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jueves, 19 de abril de 2018

Covaleda

(Este es mi pequeño homenaje a dos personas maravillosas que desafortunadamente estuvieron muy poco tiempo entre nosotros. Nunca en la vida os podré olvidar así como nunca, jamás os dejaré de querer. Siempre estaréis en mi corazón.)

Mi madre, aunque nacida en Madrid, tenía familia en este pequeño pueblecito ubicado a los pies de los Picos de Urbión (Soria). Mi abuela materna era de allí y allí quedo toda su familia al completo cuando ella, recién casada con mi abuelo, se vino a vivir a Madrid.

Desde muy niña comencé a viajar a Covaleda. Eran estancias cortas en diferentes épocas del año y siempre con el objetivo de visitar a mis tíos. Pero aquel verano mis padres decidieron que podría ser toda una experiencia dejarnos allí con ellos. Nunca se lo agradeceré lo suficiente.

A pesar del mucho tiempo transcurrido aún conservo intactos en mi memoria aquellos días de verano maravillosos que llenaron mi infancia de verdadera felicidad.

Contaría con apenas seis o siete años cuando pasé aquel, mi primer verano, en Covaleda, aquel pueblecito mágico y peculiar, de calles empinadas y casitas de piedra, rodeado de valles y montañas plagadas de pinos, tan altos que apenas dejaban ver el cielo. El rio Duero, que nace no muy lejos de allí, en lo más alto del Urbión, transcurre a sus pies bañándolo con sus cristalinas y frías aguas. Aún puedo recordar el olor a pan recién hecho, a leña cortada y a humo de las chimeneas. En aquellos meses de verano, cada día, cada minuto, cada instante que pasaba allí me obsequiaban con una vida diferente y desconocida, una vida que era imposible vivir en Madrid.

Aquel año y finalizado el curso escolar, toda la familia emprendimos viaje hacía Covaleda, a la casa de mis tíos. Como siempre mi padre alquiló un coche para desplazarnos hasta allí y allí pasaron unos pocos días, transcurridos los cuales regresaron a la capital con bastante pesar. Ese año mi hermana pequeña y yo nos quedamos en la casa con mis tíos, aquella casita de piedra con un letrero grabado en la piedra sobre la puerta principal, en el que se podía leer:

«Alejandro y Bernabea y el año de su construcción».

Mi tía Bernabea, la hermana mayor de mi abuela, era una mujer curtida y ajada por el sol y el duro trabajo del campo. Su padre quedo viudo muy joven con una buena prole. Se volvió a casar de segundas y su nueva esposa resulto ser una genuina madrastra de cuento. Mi tía, siendo aún muy niña, tuvo que trabajar muy duro y encargarse de todos sus hermanos pequeños para salir adelante.

La recuerdo como si la tuviese delante de mí ahora mismo. Siempre vestida de negro, su pelo largo, ya cano, que cepillaba y trenzaba cada día, para luego recogerlo en un pequeño moño en la nuca. Era fuerte como una roca, pequeña, delgada y menuda, con un genio endiablado que escondía su infinita ternura.

Alejandro, mi tío, no era muy alto, pero tampoco muy bajo, tenía los ojos claros y una mirada limpia llena de dulzura. Todos en el pueblo le conocían por el Zurdo. Su apodo venia del juego de pelota que practicó durante sus años de juventud y prácticamente el único divertimento en el pueblo.

Le recuerdo con su boina negra y su librillo de tabaco liándose un cigarro. Todas las mañanas se sentaba en su sillón de mimbre junto a la lumbre para picarse unas migas y prepararse sus sopitas matutinas. Cuantas veces habré jugado con su boina, y cuantas veces le hice rabiar quitándosela y poniéndosela.

Ellos nunca pudieron tener hijos, cada vez que mi tía quedaba en cinta, por alguna razón, se malograba su embarazo. Yo creo que por eso nos querían tanto, o quizá no fuera por eso, nunca lo sabré.

Algunas noches, desde aquel sillón y sentados junto a la lumbre, mi tío, solía contarnos historias para entretenernos un rato. Recuerdo especialmente la de un lobo que bajo al pueblo en una fría noche de invierno a buscar comida.

Comenzaba así:

Todo estaba oscuro y nevado, las calles vacías y en silencio. La gente dormía ya en sus camas. En lo más alto del pueblo, y sin hacer el menor ruido, se distinguía claramente su aterradora silueta. Era totalmente blanco y sus ojos del color del fuego.

No era muy común que los lobos bajasen al pueblo, pero aquel invierno fue especialmente duro para todos. El lobo sembró de huellas, con sus aterradoras garras, las calles nevadas de todo el pueblo. A la mañana siguiente la gente no hablaba de otra cosa. El lobo no pudo entrar en ningún corral, pero la gente estaba asustada. Entonces los hombres decidieron hacer batidas por el monte para encontrarlo, pero nunca le encontraron. Dicen que nunca volvió a bajar al pueblo. Algunos contaban que solamente en las noches de invierno, noches de luna llena, se le oía aullar allá arriba, en lo más alto del monte, mientras su silueta de dibujaba en la espesa bruma de la noche. Yo ya podía verlo en mis sueños.

Cuando cierro los ojos y pienso en aquellos días, puedo ver aquella casa y aquel pueblo sin omitir un solo detalle. La casa construida toda de piedra y con dos balcones a la calle principal, levantada en una calle empinada sin nombre. Tenía dos plantas y un desván. En el piso de abajo estaba la cocina con su hogar de leña situado sobre una plataforma en el suelo y una gran chimenea. Una pequeña mesa con cuatro sillas y el sofá de mimbre de mi tío conformaban todo el mobiliario. Sobre una pequeña estantería, en la pared, estaba la radio. Este era el único lujo con el contaban y que apenas si cogía una emisora RNE. En el poyete de la ventana de la cocina había una caja de lata dónde guardaban sus preciados tesoros. Aquellos tesoros no eran otros que todas las cartas que les escribíamos durante el año. Al fondo de la cocina había una puerta que daba paso a la despensa. Era un cuarto estrecho y alargado con las mismas vigas de madera en el techo que había en la cocina, ennegrecidas ya por el humo de tantos años. Dentro solo había un gran baúl de madera donde mi tía guardaba los pocos utensilios de que disponía. De un viejo clavo en la pared pendía la bota de vino y sobre el poyete de la ventana el porrón, siempre lleno de vino. El porrón siempre estuvo solo en aquel cuarto, majestuoso y único, hasta que un día apareció con dos pequeños porroncitos a su lado. A partir de aquel día mi hermana y yo comenzamos con la complicada tarea de aprender a beber de aquel chisme Os aseguro que mi tío fue un gran instructor, claro está que a nosotras solo nos ponía gaseosa dentro.

