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martes, 29 de enero de 2019

Julen

JULEN


Se ha escrito y dicho tanto de este desgraciado y triste accidente que, en principio, lo principal ya empieza a saberse y es qué, en beneficio de la “criaturita” sucedió el mismo día y, posiblemente, en el mismo momento –como está en secreto del sumario– ya se sabrá en su momento, consolar a esos padres imposible, acompañarles sí.


Muchos días antes del día 26 se empezaron a divulgar por las redes una serie de comentarios que por respeto al sufrimiento de  los padres no se divulgaron, yo por lo menos no lo hice. También como siempre,  porque no sabes si es verdad, hasta que el intuido y no querido desenlace, pues a esperar como todos pero… ¿y esas lagunas tan importantes en las declaraciones del primo del padre y del propio padre?, –que raro– ese tapón de tierra, esa madre con dos hijos perdidos y el padre, si ha dicho la verdad, tremendo. Pero es una hipótesis que yo lanzo y si con los nervios del primer momento entre el primo y él se inventaron una mentira y la siguieron manteniendo, ¿como se vive con eso?, después de una desgracia otra, está claro que es un accidente, ya lo descubrirán las autoridades y lo iremos sabiendo.


Lo que aquí tenemos que resaltar es que tendremos unos políticos mediocres ¡ojo! No todos. Solo salen a la luz tantos y tantos y sus fechorías, pero tenemos un gran país y en situaciones como la que nos ocupa hemos sido el espejo en el que mirarse para el mundo, todos a una, sin límites, señores. Está demostrado que el pueblo llano es lo mejor que tiene este país, sin escatimar todo tipo de esfuerzos aún imaginándonos casi todos el desenlace ¡chapó! por todos y cada uno de los que han intervenido, tanta gente normal y sin regatear esfuerzos pero ya llegando a los mineros es para quitarse el sombrero.



Poco queda de añadir solo que haya tenido que ser por una historia tan desgraciada; y nosotros bajo mi punto de vista sentirnos muy orgullosos de ser españoles.

Amelia G. Luengo

sábado, 19 de enero de 2019

Jesús y el niño leproso


                                             JESÚS Y EL NIÑO LEPROSO


    Al acercarse la Navidad, recordé una historia que me conmovió en una ocasión por su contenido, y por su narrador, (un cuenta-cuentos prestigioso).
       No sabía quien era su autor, pues no recuerdo que lo dijera, y lo he buscado con mucha dificultad, pues ni el título sabía. Consultando fuentes di con él. Es de Alejandro Casona. (Llamado El solitario). Generación del 27.
  El relato que transcribo no es textual (he recortado y variado), pero soy fiel a su esencia y contenido. (El autor me disculpa) pues comienzo.
 
