemas y, no obstante, también parecen estar contaminados por la desesperanza. Tengo que hacer algo, pero no sé cómo.

—No te preocupes demasiado cariño. Recuerda como saliste adelante en los primeros años. Aún, tengo muy presente como llegabas tarde a casa, apenas dormías y tampoco tenías apetito, tú que siempre fuiste un glotón. Seguro que algo se te ocurrirá.

Luego, pensativo, besa a su esposa y se encamina al trabajo.

Julián, es dueño de una industria de artes gráficas en Madrid. En ella trabajan 150 empleados. Él mismo creó la firma, principalmente para complacer a sus padres. Estos invirtieron mucho esfuerzo y dinero para que su hijo pudiera formarse en los mejores colegios y cursar estudios empresariales.

Sin embargo, Julián, más que empresario, hubiera querido ser como aquel hombre que sonreía siempre, y a quien él mismo había bautizado, como el portero del metro.

Durante diez años, ha sabido desarrollar ampliamente su capacidad empresarial, obtener grandes beneficios económicos, reconocimiento y prestigio a nivel nacional. Empero, ahora, se siente incapaz de controlar el ambiente tedioso, que advierte en los empleados.

Piensa que algo falta en su industria porque la gente no es feliz. Hace tiempo que nadie ríe, no se hacen bromas, los silencios pesan y únicamente se amortiguan con el ruido de las máquinas, las cuales, movidas por el esfuerzo humano, producen y producen. Después, al finalizar la jornada, se quedan frías, inertes, como el suelo de cemento sobre el que descansan. También los hombres y mujeres se han convertido en una masa que la fábrica engulle y vomita cada día. “¿Por qué han olvidado el saludo, la sonrisa y el abrazo de despedida?” Se pregunta Julián con miedo a que la empresa se convierta en un iceberg de rótulos congelados.

Un día, Julián al salir del edificio, se fija en la mirada congelada del vigilante y descubre que este hombre, que conoce todas las caras que a diario circulan por allí, permanece impasible y en su rostro no se aprecia ni un ápice de deferencia. Julián se detiene y lo mira sin pestañear: “esto no puede seguir así”

En la calle, el aire fresco despeja su mente y se traslada muy lejos. Tendría entonces unos nueve años. Su madre lo llevaba a diario al colegio en el metro:

—Vamos hijo, no te entretengas, que llegarás tarde. Anda, dame la mano.

Él no tenía ninguna prisa, le gustaba mirar la sonrisa de aquel hombre, que desde las escaleras, o en los torniquetes, o en la ventanilla de expender los billetes, saludaba a todos los viajeros:

—Que tenga usted un buen día, que le vaya muy bien, que el viaje sea agradable, buen trabajo, que sea feliz señora…

Estos gestos le bastaban a Julián para ser feliz, y ensimismado él también sonreía con la mirada en aquel hombre amable. Mientras, su madre le tiraba del brazo:

—¡Vamos, vamos, el metro acaba de llegar!

Esa mañana, en el colegio hablaron de las profesiones, y cada niño se pronunció sobre sus preferencias. Julián no tuvo ninguna duda.

—Yo quiero ser portero del metro.

El aula se llenó de carcajadas.

—Pero si en el metro no hay porteros, son Guardas Jurados —contestó el listillo.

—Bueno, como se llamen. Yo quiero ser como él. Me gusta porque sonríe y saluda a todos. Aunque yo creo que la gente va tan deprisa que no se da cuenta. Además, a mí me guiña un ojo.

—Pues yo no conozco a ese señor, porque mi padre me trae al colegio en su coche. Añadió el orgulloso.

Ante nuevas carcajadas, la profesora se enfadó:

—¡Silencio, silencio he dicho! Y tú Julián, piensa un poco, no creo que tus padres te traigan a este colegio, del Barrio de Salamanca, para que seas solamente Guarda Jurado.

Han pasado ya más de 20 años. Ahora, puede reírse de aquellos momentos. Sin embargo, esta noche no puede dormir. La pasa cavilando hasta que idea un plan: por la mañana se adentra en la línea 4 del metro, era allí donde había conocido “al portero de la sonrisa”. Recorre escaleras y andenes pero no lo encuentra. En las oficinas le dan referencias:

—Claro, Edward el moreno, lo conocemos todos. Es un hombre extraordinario. Hemos sentido mucho que se haya ido. Está enfermo y ya no puede hacer este trabajo; sus piernas apenas le sostienen, casi no puede caminar y menos permanecer tantas horas de pie.