Al fondo en un rincón oscuro estaba la tinaja de barro con el lomo de orza. Solo se sacaba en las grandes ocasiones. Del techo colgaban algunos chorizos y dos o tres jamones que ellos mismos hacían con el cerdito que todos los años criaban. La matanza para ellos significaba el sustento durante el duro invierno.

La puerta de la calle daba paso a una entrada grande que en ocasiones se usaba como sala de juego. Recuerdo aquellas partidas de brisca interminables que jugaban los mayores. Siempre acababan en trifulca, llamándose entre ellos tramposos. Pero al final acababan todos tomándose, tan amigos y con grandes risas, unas cuantas copitas de anís del Mono. Al fondo de esta sala, una gran puerta de color verde, comunicaba con la cuadra. Dentro estaban las vacas, el cerdito y toda la leña que podían almacenar.

Recuerdo como mi tía intentó enseñarnos a ordeñar con toda su santa paciencia, pero aquello, para mí, fue misión imposible. Esos bichos eran enormes y te miraban de soslayo de una forma muy rara, me sentía totalmente intimidada y en ocasiones me quedaba paralizada con tan solo sentirme observada por una de ellas. Eran tremendamente inteligentes y obedientes, distinguían las voces de mis tíos perfectamente.

De allí se daba paso también a un cuarto con una pila enorme, al menos a mí me lo parecía, donde mi tía lavaba la ropa y el resto nos lavábamos la cara por las mañanas.

¡Qué agua tan fría salía por aquel grifo! Lavarse la cara era prácticamente un castigo, dos dedos eran suficientes para despejarse, allí no había agua caliente; todo era tan diferente a mi casa.

En el piso de arriba estaban los dormitorios, las camas eran altísimas y los colchones de lana. La habitación de mis tíos o sala como ellos decían, era grande, con el suelo de madera tosca y al fondo un balcón que daba a la calle. Su mobiliario se componía tan solo de una cama, un pequeño armario, un baúl y dos mesillas. Debajo de la cama el imprescindible orinal.

En la otra habitación más pequeña dormíamos mi hermana y yo. Solo había una cama y colgado de la pared pendía un cuadro con la austera foto de boda de mis tíos.

En el rellano de la escalera que daba acceso a las habitaciones había una puerta cerrada con llave. Por esa puerta se subía al desván. Era un sitio prohibido para nosotras. Se accedía por una escalera que estaba muy poco iluminada, y con los escalones carcomidos y desgastados por el paso implacable de los años. Solamente podíamos subir con alguno de mis tíos. Allí arriba guardaban el heno que segaban en verano para poder alimentar a sus vaquitas durante el invierno, la Rubia y la Esmeralda. ¡Qué bien olía allí!

Aún recuerdo aquel olor a heno que impregnaba la ropa, las sábanas, las toallas, toda la casa.

Aquel desván era un lugar tenebroso que escondía peligros inimaginables y jamás me atreví a pasar más allá de la puerta, a pesar de mi innegable curiosidad infantil. Allí viviría algún duende perverso, pensaba, o quizá un ogro horrible que se comía a los niños, seguro que habría un lobo o un zorro, los mayores siempre contaban historias de alimañas que bajaban al pueblo en invierno a buscar comida. Mi imaginación no tenía límite. Ya de bien mayorcita subí a aquel desván desvencijado y comprobé que tan solo era un simple desván. Tenía una gran abertura en la parte frontal con una polea ajustada al techo para poder subir las pacas de heno, esa era la única luz que iluminaba todo el perímetro. Las paredes eran de ladrillo visto, y en el techo se podían distinguir todas las vigas que sujetaban el tejado. Este lugar siempre me hacía volver a mis peores temores infantiles, lo que me causaba bastante inquietud, para ser sincera nunca desapareció esa sensación de miedo, incluso, a veces, de sentirme observada por millares de ojillos brillantes.

A nuestra llegada al pueblo, todos los vecinos más próximos y familiares acudían a darnos la bienvenida. Era increíble la cantidad de gente que se arremolinaba en aquella cocina alrededor de la lumbre. Ellos decían vamos a Ca la Bernabea a cascar y saludar a los madrileños.

Yo me sentía muy importante, todo el mundo me besaba y me decía lo guapa que estaba y lo que había crecido, pero lo que en realidad quería era salir pitando de allí e ir a buscar a mis primos y amigos para empezar a jugar y correr mil aventuras imposibles.

Quería ir a las Losas con mi prima Aguedita a recoger manzanilla y extenderla al sol para secarla. Ir al gallinero del señor Cirilo a coger los huevos de sus gallinas. Él nos regalaba los más pequeños, siempre y cuando no le hiciésemos algún estropicio, claro. Bajar al rio con las mujeres cargadas con cestos llenos de lana y lavarla y varearla al sol. Salir por las tardes, después de comer y sentarme al sol con Rosita y mirar como bordaba primorosamente su ajuar. Hacerle los mandaos a mi tía con aquella bolsa desgastada que casi se transparentaba de vieja. Ir a llevar el cuartillo de leche a casa de Isabel, salir por las tardes a cazar grillos y lagartijas a las Peñas con toda la pandilla de chiquillos y después sentarnos en cualquier parte a leer todos los tebeos del Capitán Trueno que coleccionaba mi primo Alfonsito mientras nos comíamos la merienda.