Era una noche de diciembre, no una noche como las demás. El viento de hielo hacía temblar los olivos de Belén; Nieve sobre las praderas, carámbanos en los tejados de las chozas…. Y, sin embargo, claro se veía que no era una noche como las demás. En su blancura silenciosa había una íntima tensión, un jadeo de músicas nunca oídas, un latir de raíces anunciando un tremendo y dulcísimo milagro.
    El viento, en vez de aullar, susurraba algo urgente y sigiloso, como una consigna, a la que las ramas se abrían asombradas, dejándole paso. Las ovejas en el redil, con un temblor que por primera vez no era de miedo. Y hasta la misma nieve sentía que tenia que exhalar un caliente vaho animal. Era como si la noche entera, conteniendo la respiración, preparase un acontecimiento grandioso.
  Tan  distinta era aquella noche, que el cielo mismo se consideró obligado a condecorarla con una nueva estrella. Y los pastores, buenos sabedores del firmamento, supieron que esa estrella viajera venía de Oriente, de las tierras morenas del camello y de las especias. Donde los reyes en la celebración de sus bodas y nacimientos, se hacían entre sí las ofrendas tradicionales del oro, el incienso y la mirra.
  ¿Qué mensaje traería aquel lucero errante? ¡cataclismo, milagro!.
   De pronto en los aires se oyó un coro angélico. Y todos los pastores ¡se miraron estremecidos!. Al escuchar las trompetas. No esperan nada bueno. Podría ser: Algo terrible que no fueran capaces de soportar, o tan grande que no supieran comprender. Pero ante las sencillas palabras de la Anunciación se tranquilizaron. ¡ Solo era, que iba a nacer un niño pobre!.
   Se pusieron de rodillas y cantaron un aleluya de aliviado gozo. Pues este mensaje, tan dulce y tan pequeño, si cabía entero dentro de su corazón y cabeza.
    En un establo de barro y de paja, al igual que los nidos de las golondrinas, dormía el recién nacido entre la Mula y el Buey. María le acunaba y susurraba canciones lentas que llenaban sus largos silencios. José se apresuraba en adecentar la morada, fabricando una cuna, cuidando el fuego para que no pasarán frío, velando su seguridad y ajustando los goznes del portón...
   De repente, se abrió violentamente la puerta y otro hombre y otra mujer entraron en el refugio con un niño. El hombre con barba larga y un largo cuchillo cruzado en el cinturón de soga. José y María se atemorizaron recordando viejas historias de ladrones que asaltaban en los caminos.
   No  temáis, dijo el hombre, nunca he hecho otro mal que el necesario para defender nuestras vidas. Sólo pido refugio y un poco de fuego para mi mujer y mi hijo, un rincon de vuestra humilde posada. Pues los soldados nos persiguen y  las puertas a nuestro paso son cerradas.
   Acércate  dijo María a la mujer. Tus ropas están heladas. ¡Dame a tu hijo para que lo duerma en mi regazo!. Y tendió las manos. Pero la mujer la rechazó con un grito:- ¡No! Solo yo puedo tocarlo. El tuyo es hermoso y sano. Guarda  para él las caricias de tus manos.
   María la miró con extrañeza, sin comprender, y la vio llorar en silencio, besando aquella carne de su carne para calentarla, como una vaca a su recien nacido. Cuando fijó sus ojos en el cuerpo del niño comprendió por fin.  ¡José exclamó con espanto¡ ¡Lepra!..
   - No tengáis miedo – repitió el hombre del cuchillo – no lo acercaremos al vuestro. Ya estamos acostumbrados a "andar siempre al borde de los caminos, a no pisar los molinos ni las viñas, a pedir el pan desde lejos y no dirigir la palabra a nadie si no es con la boca contra el viento". Pero la noche está helada y el pequeño no podría resistirla. Sólo pedimos un poco de fuego y un rincón en esta cuadra.
  A María le conmovió las entrañas y tranquilizando a José con una mirada, dejó a su Niño en el pesebre, al aliento de la Mula y el Buey, y tomando resueltamente al enfermo en sus brazos lo tendió en el cuenco todavía caliente de las rodillas donde había dormido a su hijo. Y apretándolo contra el pecho siguió cantando en voz baja y susurros al niño enfermo.
   Al amanecer, los pastores caminaban apresurados hacia el establo. Entre flautas, villancicos y tambores. Querían adorar al recién nacido, y ofrecierle todo lo que tenían. Portaban sobre sus hombros corderillos y llevaban un perro fiel para proteger la entrada, quesos, pan y muchos regalos de cariño que su corazón llenaban.
   En este amanecer bendito la familia huida y acogida en el establo descubrió que su hijo estaba limpio y que todas las huellas del mal blanco habían desaparecido milagrosamente y el niño leproso reía feliz, con todo su cuerpo sano. Solamente en el hombro derecho le había quedado el recuerdo, una marca de plata pequeña y blanca como una flor de lis.
     Pasaron treinta y tres años…. Palestina se encontraba envuelta en  rebeliones contra la Roma pagana y la Roma imperial. Los mártires de una y otra eran llevados al suplicio infamante del madero, muchas veces  acusados de falsos profetas, otras de ladrones y mentiras sin cuento. Entre ellos Jesús el Nazareno.
   Al oscurecer la tarde, el dulce Jesús de Galilea agonizaba en su cruz. A su derecha, un fuerte montañés de barba larga, se retorcía entre los cordeles de la suya con un lamento largo, más semejante a una queja que a una protesta. ¿Por qué me acusan de vivir fuera de la ley si nunca me han dejado vivir en ella? De niño sólo conocí el borde de los caminos; "ni el lagar de las uvas, ni el umbral de los molinos me permitían pisar, ni pedir mi pan si no era con la boca contra el viento". Nací, como los míos, marcado por el mal y la miseria. De mi padre sólo heredé un cuchillo y el instinto animal para la defensa. ¿De qué pueden acusarme ahora, los que me echaron siempre afuera? !Nunca estuve dentro!
    Solamente una dulce mujer me cantó una noche de nieve sobre sus rodillas, y a ella debo la vida tanto como a mi propia madre. Si hice algún mal,  yo te pido perdón por su recuerdo…
    El Rabí le miró profundamente y vió que en el hombro derecho tenía una marca de plata, pequeña y blanca como una flor de lis.
   Entonces le sonrió piadosamente con las palabras de perdón:
   En verdad te digo que esta misma noche entrarás conmigo en Casa de mi Padre.
Y desde este momento, el niño-hombre pasó de estar siempre huyendo y perseguido a encontrarse con la mirada de Jesús y ser el primer redimido del cielo.



jueves, 5 de abril de 2018

Destino o decisiones equivocadas



¿Existe el destino o somos nosotros mismos los que lo forjamos? Voy a contar una historia real, y, que cada cual saque sus conclusiones.

María naicó en una familia muy humilde. Sus padres la tuvieron siendo muy jóvenes y sin estar casados. Cuando apenas tenía dos años, su padre desapareció de su vida, y hasta hoy, no ha vuelto a saber de él.

Al quedarse sola, su madre se fue a otra ciudad a buscar trabajo y ella se quedó a vivir con sus abuelos.

Estos trabajaban muy duro y apenas tenían para ir viviendo. Por ello querían que María, además de ser buena persona, estudiara mucho, para que tuviera un futuro mejor que el de ellos y el de su madre. María fue creciendo con ellos, pues su madre decía que no podía ocuparse de ella.

