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jueves, 12 de abril de 2018

Letras de coplas

Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que vas a morir y mira que no sabes cuando.

Mira que te estoy mirando, cara a cara, frente a frente y no te puedo decir lo que mi corazón siente

Amor mío no llores ni hagas a mí llorar, porque si lloramos los dos, quién nos va a consolar.

Amor mío no me pegues, no creas que soy de bronce, que una piedra se quebranta, a fuerza de golpes.

Paloma si vas al monte, mira que soy cazador, y se te tiro un tiro y te mato, para ti será el dolor.

Dime paloma torcaz, adonde tienes el nido, mira que me han hecho guarda de los álamos del río.

Por tus ojos dos luceros y tu nariz una pluma delgada, y tus dientes letra menuda y tu boca carta cerrada.

Labrador si vas a arar, echa los surcos derechos, que las mocitas de ahora se fijan en los barbechos.

En el monte canta el cuco y en la torre la cigüeña y el mochuelo en el olivo y borracho en la taberna.

El corazón te daré, y también te daré la vida, y el alma no te la doy, porque no es tuya ni mía.

Por esta calle que entramos hay entrada y no hay salida y yo la tengo que hacer aunque me cueste la vida.

Por la calle abajo, baja un ratón, haciendo media con las agujas de palo y el ovillo de madera.

De los árboles frutales, el olivo es el mejor, porque del olivo sale la lumbre para el Señor.

Pajarillo lisonjero al río vas a dormir, ya te he cortado la rama en la que solías dormir.

Dicen que el agua divierte, quita las penas y da alegría, si es triste mi semana, la canto al ser de día.

Quisiera volverme hiedra y subir por las paredes y entrar en tu habitación para ver el dormir que tienes.

Cuando te veo entre flores y asomada a la ventana, son tan lindos tus colores y tan bonita tu cara.

Hala que ya me despido con mucha pena y dolor y en los clavos de tu puerta, dejo mi corazón.

A esta puerta hemos llegado con deseos de cantar a ver si nos dan licencia para poder empezar, y la licencia ya es dada del Señor corregida, que a la puerta que lleguemos que nos den lo mejor.

Ahí va la despedida con la con la mano en el sombrero porque siempre me ha gustado quedar como un caballero.

Letras de coplas recopiladas por Eduardo Ranera.

martes, 4 de abril de 2017

El prodigio de la vida

Atravesando aquel bosque frondoso entrecruzado de árboles centenarios, había un viejo álamo que daba cobijo a multitud de animalillos. En lo alto de una de sus ramas vivían, pegados a una hoja, tres minúsculos huevecillos. Parecían tres manchas diminutas que pasaban inadvertidas para todos.

Un día el viejo álamo les habló y les dijo con una voz profunda:

­_ Pequeños huevecillos id despertando, ya es la hora de que veáis la luz de la vida.

Los huevecillos al oírle, empezaron a removerse dentro de sus cascarones y a patalear.



_ Que estrecho se está aquí dentro, protesto el primero.

_ Yo tengo hambre, dijo el segundo.

­_ No os conozco dijo el tercero, con una voz suave.

Entonces el primer huevecillo se presentó.

_ Hola, yo soy Gustavo.

_ Yo soy Boniato, dijo el segundo.

_ ¿Boniato…? Y que nombre es ese, dijo Gustavo. Y comenzó a reírse.

_ Me gusta y punto, dijo Boniato muy serio.

_Y, tú ¿quién eres? preguntaron al unísono Gustavo y Boniato.

_ Yo soy Mari Pili, y soy una chica.

Una vez hechas las presentaciones, los tres huevecillos respiraron un ratito, tomaron fuerzas y decidieron que deberían empujar con sus patitas a ver si así conseguían salir de allí. Así es que comenzaron a empujar y a empujar dentro de sus cascarones.

_ Yo ya he hecho un boquete en mi cascara, dijo Boniato, que era el más fuerte.

Gustavo seguía intentándolo, y se removía y se removía dentro de su huevo.

Mari Pili ya estaba un poco cansada y prefirió parar.

_ Chicos, creo que voy a necesitar que me echéis una mano, dijo Mari Pili.