Los días que bajaba a comprar el pan, me gustaba mucho asomarme a la ventana del señor Aquilino. Era carpintero y se pasaba el día cortando maderas, con aquella máquina infernal, entre grandes nubes de polvo y serrín. De vez en cuando mi tía me mandaba a su casa a por serrín, como me impresionaba cuando le miraba las manos, ¡le faltaban dedos! A muchos hombres del pueblo les pasaba lo mismo, todos eran leñadores o trabajaban en serrerías. En aquel entonces yo no entendí el porqué de su falta de dedos.

Allí no existían los horarios, te levantabas cuando te despertabas, comías cuando te llamaba tu tía, con el delantal remangado a pleno pulmón desde la puerta de la casa y volvías de nuevo cuando ya era de noche y totalmente derrengada, y con alguna rodilla en un estado lamentable.

Aprendí a jugar a infinidad de juegos como: la patá el bote, al aro, a las tabas y tantos y tantos otros juegos desconocidos para mí. Aprendí a reconocer a unas endiabladas plantas que crecían por todas partes, las caprichosas “ortigas”. Aprendías a la fuerza, cada vez que te rozabas con alguna de ellas estabas arriscándote durante tres días. Mi tío nos enseñó los mejores sitios para encontrar moras y endrinas, a reconocer la manzanilla y tantas y tantas cosas que desconocía por completo.

Algunas mañanas subíamos al prado con mi tío a regar las berzas y las patatas, y desde allí nos escapábamos al monte, siempre con mi tío, recogíamos moras peludas (frambuesas), arándanos y fresas silvestres que luego nos comíamos hasta reventar, con la bien consabida regañina de mi tía por ensuciarnos la ropa. Cuanto la hacíamos renegar.

Mi tía Catalina vivía en una casa grande junto a la iglesia. Tenía tres hijos, Julianín, Felipín y Rosita.

Julianín era pastor de ovejas. Era bastante alto, fuerte y delgado. Recuerdo su nariz aguileña y sus preciosos ojos verdes. Era de piel oscura y sus dientes blancos como la leche. Adoraba a los niños y a los animales. Sus perros ovejeros le seguían a todas partes. Alguna tarde cuando dejaba sus rebaños en la majada, arriba en el monte, bajaba con su yegua blanca a buscarme. De un tirón me subía a su grupa y así bien agarradita a él, me dejaba pasear por las afueras del pueblo, mientras me comía un trozo del sabroso queso que el mismo hacía con la leche de sus ovejas. Aquello resultaba más excitante que subir en cualquier atracción de feria. Jamás había estado tan cerca de un caballo.

En los primeros días de julio llegaba el momento de la siega. Salíamos de amanecida hacia los prados, los hombres primero con sus guadañas y sus carros de bueyes y las mujeres y los niños detrás con las cestas repletas de comida para el almuerzo y sus buenas botas de vino.

Los hombres segaban el heno con sus guadañas, mientras las mujeres lo recogían en haces y lo cargaban en los carros. Hacía mucho calor, la tarea de los niños consistía en dar de beber a los hombres. A la hora del almuerzo las mujeres tendían mantas sobre la hierba ya segada y disponían sus viandas sobe ellas. Qué bueno estaba todo, había chorizo, jamón, tortilla, lomo de orza y torta de aceite. Los niños jugábamos sin parar y cuando empezaba a caer la tarde, y el sol comenzaba a esconderse, era la hora de regresar a casa. Nos dejaban a todos los niños subir a las yuntas y volver a casa sumergidos en el montón de heno. Recuerdo ir mirando hacia el cielo cuajado de estrellas mientras me dejaba mecer con el paso lento y el vaivén de los bueyes y oír cómo se quejaban los carros con sus crujidos.

Un día a la semana bajábamos a la plaza y nos sentábamos, sin más, en los bancos de piedra y esperábamos a que llegase “La Exclusiva”, la línea de autobuses que llegaba desde Soria los martes por la tarde. Nos encantaba ver bajar a los forasteros que llegaban al pueblo con sus raídas maletas, que el conductor del autobús les lanzaba subido desde lo alto de la baca del destartalado autobús. Después de haber inspeccionado a los forasteros nos íbamos al bar de la plaza y mi tío nos compraba un pepinillo en vinagre gigante. Aquello era el mejor regalo del día.

Cuando se acercaban las fiestas las mujeres del pueblo tenían por costumbre reunirse y preparar las masas de las rosquillas, galletas de nata y magdalenas que luego llevábamos a casa del panadero para hornear.

¡Anda que no habré robado magdalenas a mi tía, aun a sabiendas que me ganaría un buen pescozón!

El 15 de agosto era la fiesta mayor del pueblo “San Lorenzo” las mujeres se ataviaban con sus mejores galas y vestían sus trajes típicos de Piñorrita. Había desfile de gigantes y cabezudos que yo veía agarrada tras las faldas de mi tía. ¡Pues no me daban a mí miedo esos señores tan raros! Se hacían procesiones del Santo después de la misa y por la noche le bajaban hacia el rio iluminando el camino con antorchas. La fiesta se celebraba en la plaza y había baile y zurracapote por doquier. Al día siguiente, en los prados del Cubo, se cocinaba una gran caldereta para todos los vecinos con la carne de toro que se había lidiado en una improvisada plaza de toros.

En aquellos días de fiesta todo el mundo estrenaba ropa o zapatos. A nosotras mi tía nos vistió con unos vestiditos a rayas rosas y blancas, que nos había hecho Rosita para la ocasión.

Ni se os ocurra mancharos, nos dijo, mientras salíamos de casa a toda prisa presumiendo de nuestros preciosos vestidos nuevos.

Agarre a mi hermana de la mano y nos dirigimos en busca de la pandilla. Nos encontramos con Fe, la hija mayor del Sr. Cirilo. Iba a llevar las vacas al prado de arriba. Yo eufórica al verla la pedí el palo para conducir a las vacas, pero hice muy mal colocándome detrás de ellas.

En un momento de descuido la última vaca de la fila levanto su rabito y adivinar lo que sucedió después. Llegue a casa embadurnada de una masa asquerosa marrón sobre mí y mi vestido nuevo. Mi tía al verme me agarro de una oreja, mientras me decía a gritos: _ ¡Se puede ser más tonta…!