La niña, conforme fue creciendo, comenzó a cansarse de la vida que llevaba con sus abuelos, ya que sólo era estudiar, estudiar, y estudiar. Eso, al menos, es lo que ella sentía.

Cuando llegó a la adolescencia, dijo que quería irse a vivir con su madre, y se fue.

Su madre tenía poco tiempo para ocuparse de ella, se había acostumbrado a estar sola, y su hija era una carga.

María comenzó a hacer lo que quería, ya que pasaba el día sola. Dejó de ir al instituto y se pasaba todo el día en la calle con jóvenes como ella. De nada servían las “charlas” de sus abuelos y las broncas que, a veces, le echaba su madre. ¡Estaba harta de todo y de todos!

Por fin cumplió los dieciocho años ¡Ahora sí que iba a hacer lo que quisiera! Se marchó a vivir de ocupa con sus amigos, a fumar, a beber…! ¡A vivir la vida!

Pero, como para todo eso se necesita dinero y, ninguno estaba preparado para trabajar, la manera más rápida y fácil de ganarlo fue trapichear con droga. Hasta que los cogió la policía y fueron a la cárcel. A María la condenaron a tres años. Al entrar en la cárcel, se enteró de que estaba embarazada de mellizos. El padre era uno de los amigos, un drogadicto que también terminó en la cárcel.

Allí nacieron sus hijos y, mientras estuvo encarcelada, al menos no le faltó comida, ni techo, ni ropa. Pero cuando cumplió la condena se encontró con el problema de que, si no tenía donde vivir, le quitaban a sus hijos.

El único sitio donde podía ir a vivir era con su abuela.

Actualmente, su abuela vive con una pensión mínima en un piso tan pequeño que María y su abuela tienen que dormir en la misma cama, y sus dos hijos en otra habitación, también en una sola cama. María ha vuelto con su abuela a la misma casa de la que se fue cuando era niña. Con esa abuela de la que estaba tan harta porque la obligaba a estudiar y que ahora es la única que la ha recibido a ella y a sus hijos con los brazos abiertos. Viviendo con ayuda de Cáritas y Servicios Sociales, y buscando un trabajo que no encuentra.

¿Nació María con este destino o se lo buscó ella con sus acciones?

Espero que esta historia haga reflexionar a los jóvenes y les haga comprender lo necesarios que son los estudios para poder vivir, y que todas las decisiones que tomen en su momento les afectarán para bien o para mal a ellos y a los que les rodean para el resto de su vida.

Mercedes Gozálvez

martes, 12 de diciembre de 2017

El peregrino VI

El autobús paró en medio de este bellísimo pueblo de montaña.

Y aquí estamos, en SJ Pied de Port. Por fin en hemos llegado al principio –dijo Juan-. Y ahora esto del pie. Que mala pata. Y que conste que el viaje lo había consultado con un Hada especial que tengo yo, de esas de los tres deseos. Pero nada, me sucedió lo de siempre. Al tercer deseo la cagué.

-¿Y cuál era el tercer deseo? –preguntó Clara.

-Mi tercer deseo era ni más ni menos que iniciar con buen pie el Camino de Santiago. Y gracias a usted me tendré que quedar un día o más aquí, reponiéndome en el dique seco. Y menos mal que mi deseo había sido éste, que, como supongo sólo me va a suponer un leve retraso. No hay otra solución. Ustedes sigan su camino y déjenme aquí sumido en mi pequeña desgracia.

El albergue esta allí mismo. Así que reservaron la estancia, dejaron sus cosas en las habitaciones y bajaron al bar a tomar algo de cena.

-Nos va usted a perdonar -dijo Jesús-. Le tenemos que contar una decisión que hemos tomado. Hemos estado hablando mi esposa y yo, y es nuestra intención permanecer con usted todo el día de mañana aquí, observando la evolución de su dolencia e incluso si hay que permanecer más tiempo, también permaneceremos junto a usted aquí. Usted nos cae bien y si nos lo permite nos consideramos ya amigos suyos. Además este es el Camino de Santiago, donde habita la esencia de la solidaridad y el buen rollo. No nos puede dar un “no” por respuesta, porque entonces mi esposa y yo nos sentiríamos ofendidos. Además la lesión se la produjo mi esposa y es justo que la pecadora cargue con la penitencia. Así que, lo dicho, nos quedamos con usted. Y ahora prosigamos celebrado nuestra llegada al inicio del viaje y cuéntenos alguna de esas divertidas historias que usted adereza tan sabrosamente para nuestra delicia.

Juan no supo qué responder al ofrecimiento de Jesús. Miró a Clara y ésta también asintió con un encogimiento de hombros y una leve sonrisa de complicidad, que sugería algo así como “y qué menos podía hacer”. Así es el Camino, lleno de solidaridad y buena gente –pensó.

-Lo hemos decidido, y no se hable más del asunto –Dijo Jesús-. Y ahora , venga Juan, entreténganos con algún cuento de esas hadas amigas suyas.

-Cómo que un cuento. Real y verídico como las montañas que tenemos en frente. Vale, si no hay más remedio, tendré que relatarles lo que ella me contó. Pues verán. Tengo una amiga que antes no creía en estas cosas de Hadas, magos y hechicerías. Ella debería hoy ser más millonaria que un Rothschild, de haber creído sinceramente en las hadas. Verán lo que pasó.