Julián no desiste, consigue la dirección del ex Guarda Jurado. Lo visita en su casa. Se hacen amigos y ambos acuerdan un trabajo especial para Edward. Sería en la Empresa Artes Gráficas, como portero. Desde una cabina acristalada saludará a diario a clientes y trabajadores. A ratos podrá pasear por las dependencias para entregar documentos o hacer fotocopias. Y así lo hacen. Y Edward, como antes, como hizo siempre en el metro, ahora en la Empresa de Artes Gráficas siguió interesándose por cada uno de sus nuevos compañeros. Pronto aprendió los nombres de todos y cuando comenzaba la jornada laboral, la sonrisa de Edward se expandía por los rostros de los empleados. Al poco tiempo, la fábrica volvió a respirar un aire cálido, y a pesar de que la crisis duró varios años más, el ambiente se cargó de optimismo, el dueño emprendió nuevos proyectos y los trabajadores unidos, consiguieron vencer las dificultades y volvieron a ser felices.

María Bullón Orgaz.
Abril 2018

martes, 12 de diciembre de 2017

El peregrino VI

El autobús paró en medio de este bellísimo pueblo de montaña.

Y aquí estamos, en SJ Pied de Port. Por fin en hemos llegado al principio –dijo Juan-. Y ahora esto del pie. Que mala pata. Y que conste que el viaje lo había consultado con un Hada especial que tengo yo, de esas de los tres deseos. Pero nada, me sucedió lo de siempre. Al tercer deseo la cagué.

-¿Y cuál era el tercer deseo? –preguntó Clara.

-Mi tercer deseo era ni más ni menos que iniciar con buen pie el Camino de Santiago. Y gracias a usted me tendré que quedar un día o más aquí, reponiéndome en el dique seco. Y menos mal que mi deseo había sido éste, que, como supongo sólo me va a suponer un leve retraso. No hay otra solución. Ustedes sigan su camino y déjenme aquí sumido en mi pequeña desgracia.

El albergue esta allí mismo. Así que reservaron la estancia, dejaron sus cosas en las habitaciones y bajaron al bar a tomar algo de cena.

-Nos va usted a perdonar -dijo Jesús-. Le tenemos que contar una decisión que hemos tomado. Hemos estado hablando mi esposa y yo, y es nuestra intención permanecer con usted todo el día de mañana aquí, observando la evolución de su dolencia e incluso si hay que permanecer más tiempo, también permaneceremos junto a usted aquí. Usted nos cae bien y si nos lo permite nos consideramos ya amigos suyos. Además este es el Camino de Santiago, donde habita la esencia de la solidaridad y el buen rollo. No nos puede dar un “no” por respuesta, porque entonces mi esposa y yo nos sentiríamos ofendidos. Además la lesión se la produjo mi esposa y es justo que la pecadora cargue con la penitencia. Así que, lo dicho, nos quedamos con usted. Y ahora prosigamos celebrado nuestra llegada al inicio del viaje y cuéntenos alguna de esas divertidas historias que usted adereza tan sabrosamente para nuestra delicia.

Juan no supo qué responder al ofrecimiento de Jesús. Miró a Clara y ésta también asintió con un encogimiento de hombros y una leve sonrisa de complicidad, que sugería algo así como “y qué menos podía hacer”. Así es el Camino, lleno de solidaridad y buena gente –pensó.

-Lo hemos decidido, y no se hable más del asunto –Dijo Jesús-. Y ahora , venga Juan, entreténganos con algún cuento de esas hadas amigas suyas.

-Cómo que un cuento. Real y verídico como las montañas que tenemos en frente. Vale, si no hay más remedio, tendré que relatarles lo que ella me contó. Pues verán. Tengo una amiga que antes no creía en estas cosas de Hadas, magos y hechicerías. Ella debería hoy ser más millonaria que un Rothschild, de haber creído sinceramente en las hadas. Verán lo que pasó.