Me metió, con vestido incluido, en aquel horrible barreño de zinc que usaba para bañarnos y con el tan temido estropajo de esparto me restregó con ganas. La bronca fue monumental, pero os aseguro que aprendí muy bien la lección. Nunca os coloquéis detrás de una vaca.

La libertad que nosotras teníamos allí, en aquel pueblecito, era inimaginable. Todo el mundo conocía a todo el mundo. No había coches por las calles, solamente alguna que otra vaca atravesando hacia los prados fuera del pueblo, siempre con su dueño “delante” guiándolas con un palo, las gallinas de las vecinas de mi tía que correteaban por todas partes picoteando todo a su paso. Como disfrutaba persiguiéndolas, si bien otras veces era al contrario y me convertía yo en la perseguida. Un perro despistado corriendo a todo correr y de vez en cuando una yunta de bueyes que subía o bajaba la calle tirando cansinamente de un carro cargado de troncos.

Había una cosa que me llamaba muchísimo la atención, el señor pregonero. Era un hombre larguirucho y desgarbado, tenía una nariz enorme y un gesto agrio. Iba de calle en calle recorriendo todo pueblo a la vez que se anunciaba con su trompetilla, siempre perseguido por toda la chiquillería a pesar de todos los esfuerzos que hacía para alejarnos. Después de hacer sonar su trompetilla se ponía muy solemne, se estiraba su chaqueta de pana marrón, se quitaba la gorra y comenzaba a leer el bando del ayuntamiento a todos los vecinos que habían acudido a su encuentro. Comenzaba así:

_ De orden del Sr. Alcalde, se hace saber…

_ ¡Aquel hombre era el telediario del pueblo!

Como veis hasta aquí nada que ver con una vida aburrida en la ciudad. Los que hayáis nacido y crecido en un pueblo quizá no veáis nada de particular, pero para mí que he nacido y crecido en Madrid os puedo asegurar que aquello fue el Paraíso.

Como no podía ser de otra manera todo lo bueno toca a su fin. A finales de agosto mis padres volvieron de nuevo en el pueblo con su coche de alquiler. Traían regalos y dulces para todos, y unas maletas vacías que no me gustaban nada en absoluto. Transcurridos unos días, mi madre y mi tía se afanaban en preparar el equipaje y llenar aquellas maletas tan sospechosas. Cuando estuvieron llenas ya sabíamos que era la hora de volver a casa.

Llegado el día, toda la familia y amigos volvían a la casa a despedirse. Todos traían chorizos envueltos en papel de periódico, nadie llegaba a despedirse con las manos vacías. Decíamos adiós de uno en uno, hasta que ya solo quedaban ellos, mis tíos, los dos juntitos, muy quietos, mirando en silencio como mi padre cargaba las maletas en el coche.

Recuerdo ver la pena dibujada en sus caras, mi tío con su pitillo apagado en la comisura de los labios y aquellos ojos de un azul intenso llenos de lágrimas, mientras sujetaba el pañuelo retorcido entre sus manos. Mi tía con su delantal recogido como un trapo y con el llanto reprimido en su gesto. Los dos atenazados por la tristeza, mientras mi hermana y yo nos aferrábamos, en un mar de lágrimas, a sus piernas. Todo eran besos y más besos y abrazos y más abrazos, y con la promesa de que pronto volveríamos a estar todos juntos de nuevo. No queríamos ni podíamos separarnos de ellos.

Cuando mi padre arrancaba el coche, mi hermana y yo sacábamos la cabeza por la ventanilla y era en ese preciso instante cuando veíamos llorar a mi tía. Mientras, los dos juntos, caminaban, cada vez más deprisa, junto al coche ya en marcha, agitando sus manos diciendo adiós. Mi hermana y yo permanecíamos pegadas a la ventanilla moviendo nuestras manitas hasta perderlos de vista, mientras les llamábamos a gritos.



Nunca podré olvidar todo lo aprendido y lo vivido en aquel hermoso pueblo, como tampoco podré olvidar nunca jamás a mis adorados tíos a los que quise a rabiar. Derrocharon a raudales toda su ternura, amor y cariño sin pedir nada a cambio. Ellos me abrieron de par en par una ventana para que pudiera mirar afuera y conocer una vida distinta, una vida sencilla y humilde, sin apenas cosas materiales, pero rabiosa e inmensamente llena de felicidad.

Paloma Sardinero

miércoles, 18 de abril de 2018

El sitio de mi recreo

"Donde nos llevó la imaginación / donde con los ojos cerrados / se divisan infinitos campos. / Donde se creo la primera luz / germinó la semilla del cielo azul / volveré a ese lugar donde nací..." Escuchando esta canción de Antonio Vega retrocedo muchos años en el tiempo y  vuelvo a esos sitios de mi recreo. Esos días de mi infancia y juventud en los que la cosa mas sencilla nos hacia feliz.

  Cuando llegaba la primavera, los jueves por la tarde (si lo habíamos merecido) el profesor nos llevaba de excursión: no a esquiar ni a ningún viaje exótico, simplemente a pasar la tarde a un prado con la merienda. Felices corríamos, jugábamos y cogíamos las primeras flores silvestres. Pasando por una huerta nos parábamos  en una noria para refrescar con el agua que caía por sus vasos, mientras observábamos al burro como daba vueltas con los ojos vendados.

  Desde entonces aun retiene mi memoria esas sensaciones: el olor a pan recién hecho al pasar por la panadería, como el herrero ponía una herradura al caballo en sus cascos, el zapatero con esa mezcla de olores a cuero y betún... pero sobre todo lo que yo trataba de descubrir era como podía vocalizar mientras sujetaba con sus labios las tachuelas, dando martillazos a una media suela. O los paseos a la estación por ver pasar los trenes y volver contentas porque algún viajero nos saludaba asomado a la ventanilla del vagón. 

  Los fines de semana formábamos nuestra propia discoteca en la panera de casa, con esos discos de vinilo que todavía conservo. Las meriendas en la bodega con amigos y mis hermanos. Yo soy la número seis de diez.

  El alma de las personas la constituyen los aromas de la niñez, de las primeras visiones de la luz, los sabores que antes del uso de la razón ya anidaban en los entresijos del paladar. Fueron años dulces, llenos de perfumes y sabores que aun me sustentan. con ellos se ha formado el núcleo de la vida.