Una navidad sintió una corazonada de que era su año de suerte y decidió comprar tres décimos de lotería y, no sabía por qué, pero tenía el pálpito de que ese año le iba a tocar un buen premio, incluso el gordo. Era su año. Para asegurarse su buena suerte ni corta ni perezosa se fue a consultar a un hada de mucho nombre que ella conocía, que acertaba de todo. Su consejo era crucial para asegurarse el número triunfador. El hada habitaba en un bosque cercano a su pueblo y allí fue mi amiga a buscarla, en cuanto se hizo de noche. El hada, en cuanto la vio llegar, aún antes de que mi amiga hablara, le exigió un pequeño pago que debía entregar al primer pobre que encontrara en su camino de vuelta. Como veis era un hada buena llena de bellos sentimientos hacia, sobre todo, los más desfavorecidos.

-Señora hada, no le quepa ninguna duda de que así lo haré. Aquí llevo varias monedas que entregaré como usted me ordena al primer mendigo que encuentre. Pero, querida hada, es que le voy a pedir una exageración de órdago, en la que tendrá que usar todos sus poderes, es que esta adivinación se las trae…

-Hable de una vez, y déjeme a mí calibrar la dificultad y el tamaño de su consulta.

-Necesito que me adivine el gordo de la lotería de estas navidades. Compraré tres décimos y quiero que salgan premiados, claro. Y si es con el gordo, mejor.

-Señora –dijo el hada- me pone usted en un cierto aprieto. Yo suelo tratar más con asuntos de amores, princesas, jóvenes príncipes y cosas de esas. Su propuesta es, efectivamente una gran novedad. Pero acudiré a mi más alta concentración y le sugeriré el número que desea. Eso sí, este supremo esfuerzo de predicción exige tarifa especial. Tendrá usted que donar r, si quiere resultados fidedignos, el importe de la décima parte del premio que obtenga entre los pobres.

-No dude, mi buena hada que así lo haré.

Está bien –dijo el hada-.

Y entornando los ojos, se concentró hasta volverse blanca como la luna llena en medio de la noche- y prosiguió.

-Ahora le voy a adivinar el número que sin duda saldrá premiado con el gordo y lo haré con su ayuda. Le haré tres preguntas, como siempre hacemos las hadas. Y con ellas compondremos el número que desea. Respóndame con sinceridad, buena señora señora y no se equivoque, por lo que más quiera. Comenzamos, pues

- ¿Cuántos años tiene usted?

-Cincuenta y siete –contestó mi amiga- sin quitarse esta vez cinco o seis, como solía.

-Está bien- dijo el hada- Ya tenemos el 5 y el 7. Ahora otra pregunta. ¿Cuántas veces hace usted el amor cada mes?

Mi amiga se sorprendió ante tamaña pregunta y consideró que el hada estaba siendo un poco cotilla y métemeentodo. Pero, como deseaba el gordo, no tuvo más remedio que responder:

-Supongo que unas 12 veces

-Muy bien -dijo el hada- el 1 y el 2. Ya estamos en la tercera y última pregunta y con lo que usted nos diga completaremos el número que le hará inmensamente rica. Y dígame, pues

-¿Cuántas veces ha engañado usted a su marido?

-Pero bueno –dijo mi amiga- indignada. ¿Qué clase de hada es usted? Hasta aquí podíamos llegar. Yo soy una persona decente, como la que más..

-No se altere, querida. Usted, ha venido a mí a consultarme y ya le dije que era una consulta de órdago, así que ¿quiere el gordo o no quiere el gordo? No me haga malgastar mis poderes.

-Ya le he dicho que soy una persona decente –dijo mi amiga bajando la mirada.

-Entonces el último número es un 0. Y ya ha completado usted la adivinanza. Como ve no ha sido tan dificultoso. Con esto hemos anticipado el número que saldrá premiado este año en la lotería de navidad.

Entonces blandió la varita mágica, como hacen todas las hadas, y sentenció. El número premiado será el 57120.

Llegó el día de la lotería y los niños empezaron con la cantinela de números y premios, y mi amiga pegada a la radio toda la mañana, oyó el número del gordo, el 57123, y su rostro se tornó lívido, de color cera. Y se dijo “Maldita embustera ¿ves lo que te pasa por mentirosa….” Mi amiga había comprado los tres décimos del 57120.

Jesús y Clara rieron con ganas al terminar la historieta. Y comentaron, sobre todo, la gran mala suerte que tuvieron los pobres que podrían haber recibido un pastizal con el diez por ciento de tres décimos de gordo. Una desgracia, y todo porque mi amiga no quiso reconocer que había sido un poco pendón en unas pocas ocasiones.

E.V. Calleja

El peregrino V

Claroscuro

Todavía faltaba media hora para que apareciera el autobús que le llevaría por fin a SJ Pied de Port. Juan, como siempre, ensimismado en su mundo. En ese momento pensaba en su Rosa. ¿Qué estaría haciendo en ese a estas horas? ¿Se le habría pasado un poco el enfado? Qué cara se le había quedado cuando la dejó allí plantada rodeada de maletas repletas de ropa y dios sabe cuántas cosas que ella había considerado imprescindibles para su viaje.