Una navidad sintió una corazonada de que era su año de suerte y decidió comprar tres décimos de lotería y, no sabía por qué, pero tenía el pálpito de que ese año le iba a tocar un buen premio, incluso el gordo. Era su año. Para asegurarse su buena suerte ni corta ni perezosa se fue a consultar a un hada de mucho nombre que ella conocía, que acertaba de todo. Su consejo era crucial para asegurarse el número triunfador. El hada habitaba en un bosque cercano a su pueblo y allí fue mi amiga a buscarla, en cuanto se hizo de noche. El hada, en cuanto la vio llegar, aún antes de que mi amiga hablara, le exigió un pequeño pago que debía entregar al primer pobre que encontrara en su camino de vuelta. Como veis era un hada buena llena de bellos sentimientos hacia, sobre todo, los más desfavorecidos.

-Señora hada, no le quepa ninguna duda de que así lo haré. Aquí llevo varias monedas que entregaré como usted me ordena al primer mendigo que encuentre. Pero, querida hada, es que le voy a pedir una exageración de órdago, en la que tendrá que usar todos sus poderes, es que esta adivinación se las trae…

-Hable de una vez, y déjeme a mí calibrar la dificultad y el tamaño de su consulta.

-Necesito que me adivine el gordo de la lotería de estas navidades. Compraré tres décimos y quiero que salgan premiados, claro. Y si es con el gordo, mejor.

-Señora –dijo el hada- me pone usted en un cierto aprieto. Yo suelo tratar más con asuntos de amores, princesas, jóvenes príncipes y cosas de esas. Su propuesta es, efectivamente una gran novedad. Pero acudiré a mi más alta concentración y le sugeriré el número que desea. Eso sí, este supremo esfuerzo de predicción exige tarifa especial. Tendrá usted que donar r, si quiere resultados fidedignos, el importe de la décima parte del premio que obtenga entre los pobres.

-No dude, mi buena hada que así lo haré.

Está bien –dijo el hada-.

Y entornando los ojos, se concentró hasta volverse blanca como la luna llena en medio de la noche- y prosiguió.

-Ahora le voy a adivinar el número que sin duda saldrá premiado con el gordo y lo haré con su ayuda. Le haré tres preguntas, como siempre hacemos las hadas. Y con ellas compondremos el número que desea. Respóndame con sinceridad, buena señora señora y no se equivoque, por lo que más quiera. Comenzamos, pues

- ¿Cuántos años tiene usted?

-Cincuenta y siete –contestó mi amiga- sin quitarse esta vez cinco o seis, como solía.

-Está bien- dijo el hada- Ya tenemos el 5 y el 7. Ahora otra pregunta. ¿Cuántas veces hace usted el amor cada mes?

Mi amiga se sorprendió ante tamaña pregunta y consideró que el hada estaba siendo un poco cotilla y métemeentodo. Pero, como deseaba el gordo, no tuvo más remedio que responder:

-Supongo que unas 12 veces

-Muy bien -dijo el hada- el 1 y el 2. Ya estamos en la tercera y última pregunta y con lo que usted nos diga completaremos el número que le hará inmensamente rica. Y dígame, pues

-¿Cuántas veces ha engañado usted a su marido?

-Pero bueno –dijo mi amiga- indignada. ¿Qué clase de hada es usted? Hasta aquí podíamos llegar. Yo soy una persona decente, como la que más..

-No se altere, querida. Usted, ha venido a mí a consultarme y ya le dije que era una consulta de órdago, así que ¿quiere el gordo o no quiere el gordo? No me haga malgastar mis poderes.

-Ya le he dicho que soy una persona decente –dijo mi amiga bajando la mirada.

-Entonces el último número es un 0. Y ya ha completado usted la adivinanza. Como ve no ha sido tan dificultoso. Con esto hemos anticipado el número que saldrá premiado este año en la lotería de navidad.

Entonces blandió la varita mágica, como hacen todas las hadas, y sentenció. El número premiado será el 57120.

Llegó el día de la lotería y los niños empezaron con la cantinela de números y premios, y mi amiga pegada a la radio toda la mañana, oyó el número del gordo, el 57123, y su rostro se tornó lívido, de color cera. Y se dijo “Maldita embustera ¿ves lo que te pasa por mentirosa….” Mi amiga había comprado los tres décimos del 57120.

