Está bonita
leyenda me la regalo la noche de Reyes una persona maravillosa, me emociono
tanto que hoy quiero compartirla con todos vosotros.
Lo que esta
leyenda narra y nos enseña, sin ser parte de La Revelación, es lo que Jesús
espera de todos nosotros.
La leyenda nos cuenta que existió un cuarto Rey Mago, Artabán. Un rey que nunca llegó a su destino pero que aún así fue recompensado.
Artabán era un hombre de largas barbas, ojos nobles y profundos que vivió, según dicen en el año 4 a.c., en el monte Ushita. El advirtió de la llegada al mundo de un ser de Luz que traería el perdón de los pecados.
Artabán recibió una misiva de Gaspar, Melchor y Baltasar, en ella le avisaban de la buena nueva, el nacimiento del Mesías, al mismo tiempo le invitaban a emprender viaje junto con ellos guiados por una impresionante estrella de luz resplandeciente. Sin dudarlo ni un instante, Artabán, decidió unirse a ellos, dispuso su camello y escogió cuidadosamente su ofrenda. Se dirigió hacia la ciudad de Borssipa en busca de los tres Reyes Magos y juntos emprendieron viaje hacia Belén.
Portaba como regalo, para ofrecer al Niño, un cofre lleno de perlas y piedras preciosas. Sin embargo, a lo largo de su camino, se fue encontrando con diferentes personas abrumadas por su desgracia, todas y cada una de ellas con un terrible problema. Artabán se apiadaba de todas ellas sin dudarlo ni un instante.
Este Cuarto Rey Mago atendía a todos con alegría y esmero, al tiempo que iba dejándoles una perla o un diamante a medida que le solicitaban su ayuda. Pero sus desvelos por todos ellos hicieron que Artabán se retrasara en su ansiada llegada y que su cofre repleto de perlas y piedras preciosas casi se vaciara.
Encontró muchos pobres, enfermos, encarcelados y miserables y no podía dejarles desatendidos. Se quedaba con ellos el tiempo necesario para aliviar sus penas y luego emprendía de nuevo su marcha, que nuevamente era interrumpida por otro desvalido.
Sucedió que cuando por fin llegó a Belén, sucio, hambriento y desarrapado, ya no estaban los otros Magos y el Niño había huido con sus padres hacia Egipto, pues el Rey Herodes quería matarlo. Artabán siguió buscándolo, esta vez ya sin la estrella que antes lo guió.
Buscó y buscó y buscó… y dicen que estuvo más de treinta años recorriendo La Tierra, buscando al Niño y ayudando a los necesitados. Hasta que un día llegó a Jerusalén justo en el momento que una multitud enfurecida pedía la muerte de un pobre hombre. Mirándolo, entre el dolor, la sangre y el sufrimiento, reconoció en sus ojos algo familiar, reconoció en ellos el brillo de la estrella.
¡Aquel pobre miserable que estaba siendo ajusticiado era el Niño que durante tanto tiempo había buscado!
La tristeza llenó su corazón, ya era muy viejo y estaba muy cansado, había transcurrido demasiado tiempo. Aunque pensó, aún guardaba una perla en su cofre. ¿Era demasiado tarde para ofrecérsela al Niño que ahora, convertido en hombre, colgaba de una Cruz?
¿Había fallado en su misión...?
Y sin tener a dónde más ir, decidió quedarse en Jerusalén y esperar que llegara el día de su muerte.
Apenas habían transcurrido tres días de la muerte del crucificado, cuando una luz aún más bella y brillante que la de la estrella de Belén, iluminó su habitación.
¡Era El, el Resucitado, que venía a su encuentro!
Artabán cayó de rodillas ante Él, tomó la perla que le quedaba y extendió su mano mientras se postraba . Jesús le tomó la mano tiernamente y le levantó, entonces le dijo:
“Tú no fracasaste Artabán, al contrario, tú me encontraste y me llevaste dentro de tí durante toda tu vida. Yo estaba desnudo y me vestiste. Yo tuve hambre y me diste de comer. Yo tuve sed y me diste de beber. Yo estuve enfermo y me cuidaste. Estuve preso y me visitaste, pues yo estaba en todos los pobres que atendiste en tu camino."
Artabán no entendía lo que Jesús quería decir, y Jesús le respondió:
_ Lo que hiciste por tus hermanos lo hiciste por mí.
¡Muchas gracias por tantos regalos de amor y desvelo, ahora estarás conmigo por siempre, pues el Cielo es tu recompensa!
Artabán murió en los brazos de Jesús.
