JESÚS Y EL NIÑO LEPROSO
Al acercarse la Navidad, recordé una historia que me conmovió en una ocasión por su contenido, y por su narrador, (un cuenta-cuentos prestigioso).
No sabía quien era su autor, pues no recuerdo que lo dijera, y lo he buscado con mucha dificultad, pues ni el título sabía. Consultando fuentes di con él. Es de Alejandro Casona. (Llamado El solitario). Generación del 27.
El relato que transcribo no es textual (he recortado y variado), pero soy fiel a su esencia y contenido. (El autor me disculpa) pues comienzo.
Era una noche de diciembre, no una noche como las demás. El viento de hielo hacía temblar los olivos de Belén; Nieve sobre las praderas, carámbanos en los tejados de las chozas…. Y, sin embargo, claro se veía que no era una noche como las demás. En su blancura silenciosa había una íntima tensión, un jadeo de músicas nunca oídas, un latir de raíces anunciando un tremendo y dulcísimo milagro.
El viento, en vez de aullar, susurraba algo urgente y sigiloso, como una consigna, a la que las ramas se abrían asombradas, dejándole paso. Las ovejas en el redil, con un temblor que por primera vez no era de miedo. Y hasta la misma nieve sentía que tenia que exhalar un caliente vaho animal. Era como si la noche entera, conteniendo la respiración, preparase un acontecimiento grandioso.
Tan distinta era aquella noche, que el cielo mismo se consideró obligado a condecorarla con una nueva estrella. Y los pastores, buenos sabedores del firmamento, supieron que esa estrella viajera venía de Oriente, de las tierras morenas del camello y de las especias. Donde los reyes en la celebración de sus bodas y nacimientos, se hacían entre sí las ofrendas tradicionales del oro, el incienso y la mirra.
¿Qué mensaje traería aquel lucero errante? ¡cataclismo, milagro!.
De pronto en los aires se oyó un coro angélico. Y todos los pastores ¡se miraron estremecidos!. Al escuchar las trompetas. No esperan nada bueno. Podría ser: Algo terrible que no fueran capaces de soportar, o tan grande que no supieran comprender. Pero ante las sencillas palabras de la Anunciación se tranquilizaron. ¡ Solo era, que iba a nacer un niño pobre!.
Se pusieron de rodillas y cantaron un aleluya de aliviado gozo. Pues este mensaje, tan dulce y tan pequeño, si cabía entero dentro de su corazón y cabeza.
En un establo de barro y de paja, al igual que los nidos de las golondrinas, dormía el recién nacido entre la Mula y el Buey. María le acunaba y susurraba canciones lentas que llenaban sus largos silencios. José se apresuraba en adecentar la morada, fabricando una cuna, cuidando el fuego para que no pasarán frío, velando su seguridad y ajustando los goznes del portón...
De repente, se abrió violentamente la puerta y otro hombre y otra mujer entraron en el refugio con un niño. El hombre con barba larga y un largo cuchillo cruzado en el cinturón de soga. José y María se atemorizaron recordando viejas historias de ladrones que asaltaban en los caminos.
No temáis, dijo el hombre, nunca he hecho otro mal que el necesario para defender nuestras vidas. Sólo pido refugio y un poco de fuego para mi mujer y mi hijo, un rincon de vuestra humilde posada. Pues los soldados nos persiguen y las puertas a nuestro paso son cerradas.
Acércate dijo María a la mujer. Tus ropas están heladas. ¡Dame a tu hijo para que lo duerma en mi regazo!. Y tendió las manos. Pero la mujer la rechazó con un grito:- ¡No! Solo yo puedo tocarlo. El tuyo es hermoso y sano. Guarda para él las caricias de tus manos.
María la miró con extrañeza, sin comprender, y la vio llorar en silencio, besando aquella carne de su carne para calentarla, como una vaca a su recien nacido. Cuando fijó sus ojos en el cuerpo del niño comprendió por fin. ¡José exclamó con espanto¡ ¡Lepra!..
- No tengáis miedo – repitió el hombre del cuchillo – no lo acercaremos al vuestro. Ya estamos acostumbrados a "andar siempre al borde de los caminos, a no pisar los molinos ni las viñas, a pedir el pan desde lejos y no dirigir la palabra a nadie si no es con la boca contra el viento". Pero la noche está helada y el pequeño no podría resistirla. Sólo pedimos un poco de fuego y un rincón en esta cuadra.
A María le conmovió las entrañas y tranquilizando a José con una mirada, dejó a su Niño en el pesebre, al aliento de la Mula y el Buey, y tomando resueltamente al enfermo en sus brazos lo tendió en el cuenco todavía caliente de las rodillas donde había dormido a su hijo. Y apretándolo contra el pecho siguió cantando en voz baja y susurros al niño enfermo.
Al amanecer, los pastores caminaban apresurados hacia el establo. Entre flautas, villancicos y tambores. Querían adorar al recién nacido, y ofrecierle todo lo que tenían. Portaban sobre sus hombros corderillos y llevaban un perro fiel para proteger la entrada, quesos, pan y muchos regalos de cariño que su corazón llenaban.
En este amanecer bendito la familia huida y acogida en el establo descubrió que su hijo estaba limpio y que todas las huellas del mal blanco habían desaparecido milagrosamente y el niño leproso reía feliz, con todo su cuerpo sano. Solamente en el hombro derecho le había quedado el recuerdo, una marca de plata pequeña y blanca como una flor de lis.
Pasaron treinta y tres años…. Palestina se encontraba envuelta en rebeliones contra la Roma pagana y la Roma imperial. Los mártires de una y otra eran llevados al suplicio infamante del madero, muchas veces acusados de falsos profetas, otras de ladrones y mentiras sin cuento. Entre ellos Jesús el Nazareno.
Al oscurecer la tarde, el dulce Jesús de Galilea agonizaba en su cruz. A su derecha, un fuerte montañés de barba larga, se retorcía entre los cordeles de la suya con un lamento largo, más semejante a una queja que a una protesta. ¿Por qué me acusan de vivir fuera de la ley si nunca me han dejado vivir en ella? De niño sólo conocí el borde de los caminos; "ni el lagar de las uvas, ni el umbral de los molinos me permitían pisar, ni pedir mi pan si no era con la boca contra el viento". Nací, como los míos, marcado por el mal y la miseria. De mi padre sólo heredé un cuchillo y el instinto animal para la defensa. ¿De qué pueden acusarme ahora, los que me echaron siempre afuera? !Nunca estuve dentro!
Solamente una dulce mujer me cantó una noche de nieve sobre sus rodillas, y a ella debo la vida tanto como a mi propia madre. Si hice algún mal, yo te pido perdón por su recuerdo…
El Rabí le miró profundamente y vió que en el hombro derecho tenía una marca de plata, pequeña y blanca como una flor de lis.
Entonces le sonrió piadosamente con las palabras de perdón:
En verdad te digo que esta misma noche entrarás conmigo en Casa de mi Padre.
Y desde este momento, el niño-hombre pasó de estar siempre huyendo y perseguido a encontrarse con la mirada de Jesús y ser el primer redimido del cielo.
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