Jesús y Clara rieron con ganas al terminar la historieta. Y comentaron, sobre todo, la gran mala suerte que tuvieron los pobres que podrían haber recibido un pastizal con el diez por ciento de tres décimos de gordo. Una desgracia, y todo porque mi amiga no quiso reconocer que había sido un poco pendón en unas pocas ocasiones.

E.V. Calleja

El peregrino V

Claroscuro

Todavía faltaba media hora para que apareciera el autobús que le llevaría por fin a SJ Pied de Port. Juan, como siempre, ensimismado en su mundo. En ese momento pensaba en su Rosa. ¿Qué estaría haciendo en ese a estas horas? ¿Se le habría pasado un poco el enfado? Qué cara se le había quedado cuando la dejó allí plantada rodeada de maletas repletas de ropa y dios sabe cuántas cosas que ella había considerado imprescindibles para su viaje.

Juan no se sentía orgulloso de aquella despedida. Claro que no. Pero ¿qué otra solución tenía? Dejarla quizás llorando de rabia. No, mejor fue así. Un adiós, una puerta cerrada y unos pasos rápidos alejándose de casa. Y ahora estaba aquí, esperando el autobús, y se acordaba de ella y no podía dejar de sentir un cariño profundo por la madre de sus hijos, por la compañera, la amiga, la amante. Nunca había sentido que estuviera casado contra ella, como les pasaba a algunos de sus compañeros. Es verdad que era controladora, pero no manipuladora que es muy distinto. Y su control se limitaba casi exclusivamente a las cosas de la casa y de los hijos. Allí nadie podía interferir. Pero eso era todo. Y quiso reconciliar su conciencia por tan cruel despedida, porque él era un hombre bueno. Pensó que no estaría de más hacerle una llamadita y decirle que estaba bien, que el viaje estaba siendo ameno y que le perdonara al menos un poco por querer hacer este viaje, en solitario, hacia su yo interior, que su intención era únicamente sentirse libre como un pájaro para eximirse de toda preocupación durante un tiempo. Que le dejara gestionar ese espacio privativo que se reservaba para sí mismo en este momento Y eso le contó. Y ella suspiró y no dijo más que “me alegro, cariño, buen viaje”

La verdad es que desde hacía unos meses estaba sintiendo algo extraño por ahí dentro de su cuerpo y de su alma y como que tenía una sensación extraña, algo así como si “esto se está acabando”. Sentía que debía decirle a alguien, aunque fuera a sí mismo, lo que pensaba del mundo, del ser, de la vida, de las cosas, de la materia, de la religión, de Dios, del más allá y del más acá, de las estrellas…. de todo lo habido y por haber, de lo divino y de lo humano, de todo lo posible y lo imposible. Sobre todo debía decir algo del amor que estaba seguro era, al menos par él, su verdadero motor vital.

Y la verdad, sentía una urgencia especial de pensar y relatar cosas y decirlas con frases contundentes y elegantes como si fueran las últimas que fuera a formular en su vida. Y eso era lo que más deseaba en este preciso momento. Sentía la necesidad de decirle al mundo o a quien quisiera oírle, que él había pasado por aquí y que se había dado por vivo, y deseaba contar que el mundo que le había dicho algo especial y tenía que compartirlo con los demás.

Bueno, es verdad que Juan se sentía un poco delicado, pero, una advertencia importante, no es que él se sintiera especial por tener su enfermedad. No irían a pensar los demás que le pasaba como a su amigo Leonardo, el de mantenimiento del colegio, que cuando fue al médico y le dijeron que tenía “hiperplasia prostática quizás benigna o quizás maligna”, que tuviera mucho cuidado, se sintió importante. Era lo más impactante que le había ocurrido hasta entonces en su vida. Los médicos se preocupaban por él y estudiaban su caso. “ Dios, qué sensación!” debió pensar para sus adentros. Se sintió tan importante que estuvo una semana entera viniendo al colegio con traje y corbata y todo el personal extrañado le preguntaba y él con la mayor solemnidad, les explicaba que los médicos le habían diagnosticado” hiperplasia prostática, quizás benigna, quizás maligna”, una enfermedad importante, ¿sabes? –le decía al interlocutor- y luego suspiraba profundamente y seguía caminando por el colegio con la cara alta, sintiendo que por fin, a su gris y anodina vida, le pasaba algo importante.