P. Sardinero
La leyenda nos cuenta que existió un cuarto Rey Mago, Artabán. Un rey que nunca llegó a su destino pero que aún así fue recompensado.
Artabán era un hombre de largas barbas, ojos nobles y profundos que vivió, según dicen en el año 4 a.c., en el monte Ushita. El advirtió de la llegada al mundo de un ser de Luz que traería el perdón de los pecados.
Artabán recibió una misiva de Gaspar, Melchor y Baltasar, en ella le avisaban de la buena nueva, el nacimiento del Mesías, al mismo tiempo le invitaban a emprender viaje junto con ellos guiados por una impresionante estrella de luz resplandeciente. Sin dudarlo ni un instante, Artabán, decidió unirse a ellos, dispuso su camello y escogió cuidadosamente su ofrenda. Se dirigió hacia la ciudad de Borssipa en busca de los tres Reyes Magos y juntos emprendieron viaje hacia Belén.
Portaba como regalo, para ofrecer al Niño, un cofre lleno de perlas y piedras preciosas. Sin embargo, a lo largo de su camino, se fue encontrando con diferentes personas abrumadas por su desgracia, todas y cada una de ellas con un terrible problema. Artabán se apiadaba de todas ellas sin dudarlo ni un instante.
Este Cuarto Rey Mago atendía a todos con alegría y esmero, al tiempo que iba dejándoles una perla o un diamante a medida que le solicitaban su ayuda. Pero sus desvelos por todos ellos hicieron que Artabán se retrasara en su ansiada llegada y que su cofre repleto de perlas y piedras preciosas casi se vaciara.
Encontró muchos pobres, enfermos, encarcelados y miserables y no podía dejarles desatendidos. Se quedaba con ellos el tiempo necesario para aliviar sus penas y luego emprendía de nuevo su marcha, que nuevamente era interrumpida por otro desvalido.
Sucedió que cuando por fin llegó a Belén, sucio, hambriento y desarrapado, ya no estaban los otros Magos y el Niño había huido con sus padres hacia Egipto, pues el Rey Herodes quería matarlo. Artabán siguió buscándolo, esta vez ya sin la estrella que antes lo guió.
Buscó y buscó y buscó… y dicen que estuvo más de treinta años recorriendo La Tierra, buscando al Niño y ayudando a los necesitados. Hasta que un día llegó a Jerusalén justo en el momento que una multitud enfurecida pedía la muerte de un pobre hombre. Mirándolo, entre el dolor, la sangre y el sufrimiento, reconoció en sus ojos algo familiar, reconoció en ellos el brillo de la estrella.
¡Aquel pobre miserable que estaba siendo ajusticiado era el Niño que durante tanto tiempo había buscado!
La tristeza llenó su corazón, ya era muy viejo y estaba muy cansado, había transcurrido demasiado tiempo. Aunque pensó, aún guardaba una perla en su cofre. ¿Era demasiado tarde para ofrecérsela al Niño que ahora, convertido en hombre, colgaba de una Cruz?
¿Había fallado en su misión...?
Y sin tener a dónde más ir, decidió quedarse en Jerusalén y esperar que llegara el día de su muerte.
Apenas habían transcurrido tres días de la muerte del crucificado, cuando una luz aún más bella y brillante que la de la estrella de Belén, iluminó su habitación.
¡Era El, el Resucitado, que venía a su encuentro!
Artabán cayó de rodillas ante Él, tomó la perla que le quedaba y extendió su mano mientras se postraba . Jesús le tomó la mano tiernamente y le levantó, entonces le dijo:
“Tú no fracasaste Artabán, al contrario, tú me encontraste y me llevaste dentro de tí durante toda tu vida. Yo estaba desnudo y me vestiste. Yo tuve hambre y me diste de comer. Yo tuve sed y me diste de beber. Yo estuve enfermo y me cuidaste. Estuve preso y me visitaste, pues yo estaba en todos los pobres que atendiste en tu camino."
Artabán no entendía lo que Jesús quería decir, y Jesús le respondió:
_ Lo que hiciste por tus hermanos lo hiciste por mí.
¡Muchas gracias por tantos regalos de amor y desvelo, ahora estarás conmigo por siempre, pues el Cielo es tu recompensa!
Artabán murió en los brazos de Jesús.
P. Sardinero
¿Que bonito cuento Paloma? precioso y muy tierno es un ejemplo a seguir...... y me recuerda a esos misioneros que van por esos mundos de Dios haciendo tanto bien.
ResponderEliminarUn beso Amelia
Gracias Amelia, a mi esta historia, que desconocía por completo, me conmovió.
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