  ¿Pero otros tiempos fueron mejores? NO. Simplemente distintos, hemos avanzado en muchas materias. Todo ha evolucionado: vida, costumbres, diversiones y ratos de ocio. Pero a pesar de todo nos hemos ido adaptando a las circunstancias y también ahora (como no) soy feliz.

  En el caminar de la vida el gozo y el dolor se va entretejiendo, para dar lugar a los acontecimientos que marcan nuestra historia.


P. Santoyo
Abril 2018
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El portero de la sonrisa

Julián camina cabizbajo y con los labios apretados: se diría que ha olvidado la sonrisa.

Su mujer le repite a diario:

—Algo te pasa querido, has cambiado mucho, tu semblante es como el de un atardecer sombrío.

—Sí, tienes razón, no quería decirte nada para no preocuparte. Es la empresa, sabes: Siento una gran insatisfacción por falta de rendimiento de los trabajadores y me preocupa el ambiente enrarecido que circula por los despachos, pasillos y naves. A veces pienso que es la crisis la causante de esta atmósfera. Creo que algunos de mis trabajadores sufren, sobre todo los más jóvenes que tienen niños pequeños. Sin embargo, hay una minoría que no manifiesta tener problemas y, no obstante, también parecen estar contaminados por la desesperanza. Tengo que hacer algo, pero no sé cómo.

—No te preocupes demasiado cariño. Recuerda como saliste adelante en los primeros años. Aún, tengo muy presente como llegabas tarde a casa, apenas dormías y tampoco tenías apetito, tú que siempre fuiste un glotón. Seguro que algo se te ocurrirá.

Luego, pensativo, besa a su esposa y se encamina al trabajo.

Julián, es dueño de una industria de artes gráficas en Madrid. En ella trabajan 150 empleados. Él mismo creó la firma, principalmente para complacer a sus padres. Estos invirtieron mucho esfuerzo y dinero para que su hijo pudiera formarse en los mejores colegios y cursar estudios empresariales.

Sin embargo, Julián, más que empresario, hubiera querido ser como aquel hombre que sonreía siempre, y a quien él mismo había bautizado, como el portero del metro.

Durante diez años, ha sabido desarrollar ampliamente su capacidad empresarial, obtener grandes beneficios económicos, reconocimiento y prestigio a nivel nacional. Empero, ahora, se siente incapaz de controlar el ambiente tedioso, que advierte en los empleados.

Piensa que algo falta en su industria porque la gente no es feliz. Hace tiempo que nadie ríe, no se hacen bromas, los silencios pesan y únicamente se amortiguan con el ruido de las máquinas, las cuales, movidas por el esfuerzo humano, producen y producen. Después, al finalizar la jornada, se quedan frías, inertes, como el suelo de cemento sobre el que descansan. También los hombres y mujeres se han convertido en una masa que la fábrica engulle y vomita cada día. “¿Por qué han olvidado el saludo, la sonrisa y el abrazo de despedida?” Se pregunta Julián con miedo a que la empresa se convierta en un iceberg de rótulos congelados.

Un día, Julián al salir del edificio, se fija en la mirada congelada del vigilante y descubre que este hombre, que conoce todas las caras que a diario circulan por allí, permanece impasible y en su rostro no se aprecia ni un ápice de deferencia. Julián se detiene y lo mira sin pestañear: “esto no puede seguir así”

En la calle, el aire fresco despeja su mente y se traslada muy lejos. Tendría entonces unos nueve años. Su madre lo llevaba a diario al colegio en el metro:

—Vamos hijo, no te entretengas, que llegarás tarde. Anda, dame la mano.

Él no tenía ninguna prisa, le gustaba mirar la sonrisa de aquel hombre, que desde las escaleras, o en los torniquetes, o en la ventanilla de expender los billetes, saludaba a todos los viajeros:

—Que tenga usted un buen día, que le vaya muy bien, que el viaje sea agradable, buen trabajo, que sea feliz señora…

Estos gestos le bastaban a Julián para ser feliz, y ensimismado él también sonreía con la mirada en aquel hombre amable. Mientras, su madre le tiraba del brazo:

—¡Vamos, vamos, el metro acaba de llegar!

Esa mañana, en el colegio hablaron de las profesiones, y cada niño se pronunció sobre sus preferencias. Julián no tuvo ninguna duda.

—Yo quiero ser portero del metro.

El aula se llenó de carcajadas.

—Pero si en el metro no hay porteros, son Guardas Jurados —contestó el listillo.

—Bueno, como se llamen. Yo quiero ser como él. Me gusta porque sonríe y saluda a todos. Aunque yo creo que la gente va tan deprisa que no se da cuenta. Además, a mí me guiña un ojo.

—Pues yo no conozco a ese señor, porque mi padre me trae al colegio en su coche. Añadió el orgulloso.

Ante nuevas carcajadas, la profesora se enfadó:

—¡Silencio, silencio he dicho! Y tú Julián, piensa un poco, no creo que tus padres te traigan a este colegio, del Barrio de Salamanca, para que seas solamente Guarda Jurado.

Han pasado ya más de 20 años. Ahora, puede reírse de aquellos momentos. Sin embargo, esta noche no puede dormir. La pasa cavilando hasta que idea un plan: por la mañana se adentra en la línea 4 del metro, era allí donde había conocido “al portero de la sonrisa”. Recorre escaleras y andenes pero no lo encuentra. En las oficinas le dan referencias:

—Claro, Edward el moreno, lo conocemos todos. Es un hombre extraordinario. Hemos sentido mucho que se haya ido. Está enfermo y ya no puede hacer este trabajo; sus piernas apenas le sostienen, casi no puede caminar y menos permanecer tantas horas de pie.