Y hay muchos viejos que son igual que Leonardo –pensó Juan- ¡Hay que ver como les va fardar de sus enfermedades!. Y se pasan las charlas con amigos, vecinos y conocidos contándose males y consultas médicas y enfatizando lo graves que pueden ser sus dolencias…

Juan estaba tan ensimismado que no se había percatado de que un señor se había parado junto a su banco. Vestía muy parecido a él y había dejado la mochila a los pies del banco. Evidentemente era un compañero de Camino.

-Hola, señor –dijo el caballero, en apariencia de la misma edad que Juan, bien conservado y con modales educados. Sin duda de su mismo gremio laboral, o sea, enseñante-. ¿Le importa si me siento a su lado? Veo por su atuendo que tenemos algo en común. ¿Por casualidad no estará esperando usted al autobús que va a SJ Pied de Port.

-Pues sí, señor. Eso es lo que hago. Y perdone que, al estar un poco distraído, no me haya percatado de su presencia.

-Soy Jesús, para servirle a Dios y a usted. ¿Me puedo sentar con usted y matar el tiempo mientras llega el autobús?

- En absoluto, señor. Mi nombre es Juan. Y si vamos hacer el mismo Camino aquí quedo, de ahora en adelante, a su disposición, para lo que se pueda ofrecer, que son muchos días de Camino y nos podemos necesitar mutuamente, y siendo usted Jesús, o sea El Salvador, me veo desde ya mismo especialmente protegido contra cualquier adversidad estando usted a mi lado.

-Encantado Juan. Lo mismo digo –dijo Jesús riendo la gracia-. Pero no he nacido en Belén, eh… que soy de Canarias y a mucha honra. Y, si no es indiscreción ¿de dónde es usted?

Pues yo de Madrid, aunque , si he decir la verdad, nací en el norte de España, pero llevo toda mi vida en Madrid, así que me considero tan madrileño como el que más, a todos los efectos. Y, dígame Jesús, viaja usted sólo como yo?

No, señor. Creo que a nuestra edad es un poco temerario embarcarse en un viaje tan largo y penoso sólo. Vengo acompañado de mi mujer, que está justo acercándose, la de la mochila colorada. Se llama Clara, y además de mi esposa fue también compañera de trabajo en la docencia.

Enseguida se unió Clara a los dos caballeros. Era una mujer sesentona, como ellos, pero todavía de buen ver. Se notaba que la vida no la había tratado mal. Parecía más llena de energía y vitalidad que ellos. Dejó la mochila frente al banco y al levantar los ojos se tropezó con la mirada escudriñadora de Juan. Ella le mantuvo la mirada un instante fugaz.

Clara –dijo Jesús- Te presento a Juan. Va a hacer el Camino, igual que nosotros. Y es también colega de profesión.

Encantada de conocerle –dijo Clara- y dudó si darle un beso o sencillamente ofrecerle la mano. Le tendió la mano y Juan se la sostuvo un momento más de la cuenta, inclinándose respetuosamente, y haciendo el ademán de besársela, como se saluda a las damas de alcurnia.

Uf, vaya gesto de colegio de pago, tiene este tío -pensó Jesús-. En esto de los detalles, yo debo ser más de escuela pública. Sin duda me faltan unos últimos retoques para llegar a la altura de Juan. Creo que debo estudiar y mejorar mis modales sociales. De todos modos ¿no será ya un poco tarde para cambiar? Olvidemos el asuntito por ahora.

Bueno, -dijo Jesús- para matar este rato, mientras llega el autobús, ¿nos podría hablar un poco de su Madrid? Yo apenas lo conozco. Y mi mujer, aunque es peninsular, se ha pasado la vida conmigo, en Canarias. Así que nos sentiríamos encantados si nos pudiera deleitar contándonos alguna que otra cosilla de su Madrid.