De repente Boniato dijo:

_ ¡Fantástico! veo algo, es la luz, que maravilla, ahora podré salir de aquí por fin, por fin.

Gustavo seguía empujando hasta que con gran esfuerzo pudo romper su cascara.

_ Ahora te ayudaremos Mari Pili, no te preocupes, dijeron los dos recién nacidos.

Y así fue, Mari Pili pudo salir de su cascaron gracias a sus dos compañeros.

Esto es precioso, dijo Gustavo, deberíamos buscar comida, dijo Boniato.

Los tres se quedaron por un momento mirándose y se preguntaron

_ ¿y nosotros que somos?

El señor Álamo les escucho y les hablo de nuevo.

_ Vosotros pequeñines sois gusanos, y aunque ahora penséis que sois insignificantes y feos, llegara un día en que todos os admiraran. Y con estas palabras dio por concluida su afirmación.

_ Que ha dicho que somos, dijo Boniato

_ Ha dicho que somos gusanos, dijo Mari Pili, eso no me suena nada bien.

_ Tonterías, dijo Gustavo, vamos tenemos que comer algo, mirar aquellas hojas, parecen suculentas.

Y hacía las hojas se fueron los tres. Pasaron un buen rato degustando aquel manjar.

Una vez satisfechos los tres fueron en busca de amigos, alguien tendría que vivir en aquel viejo árbol, era inmenso.

Lentamente subieron un poco más arriba y allí ante sus ojos divisaron algo, algo muy extraño que no sabían que era.

_ Buenos días, somos Gustavo, Boniato y Mari Pili. Somos nuevos aquí y queríamos saludarla. _ ¿Sería tan amable de decirnos quien es usted?


La señora araña que no era muy simpática, les contesto con desgana.

_ Pero bueno, no me digáis que no sabéis que soy una araña, dijo contrariada, no veis lo ocupada que estoy, me paso todo el día tejiendo y tejiendo mi tela, iros a jugar a otra parte, yo tengo mucho trabajo que hacer y además sois espantosos.

Los tres amiguitos bajaron sus cabecitas con gesto triste y decidieron seguir subiendo.

Mari Pili se sentía fatal, pero tenía la esperanza de encontrar a otros vecinos más amables.

Subiendo y subiendo llegaron a una puertecita y llamaron suavemente. Toc, toc….

Les abrió la señora ardilla, que, con un gesto airado, sin soltar la nuez de sus manos los miro con los ojos muy abiertos, un tanto contrariada.

_ ¡Caramba...! dijo al verlos, pero de donde habéis salido criaturas, ¿qué queréis?

_ Vera señora, dijo Boniato, acabamos de nacer y queremos buscar amigos para jugar.

_ Ya veo, dijo la señora ardilla, como vais a jugar con mis niños siendo tan pequeñines. Sois muy lentos, os estiráis y os encogéis para andar. Mis niños saltan y brincan de rama en rama, nunca podrían jugar con vosotros, y de un portazo cerró la puerta en las narices de nuestros tres amiguitos.

_ Vaya modales dijo Mari Pili, aunque lleva razón, seguro que nunca podríamos hacer lo mismo que sus hijos, y siguieron caminando cabizbajos.

Y pasaron los días y los días y nuestros amiguitos seguían comiendo y comiendo y creciendo y creciendo.

Un día llegaron a lo más alto del señor Álamo y se encontraron con un nido. Dentro había cuatro polluelos más feos que Picio. Tenían unas pocas plumitas tiesas sobre sus cabecitas que les daban aspecto de punkis. Los cuatro abrían sus picos de una forma muy extraña a la vez que lanzaban unos sonidos muy inquietantes.

_ Hola, dijo Mari Pili, levantando la voz, acercándose lentamente para no asustarlos. Venimos a jugar con vosotros. ¿Por qué tenéis tan pocas plumas y piais tanto, acaso no os encontráis bien?

_ Tenemos hambre, dijo uno de ellos estirando su cuellecito al máximo, mientras pisoteaba a su hermano más pequeño. ¿Sois comida? Pregunto intrigado.

_ No, no; no somos comida, somos gusanos, dijo Boniato, un tanto enfadado.