Julián no desiste, consigue la dirección del ex Guarda Jurado. Lo visita en su casa. Se hacen amigos y ambos acuerdan un trabajo especial para Edward. Sería en la Empresa Artes Gráficas, como portero. Desde una cabina acristalada saludará a diario a clientes y trabajadores. A ratos podrá pasear por las dependencias para entregar documentos o hacer fotocopias. Y así lo hacen. Y Edward, como antes, como hizo siempre en el metro, ahora en la Empresa de Artes Gráficas siguió interesándose por cada uno de sus nuevos compañeros. Pronto aprendió los nombres de todos y cuando comenzaba la jornada laboral, la sonrisa de Edward se expandía por los rostros de los empleados. Al poco tiempo, la fábrica volvió a respirar un aire cálido, y a pesar de que la crisis duró varios años más, el ambiente se cargó de optimismo, el dueño emprendió nuevos proyectos y los trabajadores unidos, consiguieron vencer las dificultades y volvieron a ser felices.

María Bullón Orgaz.
Abril 2018

Informe del dr. Xicatella

— Mi gran duda es... ¿quién es realmente él?— preguntó Anastasia a Joseph.

—¿Qué es lo que sabes al respecto?

—He oído rumores —dijo reflexivamente —, pero la mayoría son demasiado absurdos para considerarlos plausibles, no obstante, a la luz de las situaciones evidentes, un pequeño porcentaje de esos rumores consiguieron picar mi curiosidad.

—¿Que te hace pensar que puedo ofrecerte algo más que esa información?

Ella entonces lo miró, ante tal pregunta, con un gesto irónico oculto en una leve sonrisa. Joseph, dándose por entendido, se dispuso a buscar el único archivo que podía arrojar algo de luz al misterio en sí.

—Verás —se propuso a hablar mientras aún buscaba entre los datos—, sabiendo que eres una persona mucho más escéptica que yo, no me es difícil saber que te costará creer lo que vas a leer, pero debo decir que, sin lugar a la duda, cada una de las palabras que leerás son ciertas. Por estos documentos han muerto personas....

Después de un breve silencio, mientras la miraba a los ojos, el archivo apareció en pantalla.

—Dr. Goulat Xicatella —leyó Anastasia con detenimiento, y apartando la vista del documento dijo—. Falleció en la despresurización accidental del laboratorio geosincrónico de Kolin III... hace doscientos años.

—Vamos anastasia, tú y yo sabemos que eso no fue así.

—Cierto, solo estaba parafraseando lo que el informe oficial exponía —tomó algo de aire antes de continuar —. Según puedo dilucidar, su intento de denunciar la corrupta política interna en la misión "Z" le costó la vida.

—¡Lee —exclamó Joseph impacientemente ­—, y entenderás las verdaderas razones tras dicho acontecimiento!

Día 25, del séptimo mes, del año 528 de la nueva era en cómputo de Alfa: ciclo estelar Nº63 de la expedición científica en el planeta "Z" —empezaba informando el archivo —. No puedo saber con certeza si para cuando este mensaje llegue a manos de alguien yo aún siga con vida, pero de lo que no me cabe duda es que este podría ser el único momento que tenga para escribirlo. No ahondaré con mayor profundidad en los datos técnicos, sino que me limitaré a datar los acontecimientos más relevantes desde nuestra llegada a este insospechado mundo. Tras un viaje de algunas semanas en espacio interestelar, y una ''parada'' orbital mientras los androides de reconocimiento nos enviaban datos y compraban los riesgos intrínsecos en la superficie de aquel mundo, los ciento cincuenta y dos miembros de la expedición finalmente descendimos a comprobar en carne propia la verosimilitud de unos datos que ninguno creímos en primera instancia. Sin previo aviso nos encontrarnos en un mundo con una gravedad, presión, temperatura y composición atmosférica tan similar a la nuestra que «el atentado contra algo tan exacto como la probabilidad era más que evidente». O por lo menos era lo que decía nuestro jefe de equipo. Yo prefiero pensar que simplemente carecemos de los datos suficientes para conjeturar sobre las condiciones iniciales para la existencia de vida compleja en el universo... la única razón por la que continuamos usando el oxígeno de los trajes especiales durante la primera semana, era por seguridad relacionada con los posibles patógenos circundantes a los cuales nuestro sistema inmunológico no estaba acostumbrado. Solucionado ese problema, trabajar en el planeta "Z" era como trabajar en casa. Todos estábamos absolutamente perplejos, flora, fauna... todo era demasiado bueno para ser cierto, y no había un solo día donde algún descubrimiento no generase, al anochecer, debates existenciales que ninguno de nosotros expresaríamos en nuestros círculos científicos habituales. El problema llegaría ante lo que el equipo de montaña, por no ser demasiado técnico con el nombre, encontraría en la quinta semana. Recuerdo estar sentado en una roca junto a Loid Shepard y Lance Odorizzi cuando nuestro jefe de sección nos convocó para una reunión extraordinaria, nos dijo, y cito textualmente.

—Muchachos, todo lo que habéis visto y estudiado el breve tiempo que lleváis aquí será eclipsado por lo que acaba de ser encontrado en la sección catorce —la voz le temblaba y una gota de sudor bajaba furtivamente por su frente pálida. Todos deberán congelar por tiempo indefinido cualquier activad—, pues lo que hemos encontrado es, probablemente, el mayor descubrimiento de la historia humana... solo os pido una cosa —calló por un momento procurando ver que todos los presentes estábamos totalmente concentrados en lo que iba a decir— …Si no pensáis que esta misión vale tanto como la propia vida, os recomiendo que no vengáis y mejor hagáis maletas, pues en tres días os llevarán de regreso a casa.