Que conste que yo no soy un guía, eh… -dijo Juan- Pero me encantará contarles alguna de las cosas y lugares que a mí más me interesan de mi ciudad. Empecemos por el centro. Si quieren conocer el Madrid vivo, lo mejor es que se hospeden en algún hotelito de la Gran Vía. Desde allí podrán ir a la Plaza Mayor, a Sol y sobre todo pasear por la Gran Vía. La calle se inicia en La Cibeles, sube hasta el edificio de Telefónica, y luego baja hasta la Plaza de España. Unos dos kilómetros de tobogán. En realidad el edificio de la Telefónica es, justo, la cumbre de la colina. El espectáculo de gentes yendo y viniendo por esas aceras es muy representativo de Madrid. Por la mañana está llena de turistas, a mediodía acude gente a comer en algunos buenos restaurantes. Ahí se encuentra el casino militar, en el que sirven excelente comida y, al ser militar, te tratan como si fueras un general. Yo he tenido la fortuna de comer ahí, atendido “generalmente”, claro. Por la tarde acuden, elegantemente vestidos, no como los turistas que parecen hordas de invasores bárbaros,, los espectadores de los teatros, que en esa zona están los mejores. Por la noche el público es otro, pero mejor no hablemos de de esas sombras que deambulan para las calles a esas horas… Pero eso también es el Madrid en el que nos movemos. Y al amanecer todo volverá a ser lo mismo que el día anterior: bullicio por la mañana, elegancia por la tarde y oscuridad por la noche. Como veis no quiero hablaros de monumentos. Sólo de vida.

-Qué interesante –dijo Jesús. ¿Te gustaría hacer una visita algún día a esta zona, Clara?

-Claro, cariño. Una y cien veces. Pero deja que nos hable Juan, no le interrumpas el relato.

Otra zona que a mí me complace sobremanera –prosiguió Juan-, es la zona Este de Madrid. Ahí se sitúa el Parque de la Naciones. Es un conjunto urbanístico en el que se sitúan los Recintos Feriales de Madrid. Alrededor de este recinto han surgido edificios modernos de oficinas, palacios de congresos y hoteles de cuatro estrellas. Todo funcional y armónico. Y justo al otro lado de estos edificios hay un gran parque, más grande que El Retiro, y mucho más moderno. Un río circular, como el del paraíso del Edén, rodea todo el parque y hace las delicias del visitante. Hay colinas y estatuas modernísimas y gigantescas en las cimas de las colinas. Hay un campo de golf dentro del parque. Además te puedes adentrar en un olivar antiquísimo de por lo menos los tiempos de D. Rodrigo, no del de Vivar, sino el de los tiempos de los Visigodos. Os Juro que es una delicia, sobre todo en primavera.

-Oh Clara-dijo Juan- Este hombre me está poniendo los dientes largos. ¿No te gustaría que visitáramos este lugar en cuanto tengamos oportunidad, Clara?

-Claro marido, claro que me gustaría, una y mil veces. Siga usted, Juan.

-Otro lugar para mí entrañable, es la sierra de Madrid. No hablo de la sierra del Oeste, la de la Carretera de la Coruña. Esa a mí no me interesa. Está tan civilizada que da lo mismo estar ahí que en Madrid. Hablo de la sierra que está al Norte, por la carretera de Burgos. Y no hace falta irse hasta Somosierra. Basta acercarse a la montaña, unos 50 kilómetros, a las estribaciones del la sierra del Pico de la Miel. Allí se encuentran pequeñas urbanizaciones que lindan con el monte puro. Las casas se parecen mucho a las cabañas de las que hablan los americanos en las pelis, cuando invitan a su familia o a sus seres más queridos a viajar a la cabaña y se adentran en el mundo fascinante de la naturaleza. Así es esa zona. Incluso hay un pueblo que se llama Cabanillas de la sierra, Su nombre hace referencia, sin duda, a las cabañas que allí construían los pastores que cuidaban los ganados que pastaban por las cañadas en la época de la trashumancia. Es una zona llena de pequeñas praderas, regadas por el agua de los arroyuelos y manantiales que llegan directos desde la montaña. Hay multitud de encinas, enebros, jaras, tomillos… Dios mío! Qué aroma surge de esa tierra. En el verano por las noches te puedes echar boca arriba en una hamaca y gozar de un hotel, no de cinco estrellas, sino de un millón de estrellas. Si nunca habéis experimentado en vuestro espíritu esa sensación de libertad, de cielo inmenso y de estrellas infinitas, os invito a que no dejéis de acercaros a esta zona.