_ Son gusanos, son gusanos, mama, mama, aquí hay comida, gritaron los cuatro juntos.

Los tres amiguitos salieron pitando de allí, antes de que la madre de los polluelos les oyera.

No encontrarían nunca a nadie para jugar, pensaron los tres en silencio. A partir de aquel día dejaron de buscar amigos y se dedicaron a hacerse compañía. Los tres se convirtieron en inseparables amiguitos. Desde lo más alto del viejo árbol podían ver al señor topo cavando sus túneles, a la señora urraca escondiendo sus tesoros y de vez en cuando miraban boquiabiertos a unos pintorescos animalillos, que pasaban volando cerca de allí, les dejaban fascinados.

Un día estaban reposando la comida, cuando oyeron de nuevo al señor Álamo hablar.

_Chicos, ha llegado la hora, deberéis tejer vuestros capullos y dormir un largo sueño.

Los tres amiguitos se miraron y decidieron hacerle caso sin rechistar, allí no había nada más que hacer. Nadie les prestaba la más mínima atención.

Tejieron y tejieron día y noche hasta que solo quedo una pequeña abertura en sus capullitos. Los tres se despidieron con lágrimas en los ojos y cerraron sus capullos. Todo quedo en silencio.

Transcurridos unos meses y con la llegada de la primavera los capullos comenzaron a agitarse repentinamente. Uno a uno fueron abriéndose y de dentro se pudo ver como tres preciosas mariposas estaban saliendo de ellos.

Una vez fuera, los tres se miraron y se abrazaron. No podían parar de reír. Somos mariposas dijeron a la vez. Y comenzaron a dar saltos y más saltos de alegría.

_ Os acordáis de las que vimos pasar volando cuando éramos gusanos, dijo Boniato.

Entonces no sabíamos que nos convertiríamos en mariposas.

_ Mari Pili, eres preciosa, dijo Gustavo. Y agarrándola de una patita la hizo girar sobre sí misma.

Te has convertido en un ser bellísimo.

_ ¿De verdad?, dijo Mari Pili, poniéndose muy colorada.

_ Tu tampoco estas nada mal Gustavo.

_ Bueno, bueno, chicos, dijo Boniato, ya basta de piropos.

_ Tú también estas muy guapo Boniato, dijo Gustavo entre risas, que orgulloso estoy de vosotros.

Los tres se habían convertido en unas espectaculares y bellas mariposas.

Batieron sus alas una y otra vez y volaron y volaron por encima del señor Álamo.

_ Señor Álamo, señor Álamo somos mariposas, dijo Gustavo.

¡Volamos señor Álamo! Gritaron los tres a la par.

_ Lo sé, lo sé, dijo el señor Álamo, con una amplia sonrisa, lo he sabido siempre.

_ Estamos muy felices, dijo Mari Pili, mientras su corazoncito saltaba de alegría.

Decidieron ir a visitar a la señora araña, para decirla que ya no eran gusanos.

Pero como siempre la señora araña estaba muy ocupada con su tela y no les prestó ninguna atención. Ni siquiera se percató de su radiante cambio.

Despues se dirigieron a casa de la señora ardilla. Las pequeñas ardillitas estaban en la puerta. Vieron pasar volando a las tres mariposas y fueron a llamar a su mama.

_Mami, mami, mira que mariposas tan bonitas.

Las tres se posaron justo delante de la señora ardilla y la recordaron quienes eran.

La señora ardilla muy sorprendida les dijo muy avergonzada que se habían convertido en unos preciosos seres y que ahora entendía su error. Les deseo mucha suerte a los tres en su nueva vida. Y allí se quedó muy quieta, mirándolas, cuando ellas emprendieron su vuelo.

Despues decidieron encaminarse al nido de los cuatro polluelos.

Cuando llegaron allí comprobaron que el nido estaba vacío. Qué pena no poder volver a verles, seguramente se habrían convertido en unos preciosos pájaros con plumas y todo, aunque seguramente que de haber estado allí, les hubiesen seguido confundiendo con comida.

Y de nuevo el señor Álamo les hablo.