Obviamente nadie se echó para atrás, quizás porque nadie imaginaba lo que podría ser. A quien esté leyendo esto le quiero recordar que no estoy escribiendo ficción, lo que leerás a continuación es mi informe improvisado y quizás, por las prisas, mal redactado de la misión "Z". Subimos por las escaleras metálicas estratégicamente puestas donde las irregularidades montañosas no permitían un ascenso cómodo, nos equipamos con trajes de protección y entramos en una cueva que nos llevó a una puerta, de composición metálica desconocida, que había sido perforada con la finalidad de saber que había detrás. Después de recorrer pocos metros de pasillos llegamos a una suerte de laboratorio y, en su centro, había un lecho criogénico, o eso es lo que parecía. Sinceramente no estoy seguro de que era, o quien lo había puesto ahí. Lo único que sé es que ahí había un ser humano, o eso creímos todos al principio. A partir de aquí solo puedo especular. A la semana siguiente conseguimos despertarlo. Él simplemente estaba confuso, pero su mirada carecía de temor, aún a pesar de que quince hombres bien armados apuntaban a su cuerpo con rifles de alto calibre. Cuando habló por primera vez nadie pudo entender lo que decía, teniendo en cuenta que en el equipo se hablaban unos treinta y siete idiomas diferentes. Morich Faísser, el filólogo del grupo, el segundo mejor del mundo según había oído, intentó comunicarse con él indicándole con gestos que escribiese en una tablilla holotáctil; el individuo en cuestión pareció entender lo que se le trataba de expresar e inmediatamente tomó el puntero y empezó a escribir... A Faísser se le heló la sangre al comprobar que dicha escritura no era otra que aquella encontrada en una remota isla de nuestro mundo natal, datada, según informes oficiales, de hace más de doce mil años; símbolos cuyo significado aún eran desconocidos para la ciencia. Solo puedo añadir que era algo francamente terrorífico. Aquel, con riesgo a equivocarme, ser humano cooperó de forma impasible con nosotros, como si nada le resultara novedoso, aún a pesar de que la datación nos indicaba que llevaba en suspensión, o dormido si lo entendéis mejor, desde hace milenios. Se le hicieron una serie de exámenes y la conclusión de los datos eran absolutamente anómalas. ¿Habéis oído hablar del proyecto Alfa? Bueno, ese proyecto parecía un juego infantil en comparación con lo que encontramos. Su densidad molecular era cincuenta veces mayor que la nuestra, eso implicaba que ni siquiera todos nosotros juntos hubiésemos podido contenerlo si su reacción hubiese sido violenta; para resumirlo, era como un ejército condensado en un solo individuo. De todo esto, solo entendimos una cosa con claridad, su nombre era Taanác.

Para finalizar este informe, puesto que mi tiempo es incierto, os diré que el Dr. Pud-Ram, jefe del equipo de astrobiología, fue asesinado dos días después tras intentar enviar informes a la estación espacial central. Fuimos amenazados de muerte si hablábamos de todo esto, todos tenían mucho que perder, madres, esposas, hijos... puesto que esta gente sabía todo sobre nosotros, nadie protestó, pero el malestar moral generado destruyó a todos y cada uno de los presentes. Mi mujer Alexandra Dickquer falleció hace dos años, nunca tuvimos hijos, yo no tengo nada que perder, pero sí tengo mucho que ofrecer. /D55673HLMQ-RX366/ esta es la contraseña para acceder a todos los datos que he recopilado. No temo a la muerte si con ella consigo que todos puedan acceder a la verdad.

ATT: Dr. Xicatella.


Andrés Martínez

martes, 17 de abril de 2018

La gran ciudad

La gran ciudad amanecía. Una de tantas, tan singular y diferente, como suelen ser las ciudades. Cuya actividad ejerce ese aire de hegemonía.

No importa recordar el motivo por el cual me encontraba allí. Simplemente caminaba, algo más de prisa de lo habitual. Los semáforos, esa mañana, con precisión suiza cambiaban de color. Pasaban de rojo a verde y lo contrario, y con una señal intermitente apenas percibida, cruzábamos la avenida ordenadamente como un ejército invisible. Todos a una cruzábamos la calzada sin apenas prestarnos atención. Pues los móviles absorbían la totalidad de nosotros mismos. Y cruzábamos las grandes avenidas, influidos por nuestras prisas y a la espera quizás, de alguna buena noticia.

Aquel día como muchos otros, la ciudad amanecía, con una ingente multitud de hombres y mujeres, y también de personas sin hogar que aumentaban según el sol circundaba el perímetro de la cúpula de la iglesia, donde pernoctaban.

Pero La ciudad parecía despertar. Dominada por una extraña sensación. Cuyos síntomas parecían quedar atrapados bajo la alegre apariencia que llenaba las calles. ¡Pues eran invisible! (con esa invisibilidad que a poco que fuera; quedaba postergada a los ojos de casi todos). Porque nadie la veía. Ni siquiera se percibía. Vivía entre nosotros como algo callado y lejano. No tenía forma o apariencia sociable, que indicara ser o pertenecer; al club social de la Gran Ciudad.

Probablemente algún galeno la hubiera curado de no ser invisible. ¡Pero no!, no era posible, porque no se veía. Nadie sabía dónde vivía, ni que síntomas tenia. No había vacuna reconocida para esta oculta enfermedad.

A lo lejos, entre el tumultuoso sonido de coches y personas, me pareció ver, un hombre que caminaba y miraba acostumbrado a ver cada día, la avalancha de gente que llegaba desde todos los lados de la calle, hacia él. Había aprendido que lo mejor en tales casos, era no detenerse, y así muy lentamente, enfiló por el camino de vuelta, cuesta abajo, rumbo a los soportales de la Iglesia de San Antón, donde vivía y comía y con un poco de suerte hablaría con algún desconocido, tan sin techo como él.

Pero aquel día, los ciudadanos se habían echado a la calle, y las calles resonaban al paso apabullante de los visitantes. Con un propósito incierto y un deseo callado, que barajaba la oportunidad de hacer una buena compra ese mismo día en cualquiera de las tiendas que por azar, estuvieran de moda. Caminábamos de prisa y reíamos con el peso de nuestras fantasías, nada que indicara un cambio de rumbo.

Para entonces, el pasado y el presente coexistían bajo la mirada errática de algún vagabundo.

Todos queríamos algo de la gran ciudad, algo bonito, algo elegante, algo largamente deseado. Un motivo que quizás llenaran nuestras vidas. Fuese este el motivo o cualquier otro. Todos llegábamos a la gran ciudad, buscando ese objeto de deseo, que se iniciaba a golpe de reloj, como un latido joven, que abría de par en par las puertas del gran bazar.

Marcando las distancias entre pobres y ricos………….

Y el día comenzaba con la apertura de los establecimientos: elegantes e inmaculados, en su opulencia. Las salas de juego con el mismo sonsonete de las tragaperras anunciaban dinero fácil y los bares ofrecían sus recetas, casi siempre secretas. Cada rincón era en sí mismo una apuesta apunto, para cualquier vendedor avezado ante las demandas de los visitantes. Y Pronto las calles se llenaron de una avalancha de turistas y foráneos a punto de adquirir ese objeto de deseo.