Juan no se sentía orgulloso de aquella despedida. Claro que no. Pero ¿qué otra solución tenía? Dejarla quizás llorando de rabia. No, mejor fue así. Un adiós, una puerta cerrada y unos pasos rápidos alejándose de casa. Y ahora estaba aquí, esperando el autobús, y se acordaba de ella y no podía dejar de sentir un cariño profundo por la madre de sus hijos, por la compañera, la amiga, la amante. Nunca había sentido que estuviera casado contra ella, como les pasaba a algunos de sus compañeros. Es verdad que era controladora, pero no manipuladora que es muy distinto. Y su control se limitaba casi exclusivamente a las cosas de la casa y de los hijos. Allí nadie podía interferir. Pero eso era todo. Y quiso reconciliar su conciencia por tan cruel despedida, porque él era un hombre bueno. Pensó que no estaría de más hacerle una llamadita y decirle que estaba bien, que el viaje estaba siendo ameno y que le perdonara al menos un poco por querer hacer este viaje, en solitario, hacia su yo interior, que su intención era únicamente sentirse libre como un pájaro para eximirse de toda preocupación durante un tiempo. Que le dejara gestionar ese espacio privativo que se reservaba para sí mismo en este momento Y eso le contó. Y ella suspiró y no dijo más que “me alegro, cariño, buen viaje”

La verdad es que desde hacía unos meses estaba sintiendo algo extraño por ahí dentro de su cuerpo y de su alma y como que tenía una sensación extraña, algo así como si “esto se está acabando”. Sentía que debía decirle a alguien, aunque fuera a sí mismo, lo que pensaba del mundo, del ser, de la vida, de las cosas, de la materia, de la religión, de Dios, del más allá y del más acá, de las estrellas…. de todo lo habido y por haber, de lo divino y de lo humano, de todo lo posible y lo imposible. Sobre todo debía decir algo del amor que estaba seguro era, al menos par él, su verdadero motor vital.

Y la verdad, sentía una urgencia especial de pensar y relatar cosas y decirlas con frases contundentes y elegantes como si fueran las últimas que fuera a formular en su vida. Y eso era lo que más deseaba en este preciso momento. Sentía la necesidad de decirle al mundo o a quien quisiera oírle, que él había pasado por aquí y que se había dado por vivo, y deseaba contar que el mundo que le había dicho algo especial y tenía que compartirlo con los demás.

Bueno, es verdad que Juan se sentía un poco delicado, pero, una advertencia importante, no es que él se sintiera especial por tener su enfermedad. No irían a pensar los demás que le pasaba como a su amigo Leonardo, el de mantenimiento del colegio, que cuando fue al médico y le dijeron que tenía “hiperplasia prostática quizás benigna o quizás maligna”, que tuviera mucho cuidado, se sintió importante. Era lo más impactante que le había ocurrido hasta entonces en su vida. Los médicos se preocupaban por él y estudiaban su caso. “ Dios, qué sensación!” debió pensar para sus adentros. Se sintió tan importante que estuvo una semana entera viniendo al colegio con traje y corbata y todo el personal extrañado le preguntaba y él con la mayor solemnidad, les explicaba que los médicos le habían diagnosticado” hiperplasia prostática, quizás benigna, quizás maligna”, una enfermedad importante, ¿sabes? –le decía al interlocutor- y luego suspiraba profundamente y seguía caminando por el colegio con la cara alta, sintiendo que por fin, a su gris y anodina vida, le pasaba algo importante.

Y hay muchos viejos que son igual que Leonardo –pensó Juan- ¡Hay que ver como les va fardar de sus enfermedades!. Y se pasan las charlas con amigos, vecinos y conocidos contándose males y consultas médicas y enfatizando lo graves que pueden ser sus dolencias…

Juan estaba tan ensimismado que no se había percatado de que un señor se había parado junto a su banco. Vestía muy parecido a él y había dejado la mochila a los pies del banco. Evidentemente era un compañero de Camino.

-Hola, señor –dijo el caballero, en apariencia de la misma edad que Juan, bien conservado y con modales educados. Sin duda de su mismo gremio laboral, o sea, enseñante-. ¿Le importa si me siento a su lado? Veo por su atuendo que tenemos algo en común. ¿Por casualidad no estará esperando usted al autobús que va a SJ Pied de Port.

-Pues sí, señor. Eso es lo que hago. Y perdone que, al estar un poco distraído, no me haya percatado de su presencia.

-Soy Jesús, para servirle a Dios y a usted. ¿Me puedo sentar con usted y matar el tiempo mientras llega el autobús?

- En absoluto, señor. Mi nombre es Juan. Y si vamos hacer el mismo Camino aquí quedo, de ahora en adelante, a su disposición, para lo que se pueda ofrecer, que son muchos días de Camino y nos podemos necesitar mutuamente, y siendo usted Jesús, o sea El Salvador, me veo desde ya mismo especialmente protegido contra cualquier adversidad estando usted a mi lado.