_Queridas y bellas amiguitas, ahora podéis volar, tenéis que dejar vuestro hogar, y abandonar este bosque. Encaminaros a los prados, a los valles y a los campos para que todo el mundo disfrute viendo vuestra belleza. Nunca jamás volveréis a pasar inadvertidas. Ya habéis visto como el ser más minúsculo puede llegar a convertirse en algo maravilloso. Este es el prodigio de la vida. Es vuestra hora volad, volad.

Los tres amiguitos se miraron, asintieron y dándose un buen impulso partieron juntos dejando atrás aquel viejo árbol. A lo lejos divisaron muchas más como ellas. Ahora comenzaban un nuevo camino y esta vez estaban seguros que llenaría de felicidad sus vidas.

Y como dijo Don Fermín, este cuento llega a su fin.

P. Sardinero

Historias al pie del ombú

En la pampa argentina hay un árbol..., un arbusto...,los lugareños no saben como definirlo, arbusto majestuoso y fuerte o árbol débil, es un ombú, todos quedan impresionados por su gran belleza, sus ramas dan cobijo a pájaros buscando libertad y también a aves huyendo de sus depredadores, al pie del ombú pasan historias increíbles, os voy a contar la historia de un pájaro, en concreto un jilguero, de cómo llegó hasta las ramas de un ombú.

Hubo una vez un jilguero, vivía en un rancho con una familia que le quería como a un miembro más, era la alegría de los niños, el jilguero se les posaba en el hombro, comía en las palmas de sus manos, pero aunque en esa casa se respiraba felicidad a raudales, el pajarito en el fondo no era feliz, el ansiaba ser libre y disfrutar de la plena libertad.

Un día ante un descuido de los niños, el jilguero se escapó, empezó a volar sin rumbo y cuando ya se encontraba exhausto, divisó un árbol a lo lejos en el cual descansar, siguió volando , sabía que si hacía un último esfuerzo, llegaría a alcanzarlo y esa sería su salvación, cuando al fin llegó respiró tranquilo. Había llegado a las ramas de un ombú, ahí descansó.

El pajarito vio que era un buen sitio para vivir, estaba rodeado de muchos árboles, se respiraba libertad por todos los lados. Le gustaba su nuevo hogar, se alimentaba de pequeños insectos que iban chocando en las ramas del árbol, y calmaba su sed con las gotas de rocío que se acumulaban en las ramas cuando iba anocheciendo.

Un día oyó un ruido el cual le alertó del posible peligro, un zorro estaba intentando alcanzarlo, el zorro era muy ágil, pero no podía acceder al hueco donde se resguardaba el jilguero; éste se había acurrucado en el hueco que había entre dos hojas del árbol, el ombú le estaba protegiendo, los dos habían hecho un buen equipo. El zorro no cejaba en su empeño, ya que llevaba días sin echarse nada a la boca y tenía que alimentar a sus cachorros; pero el jilguero sabía como protegerse del intruso y el zorro dejó por imposible a su posible presa, y tras descansar a la sombra del ombú, el zorro siguió su camino, esperando tener más suerte la próxima vez.

El jilguero vio alejarse al zorro, suspiró aliviado. Pasaba el tiempo y ahí seguía el pájaro, iba sorteando como podía los peligros que le seguían acechando ¡era un pajarito con suerte¡

Un día llegó un chico al pie del árbol, se sentó a la sombra de él, se quedó dormido y el pájaro lo observó con curiosidad y no se asustó, al contrario, iba bajando por las ramas y cuando se puso a la altura de su cabeza, el chico despertó y el pájaro volvió a remontar el vuelo hasta las ramas más altas; el chico después de haber descansado un rato más se marchó, al día siguiente volvió y al siguiente igual, ya que ese arbusto tan majestuoso y el propio entorno le inspiraban a la hora de escribir cartas de amor a su amada, en ese idílico paisaje escribió las cartas más bonitas y románticas que un hombre puede dedicar a la mujer que ama, siempre empezaba sus cartas con : Querida, queridísima....