-Ay Clara –dijo Jesús- ¿no crees que nos estamos perdiendo algo importante y que debemos programar un viaje a estos bellos lugares? ¿No te gustaría disfrutar de esa sierra?

-Claro, tesoro. Una y un millón de veces. Y bajó la cabeza soñando, su mente perdida en una inmensa lejanía.

En ese momento sonó por la megafonía el aviso para los pasajeros de SJ Pied de Port. Nuestros tres pasajeros se apresuraron a recoger sus mochilas del suelo y presurosamente se lanzaron a la mansa carrera que pueden tener los sesentones en busca de su autobús. Todo hubiera ido perfecto si no fuera porque Clara en su apresuramiento le dio un fuerte pisotón a Juan que les machacó todos huesos metatarsianos y tuvo que ser Jesús el que cargara con dos mochilas la suya y la de Juan porque éste, más que caminar se arrastraba a duras penas, sufriendo en su pie derecho todas las penas del purgatorio.

Por fin ya estaban en el autobús. Juan le dio las gracias a Jesús y éste no pudo por menos que reprochar a su mujer su falta de cuidado. Y dijo:

-Mujer, pero ¿por qué no miras el terreno que pisas?

Clara miró al suelo. Se sentó junto a su marido en el asiento de la ventanilla y todos los indicios daban a entender que pensaba pasarse todo el trayecto pegada al cristal, mirando el paisaje.

Evidentemente, Juan no había empezado el viaje con buen pie. Pero, gracias a dios, todo quedó en un problema de metatarsianos magullados, y cuando remitió el dolor, les dijo que no era nada y que el pisotón de Clara había sido producido por el nerviosismo del momento, que los viejos no estamos ya para que nos metan prisas, y que esas megafonías nos aturden.

Esta actitud de Clara enfurruñada y mirando a la nada por el cristal, le creó dudas a Juan sobre la posibilidad de que el pisotón hubiera sido intencionado.

-Acaso he dicho algo inconveniente? -pensó- no tengo la menor idea. O es porque me habré dirigido casi siempre a Jesús y ella se haya sentido ignorada o minusvalorada. Por qué el creador habrá hecho así a las mujeres, tan lindas por fuera y tan enrevesadas por dentro. Nosotros, los hombres, qué distintos a ellas! Somos simples, lo que pensamos lo decimos y ya está, para que lo entienda todo el mundo, sin tapujos, sin segundas intenciones. En fin, ya se le pasará y, en todo caso, tiempo al tiempo. Yo me quedo con el metatarso magullado y ella sigue con su enfado. O sea, los dos jodidos. Jesús se percató del desaguisado y le susurró algo al oído a su mujer. Esta reaccionó dignándose dirigir su mirada hacia Juan y dedicándole una levísima sonrisa, que parecía querer decir "perdón, señor" y volvió a mirar al infinito. Juan aceptó la disculpa con una leve inclinación de cabeza llena de dignidad, y ahí dio por terminado el incidente del pisotón, al menos por su parte.

Eusebio V. Calleja

sábado, 25 de noviembre de 2017

El peregrino IV

Como el trayecto de Madrid a Pamplona es largo, hay tiempo para todo. Cuando el interés por el alma de Juan decayó, a nadie le interesó seguir elucubrando sobre temas así de transcendentales, de modo que nuestro querido Juan se concentró en sus pensamientos y volvió a soñar, pero esta vez sin dormir, un sueño de hombre soñador. Y esto era lo que le circulaba por las neuronas de su cerebro. Lo transcribo tal cual. Tendréis que perdonarle que esta vez se ponga transcendental o filosófico o tierno y sentimental. Pero él es así:

"Poco sabemos sobre cómo alcanzar la verdad, pero sí sabemos cómo caminar de un lugar a otro, por más arduo que sea el viaje. Esa es mi única aspiración en este viaje: caminar de un lugar a otro, no parar, porque parar es morir. Mi vida es como la de un pájaro parecido a la golondrina, que se llama vencejo y que tiene las patitas tan cortas que si se posa en el suelo no puede remontar el vuelo y muere. El vencejo se pasa la vida en un eterno viaje. Como yo, sólo que él va por el cielo y yo por el suelo; pero los dos condenados a un eterno peregrinaje. El se pasa la vida viajando por el cielo y no puede posarse, porque es volar o morir. Hasta aparearse lo hace volando. Si no vuela no podrá comer, ni respirar, porque él vive del aire y del alimento que el aire le proporciona, que son básicamente los mosquitos. Su boca abierta succiona aire y alimento y no podrá dejar de volar. Y sólo se posará en un risco o tejado alto para cumplir con su obligación de anidar y prolongar la especie, y eso sucede una vez al año. Pondrá sus huevos, alimentará a sus crías durante dos meses y tarea cumplida. Luego otra vez al cielo, a viajar alejado del suelo. Yo tampoco podré pararme en cualquier albergue del camino, porque esté cansado o me duelan los pies o el alma. Si quiero la meta, he de seguir caminando y no parar. Parar sería el final de mi camino sin haber llegado a nada. Así que a caminar Juan, a ver qué nos encontramos. En el camino está la verdad, la vida. En la parada no hay nada, amigo mío. No tienes ya ninguna razón para detenerte. Tú, al igual que el vencejo, ya has anidado, ya has criado a tus hijos, has cumplido con el deber de ir perpetuando la especie. Ahora el camino es tu vida."

Y con estos pensamientos revoltosos y confusos cociéndose en su cerebro se fueron acercando a la estación. El tren se paró y Juan se levantó del asiento. Todos los del compartimento se fueron despidiendo y le desearon felices sueños, silenciosos o compartidos y Feliz Camino. Todos fueron comprensivos con él, porque los viejos se duermen en cualquier parte y hay que ser educados y respetarles el merecido descanso. Y cada uno se fue por su lado hasta nunca más ver, pero se llevaron un agradable recuerdo de aquel viejo soñador.

Juan se sentó en un banco de la estación y mientras esperaba al autobús que le iba a llevar a Saint Jean Pied de Port, no pudo por menos de recordar a la persona que le había contado la vida de estos increíbles pájaros que se pasan el 80 por ciento de su vida en el aire. Esta persona le contó cómo ella recogía a algunos vencejos que caían al suelo y les ayudaba para salvarles de la muerte. Y es que los pobres tienen un grave problema cuando caen al suelo, sobre todo las crías. Mientras están en el nido la madre los alimenta y les hace engordar hasta que pesan incluso más que ella misma. Pero a los dos meses tienen que saltar del nido y nunca más volverán a él. Tendrán que buscarse la vida por sí mismos en otra parte del planeta, porque el nido ya no será su casa y su madre les soltará definitivamente de su protección. La madre si volverá año tras año al mismo nido con una precisión de GPS y allí criará otros polluelos.

Algunas veces estas crías no aciertan con el aleteo correcto o no están suficientemente fuertes y caen al suelo y ya sabemos que caer al suelo significa la muerte. Esta persona con ternura los recogía y alimentaba un tiempo hasta que estaban suficientemente fuertes para ´volver emprender una vida en Dios sabe que latitudes de la tierra.

Juan me encargó encarecidamente a mí , su portavoz, que le diera las gracias a esa persona en su nombre. Me dijo que fue gloria bendita oir el relato de su boca y que siempre se la imaginará teniendo en su mano una cría de vencejo y alimentándolo tiernamente, para darle una oportunidad de vivir y divisar la tierra casi entera desde las alturas, ya que son aves migratorias y realizan gigantescos viajes, buscando los mejores climas del globo terráqueo

Me dijo que ella le había inspirado este episodio de su Camino y que a ella le dedicaba estos pensamientos que me ha dejado para que se los transmita a ustedes, mis pacientes y sufridos lectores. Y este día se despidió diciéndome: “Amigo escribano, ten en gran aprecio a una persona así, porque no se encuentran muchas de éstas en el mundo y quien encuentra a una de ellas encuentra un tesoro Una persona que acuna y mima así a un pobre pájaro ha de tener un alma muy especial”. Y prosiguió: “No os voy a revelar su nombre, porque no sé si a ella le gustaría. Sólo os diré que, mientras me contaba esta tierna historia de los vencejos, su rostro lucía con una luz especial. Si un día, en vuestro peregrinaje os encontráis con ella, la reconoceréis fácilmente, porque os contará historias entrañables y su rostro resplandecerá otra vez, mientras el corazón se le seguirá saliendo por la boca”.

E.V. Calleja