-Encantado Juan. Lo mismo digo –dijo Jesús riendo la gracia-. Pero no he nacido en Belén, eh… que soy de Canarias y a mucha honra. Y, si no es indiscreción ¿de dónde es usted?

Pues yo de Madrid, aunque , si he decir la verdad, nací en el norte de España, pero llevo toda mi vida en Madrid, así que me considero tan madrileño como el que más, a todos los efectos. Y, dígame Jesús, viaja usted sólo como yo?

No, señor. Creo que a nuestra edad es un poco temerario embarcarse en un viaje tan largo y penoso sólo. Vengo acompañado de mi mujer, que está justo acercándose, la de la mochila colorada. Se llama Clara, y además de mi esposa fue también compañera de trabajo en la docencia.

Enseguida se unió Clara a los dos caballeros. Era una mujer sesentona, como ellos, pero todavía de buen ver. Se notaba que la vida no la había tratado mal. Parecía más llena de energía y vitalidad que ellos. Dejó la mochila frente al banco y al levantar los ojos se tropezó con la mirada escudriñadora de Juan. Ella le mantuvo la mirada un instante fugaz.

Clara –dijo Jesús- Te presento a Juan. Va a hacer el Camino, igual que nosotros. Y es también colega de profesión.

Encantada de conocerle –dijo Clara- y dudó si darle un beso o sencillamente ofrecerle la mano. Le tendió la mano y Juan se la sostuvo un momento más de la cuenta, inclinándose respetuosamente, y haciendo el ademán de besársela, como se saluda a las damas de alcurnia.

Uf, vaya gesto de colegio de pago, tiene este tío -pensó Jesús-. En esto de los detalles, yo debo ser más de escuela pública. Sin duda me faltan unos últimos retoques para llegar a la altura de Juan. Creo que debo estudiar y mejorar mis modales sociales. De todos modos ¿no será ya un poco tarde para cambiar? Olvidemos el asuntito por ahora.

Bueno, -dijo Jesús- para matar este rato, mientras llega el autobús, ¿nos podría hablar un poco de su Madrid? Yo apenas lo conozco. Y mi mujer, aunque es peninsular, se ha pasado la vida conmigo, en Canarias. Así que nos sentiríamos encantados si nos pudiera deleitar contándonos alguna que otra cosilla de su Madrid.

Que conste que yo no soy un guía, eh… -dijo Juan- Pero me encantará contarles alguna de las cosas y lugares que a mí más me interesan de mi ciudad. Empecemos por el centro. Si quieren conocer el Madrid vivo, lo mejor es que se hospeden en algún hotelito de la Gran Vía. Desde allí podrán ir a la Plaza Mayor, a Sol y sobre todo pasear por la Gran Vía. La calle se inicia en La Cibeles, sube hasta el edificio de Telefónica, y luego baja hasta la Plaza de España. Unos dos kilómetros de tobogán. En realidad el edificio de la Telefónica es, justo, la cumbre de la colina. El espectáculo de gentes yendo y viniendo por esas aceras es muy representativo de Madrid. Por la mañana está llena de turistas, a mediodía acude gente a comer en algunos buenos restaurantes. Ahí se encuentra el casino militar, en el que sirven excelente comida y, al ser militar, te tratan como si fueras un general. Yo he tenido la fortuna de comer ahí, atendido “generalmente”, claro. Por la tarde acuden, elegantemente vestidos, no como los turistas que parecen hordas de invasores bárbaros,, los espectadores de los teatros, que en esa zona están los mejores. Por la noche el público es otro, pero mejor no hablemos de de esas sombras que deambulan para las calles a esas horas… Pero eso también es el Madrid en el que nos movemos. Y al amanecer todo volverá a ser lo mismo que el día anterior: bullicio por la mañana, elegancia por la tarde y oscuridad por la noche. Como veis no quiero hablaros de monumentos. Sólo de vida.

-Qué interesante –dijo Jesús. ¿Te gustaría hacer una visita algún día a esta zona, Clara?

-Claro, cariño. Una y cien veces. Pero deja que nos hable Juan, no le interrumpas el relato.

Otra zona que a mí me complace sobremanera –prosiguió Juan-, es la zona Este de Madrid. Ahí se sitúa el Parque de la Naciones. Es un conjunto urbanístico en el que se sitúan los Recintos Feriales de Madrid. Alrededor de este recinto han surgido edificios modernos de oficinas, palacios de congresos y hoteles de cuatro estrellas. Todo funcional y armónico. Y justo al otro lado de estos edificios hay un gran parque, más grande que El Retiro, y mucho más moderno. Un río circular, como el del paraíso del Edén, rodea todo el parque y hace las delicias del visitante. Hay colinas y estatuas modernísimas y gigantescas en las cimas de las colinas. Hay un campo de golf dentro del parque. Además te puedes adentrar en un olivar antiquísimo de por lo menos los tiempos de D. Rodrigo, no del de Vivar, sino el de los tiempos de los Visigodos. Os Juro que es una delicia, sobre todo en primavera.

-Oh Clara-dijo Juan- Este hombre me está poniendo los dientes largos. ¿No te gustaría que visitáramos este lugar en cuanto tengamos oportunidad, Clara?