Como de costumbre, el chico iba a diario, el jilguero se posaba en su hombro, era testigo de esas palabras tan dulces, el chico estaba tan absorto en lo que escribía que no se percataba de su presencia. Un día el pajarito le cantó, se hizo notar, el chico lo intentó coger y él se dejó coger, le inspiraba confianza, desde ese día cada día disfrutaban el uno del otro, bajo la sombra del ombú.

Un día el chico dejó de ir, el jilguero y el ombú esperaban con inquietud la vuelta de su amigo, pasaban los días... un buen día en la lejanía divisó el pájaro a una pareja que se acercaba, al llegar la pareja buscó al jilguero entre las ramas, el pajarito cuando vio que era su amigo se alegró muchísimo, se posó en su hombro y cuando se marchaban el pájaro ya no se separó de ellos. En el fondo sabía que le había llegado la hora de estar de nuevo con una familia, pues ya se encontraba mayor y no dudaría mucho.

En su marcha el pájaro se volvió y el árbol estaba cada vez más lejos, el árbol que le había dado cobijo, alimento y amistad ya apenas se divisaba y entonces el jilguero cantó ombú....., ombú........

M.C. Prieto

viernes, 31 de marzo de 2017

Poesía de amor hacia los hijos

Dime qué sientes
si en tu sangre caliente
llevas la simiente.
Madre que engendras,
madre que amas,
¡Quién pudiera sentir
dentro de tu vientre!
¡Quién pudiera ver
lo que tú haces!
Arropando a tus hijos
ocultando sus males.
Es es un ladrón
dices que no sabes
perdonando el sin perdón
de sus malas artes.
Tus hijos para ti
son lo que más vale.
No ves en ellos defectos
porque son carne de tu carne
Y los quieres y los amas
desviviéndote por ellos
haciéndolos cobardes.
Eres capaz de morder
capaz de matar.
Y, madre, tu amor
es en verdad tan grande
que desde tu vientre
ya aprendiste a engañarles
sintiéndote juez, verdugo y cobarde
tapando a tus hijos
para que no puedan tocarles.

Riansares del Campo

jueves, 23 de marzo de 2017

Poemas de la vida

Labrador, si vas a arar,
Haz los surcos derechos,
Que las mocitas de ahora
Se fijan en los barbechos.

Dime paloma torcaz
Dónde tienes el nido,
Mira que me han hecho guarda
De los álamos del río.

Eres paloma torcaz
Que en el pico llevas flores,
En las alas azucena
Y en el corazón amores.

Ya me despido
Con mucha pena y dolor,
En los clavos de tu puerta
Dejo yo mi corazón.

A esta puerta hemos llegado
Con deseos de cantar,
A ver si nos dan licencia
Para poder empezar.

La licencia ya está dada
Por señor corregidor,
Y a la puerta que llegamos
Nos ofrezcan lo mejor.

Eres más hermosa niña
Que la nieve en un barranco,
La rosita en el rosal
Y la clavelina del campo.

Por la calle abajo baja
Un ratón haciendo media,
Con agujas y ovillo
De madera.

Son tus ojos dos luceros,
Tu nariz pluma delgada,
Tus dientes letra menuda
Tu boca, carta cerrada

Viva la retama viva,
Viva la flor del romero,
Vivan las niñas bonitas
Que por una yo me muero.

Amor mío no me llores
Ni me hagas a mí llorar,
Que si lloramos los dos
¿Quién nos va a consolar?


Eduardo Ranera Higuera

La amistad

Las cosas grandes son las más pequeñas
y las cosas más pequeñas 
son las más grandes y baratas.
Un beso, una flor, un te quiero, un abrazo
qué baratas y grandes son...
Nos cuestan poco, pero dichas con cariño
que grandes son.
Las cosas grandes son materiales,
las pequeñas salen de dentro del corazón.
Se dan se regalan se ofrecen
y el que las recibe las coge con mucha ilusión.
Ten siempre en tu vida esas pequeñas cosas.
¡Nunca las olvides!
Yo te regalo mi amistad, una sonrisa, un abrazo
asegurando que son tan buenas,
qe tanto nos aportan,
que tan baratas son
dalas a manos llenas.
¡La teoría parece buena!
Llevarla a la práctica es otra cuestión.

Juana Taboada