-Claro marido, claro que me gustaría, una y mil veces. Siga usted, Juan.

-Otro lugar para mí entrañable, es la sierra de Madrid. No hablo de la sierra del Oeste, la de la Carretera de la Coruña. Esa a mí no me interesa. Está tan civilizada que da lo mismo estar ahí que en Madrid. Hablo de la sierra que está al Norte, por la carretera de Burgos. Y no hace falta irse hasta Somosierra. Basta acercarse a la montaña, unos 50 kilómetros, a las estribaciones del la sierra del Pico de la Miel. Allí se encuentran pequeñas urbanizaciones que lindan con el monte puro. Las casas se parecen mucho a las cabañas de las que hablan los americanos en las pelis, cuando invitan a su familia o a sus seres más queridos a viajar a la cabaña y se adentran en el mundo fascinante de la naturaleza. Así es esa zona. Incluso hay un pueblo que se llama Cabanillas de la sierra, Su nombre hace referencia, sin duda, a las cabañas que allí construían los pastores que cuidaban los ganados que pastaban por las cañadas en la época de la trashumancia. Es una zona llena de pequeñas praderas, regadas por el agua de los arroyuelos y manantiales que llegan directos desde la montaña. Hay multitud de encinas, enebros, jaras, tomillos… Dios mío! Qué aroma surge de esa tierra. En el verano por las noches te puedes echar boca arriba en una hamaca y gozar de un hotel, no de cinco estrellas, sino de un millón de estrellas. Si nunca habéis experimentado en vuestro espíritu esa sensación de libertad, de cielo inmenso y de estrellas infinitas, os invito a que no dejéis de acercaros a esta zona.

-Ay Clara –dijo Jesús- ¿no crees que nos estamos perdiendo algo importante y que debemos programar un viaje a estos bellos lugares? ¿No te gustaría disfrutar de esa sierra?

-Claro, tesoro. Una y un millón de veces. Y bajó la cabeza soñando, su mente perdida en una inmensa lejanía.

En ese momento sonó por la megafonía el aviso para los pasajeros de SJ Pied de Port. Nuestros tres pasajeros se apresuraron a recoger sus mochilas del suelo y presurosamente se lanzaron a la mansa carrera que pueden tener los sesentones en busca de su autobús. Todo hubiera ido perfecto si no fuera porque Clara en su apresuramiento le dio un fuerte pisotón a Juan que les machacó todos huesos metatarsianos y tuvo que ser Jesús el que cargara con dos mochilas la suya y la de Juan porque éste, más que caminar se arrastraba a duras penas, sufriendo en su pie derecho todas las penas del purgatorio.

Por fin ya estaban en el autobús. Juan le dio las gracias a Jesús y éste no pudo por menos que reprochar a su mujer su falta de cuidado. Y dijo:

-Mujer, pero ¿por qué no miras el terreno que pisas?

Clara miró al suelo. Se sentó junto a su marido en el asiento de la ventanilla y todos los indicios daban a entender que pensaba pasarse todo el trayecto pegada al cristal, mirando el paisaje.

Evidentemente, Juan no había empezado el viaje con buen pie. Pero, gracias a dios, todo quedó en un problema de metatarsianos magullados, y cuando remitió el dolor, les dijo que no era nada y que el pisotón de Clara había sido producido por el nerviosismo del momento, que los viejos no estamos ya para que nos metan prisas, y que esas megafonías nos aturden.

Esta actitud de Clara enfurruñada y mirando a la nada por el cristal, le creó dudas a Juan sobre la posibilidad de que el pisotón hubiera sido intencionado.

-Acaso he dicho algo inconveniente? -pensó- no tengo la menor idea. O es porque me habré dirigido casi siempre a Jesús y ella se haya sentido ignorada o minusvalorada. Por qué el creador habrá hecho así a las mujeres, tan lindas por fuera y tan enrevesadas por dentro. Nosotros, los hombres, qué distintos a ellas! Somos simples, lo que pensamos lo decimos y ya está, para que lo entienda todo el mundo, sin tapujos, sin segundas intenciones. En fin, ya se le pasará y, en todo caso, tiempo al tiempo. Yo me quedo con el metatarso magullado y ella sigue con su enfado. O sea, los dos jodidos. Jesús se percató del desaguisado y le susurró algo al oído a su mujer. Esta reaccionó dignándose dirigir su mirada hacia Juan y dedicándole una levísima sonrisa, que parecía querer decir "perdón, señor" y volvió a mirar al infinito. Juan aceptó la disculpa con una leve inclinación de cabeza llena de dignidad, y ahí dio por terminado el incidente del pisotón, al menos por su parte.

Eusebio V. Calleja

sábado, 25 de noviembre de 2017

El peregrino IV

Como el trayecto de Madrid a Pamplona es largo, hay tiempo para todo. Cuando el interés por el alma de Juan decayó, a nadie le interesó seguir elucubrando sobre temas así de transcendentales, de modo que nuestro querido Juan se concentró en sus pensamientos y volvió a soñar, pero esta vez sin dormir, un sueño de hombre soñador. Y esto era lo que le circulaba por las neuronas de su cerebro. Lo transcribo tal cual. Tendréis que perdonarle que esta vez se ponga transcendental o filosófico o tierno y sentimental. Pero él es así:

"Poco sabemos sobre cómo alcanzar la verdad, pero sí sabemos cómo caminar de un lugar a otro, por más arduo que sea el viaje. Esa es mi única aspiración en este viaje: caminar de un lugar a otro, no parar, porque parar es morir. Mi vida es como la de un pájaro parecido a la golondrina, que se llama vencejo y que tiene las patitas tan cortas que si se posa en el suelo no puede remontar el vuelo y muere. El vencejo se pasa la vida en un eterno viaje. Como yo, sólo que él va por el cielo y yo por el suelo; pero los dos condenados a un eterno peregrinaje. El se pasa la vida viajando por el cielo y no puede posarse, porque es volar o morir. Hasta aparearse lo hace volando. Si no vuela no podrá comer, ni respirar, porque él vive del aire y del alimento que el aire le proporciona, que son básicamente los mosquitos. Su boca abierta succiona aire y alimento y no podrá dejar de volar. Y sólo se posará en un risco o tejado alto para cumplir con su obligación de anidar y prolongar la especie, y eso sucede una vez al año. Pondrá sus huevos, alimentará a sus crías durante dos meses y tarea cumplida. Luego otra vez al cielo, a viajar alejado del suelo. Yo tampoco podré pararme en cualquier albergue del camino, porque esté cansado o me duelan los pies o el alma. Si quiero la meta, he de seguir caminando y no parar. Parar sería el final de mi camino sin haber llegado a nada. Así que a caminar Juan, a ver qué nos encontramos. En el camino está la verdad, la vida. En la parada no hay nada, amigo mío. No tienes ya ninguna razón para detenerte. Tú, al igual que el vencejo, ya has anidado, ya has criado a tus hijos, has cumplido con el deber de ir perpetuando la especie. Ahora el camino es tu vida."

Y con estos pensamientos revoltosos y confusos cociéndose en su cerebro se fueron acercando a la estación. El tren se paró y Juan se levantó del asiento. Todos los del compartimento se fueron despidiendo y le desearon felices sueños, silenciosos o compartidos y Feliz Camino. Todos fueron comprensivos con él, porque los viejos se duermen en cualquier parte y hay que ser educados y respetarles el merecido descanso. Y cada uno se fue por su lado hasta nunca más ver, pero se llevaron un agradable recuerdo de aquel viejo soñador.

Juan se sentó en un banco de la estación y mientras esperaba al autobús que le iba a llevar a Saint Jean Pied de Port, no pudo por menos de recordar a la persona que le había contado la vida de estos increíbles pájaros que se pasan el 80 por ciento de su vida en el aire. Esta persona le contó cómo ella recogía a algunos vencejos que caían al suelo y les ayudaba para salvarles de la muerte. Y es que los pobres tienen un grave problema cuando caen al suelo, sobre todo las crías. Mientras están en el nido la madre los alimenta y les hace engordar hasta que pesan incluso más que ella misma. Pero a los dos meses tienen que saltar del nido y nunca más volverán a él. Tendrán que buscarse la vida por sí mismos en otra parte del planeta, porque el nido ya no será su casa y su madre les soltará definitivamente de su protección. La madre si volverá año tras año al mismo nido con una precisión de GPS y allí criará otros polluelos.

Algunas veces estas crías no aciertan con el aleteo correcto o no están suficientemente fuertes y caen al suelo y ya sabemos que caer al suelo significa la muerte. Esta persona con ternura los recogía y alimentaba un tiempo hasta que estaban suficientemente fuertes para ´volver emprender una vida en Dios sabe que latitudes de la tierra.

Juan me encargó encarecidamente a mí , su portavoz, que le diera las gracias a esa persona en su nombre. Me dijo que fue gloria bendita oir el relato de su boca y que siempre se la imaginará teniendo en su mano una cría de vencejo y alimentándolo tiernamente, para darle una oportunidad de vivir y divisar la tierra casi entera desde las alturas, ya que son aves migratorias y realizan gigantescos viajes, buscando los mejores climas del globo terráqueo

Me dijo que ella le había inspirado este episodio de su Camino y que a ella le dedicaba estos pensamientos que me ha dejado para que se los transmita a ustedes, mis pacientes y sufridos lectores. Y este día se despidió diciéndome: “Amigo escribano, ten en gran aprecio a una persona así, porque no se encuentran muchas de éstas en el mundo y quien encuentra a una de ellas encuentra un tesoro Una persona que acuna y mima así a un pobre pájaro ha de tener un alma muy especial”. Y prosiguió: “No os voy a revelar su nombre, porque no sé si a ella le gustaría. Sólo os diré que, mientras me contaba esta tierna historia de los vencejos, su rostro lucía con una luz especial. Si un día, en vuestro peregrinaje os encontráis con ella, la reconoceréis fácilmente, porque os contará historias entrañables y su rostro resplandecerá otra vez, mientras el corazón se le seguirá saliendo por la boca”.

E.V. Calleja