Para entonces los semáforos indicaba prioridad sobre la calzada y todos como un solo hombre avanzábamos resueltos a nuestras citas.

Más allá, y por casualidad, me topé con un edificio a punto de desplomarse. Tan abandonado como solo son los lugares olvidados. Medio verdad y medio mentira. Colgaba un cartel que decía: cerrado por derribo. Mientras que sobre la fachada, destacaba un grafiti a modo de ahuyentar la llegada inminente de la piqueta. Que borraría la pobreza y la desidia tan poco elegante, instalada en la retina de los vecinos que la ocupaban. Con propuestas políticas, que nadie entendía…………..

Pero en la ciudad que nunca duerme. Aquel día; yo era uno más, que caminaba (con un rumbo distinto) por los lugares donde viven los sueños.

Y pronto se volvió a cerrar el semáforo, esperando todos, el próximo turno.

Pero por alguna extraña razón, volví a ver al hombre del semáforo, que intentaba cruzar la gran avenida. Logrando alcanzar al grupo de turista, que miraban embelesados la Gran Ciudad. Aquel anciano, me pareció más pequeño y encogido, que horas antes. Miraba con ojos velados el ancho infranqueable de la calle que se abría ante él, con un ritmo acelerado que frenaba sus pasos.

Y buscaba aquella banderita, a veces roja o a veces amarilla que enarbola el guía turístico, según qué casos, con la finalidad de que nadie de su grupo se perdiera (de vista). Aquella banderita representaba para él, algo parecido a una luz………………Al mismo tiempo, que su sonrisa, rescataba cientos de mañanas soleadas, sin que nadie le recordase su indigencia y su invisibilidad. Y esto hizo que se mezclase entre los turistas. Suficiente para sentir que aquel grupo liberaba del olvido toda su identidad. Y esto hizo que se mezclarse sin pensar en otra cosa, sin entender su idioma, sus diferencias culturales, ni aquel batiburrillo de sonidos guturales, que le acogían como uno más.

Porque la ciudad que nunca duerme, aletarga el sentido de pertenencia a cualquier sociedad. Y esta; no ve, ni oye. Vive agazapada en los ojos de los que miran hacia otro lado. No tiene vacuna, ni bandera, ni una nítida luz que brille, más allá…………………….

Ana Lozano. Curso 2018

Gabriel



David Díaz

Así en la tierra como en el cielo

Nunca había visto Roberto tanta estrella junta. Era una sinfonía de estrellas. Azules, rojas, bancas. Gigantes, enanas, novas, supernovas. Era el cielo de sus sueños. Ni podía imaginarse que pudiera existir algo semejante a lo que tenía ante sus ojos. Y se sentía dichoso, feliz. No sabría tampoco definir cómo se sentía. Era algo mágico. Tampoco sabía el tiempo que llevaba contemplando aquello. ¿Quizás una hora? ¿O quizás una año? ¿O a lo mejor un millón de años? No lo podría decir.

De pronto oyó que detrás de él alguien le susurraba algo. Al principio no entendía lo que decía, luego la voz se acercó delicada y pausadamente a su oído.

-Naughty boy –le dijo la voz en un susurro.

Nadie en el mundo se habría dirigido a él en esos términos más que una persona. Naught y boy quiere decir algo así como un mezcla de bribón travieso garibaldiano. Que el corazón le dio un vuelco al oir aquellas dos palabras es sólo una lejana metáfora de lo que sintió. Todo su ser se revolucionó. Se giró de inmediato, claro.

-¡Miry ! –dijo ella-. Soy Miry, tesoro.

Y Roberto se quedó con la boca abierta sin poder componer palabras y menos aún frases. Su corazón se paralizó por un instante y su mente quedó tan bloqueada que la garganta y la boca no acertaban a articular más que confusos sonidos. Por fin se tranquilizo un poco y balbuceó.

-¿Tu aquí? Yo no sabía…

-Claro que no sabías! ¿Cómo lo ibas a saber si llevas años muerto y enterrado? Pues no te creas que te vas a librar de mí. Ya te he encontrado y esto va a ser para siempre.

Miry había aparecido allí en el paraíso súbitamente y Roberto no podía comprenderlo. Miry también había pasado a mejor vida hacía años, pero su sitio no era el paraíso. Ella era Judía de raza y de religión y su sitio era el Limbo o el purgatorio, pero no el paraíso, que era el lugar elegido por dios para los cristianos buenos.

-¿Qué ha sucedido, que yo no sepa? –dijo Roberto-. Pensé que te había perdido para siempre y ahora te veo aquí, a mi lado y en el cielo. Dios, dios, es lo que me faltaba para completar mi felicidad. Pero cuéntame ¿qué ha pasado para que te hayan dejado entrar aquí?

-Pues verás, amor mío. Primero déjame que te diga que desde que nos conocimos hace tantos y tantos años allá en la Universidad, siendo estudiantes, no he podido olvidarte ni un instante.

Y ahora continúo con el relato. Pues verás el limbo estaba tan atestado que no cabía un alma más. Allí estábamos gente buena de todo el mundo. Allí estaban los cientos de miles de inocentes achicharrados en lo de Hirosima y Nagasaki. Y los millones y millones de inocentes, víctimas de las guerras. Allí estaban los musulmanes buenos y allí estaban los millones de inocentes chinos buenos, y los budistas buenos. Y yo también estaba allí como buena Judía. En una palabra éramos millones de gente buena pero que estábamos sin bautizar. Y como estábamos sin bautizar, pues no podíamos entra en la Gloria. Mira, aquel lugar estaba tan atestado de gente que un día iba a explotar. Porque en el purgatorio, mal que bien siempre hay gente que entra y sale y se vive más desahogado. Pero nuestro Limbo se había convertido en un lugar inhabitable. Peor que un campo de concentración.

-Y ¿qué pasó para que te dejaran entrar aquí?

-Pues pasó que un día llegó al trono de San Pedro un lugarteniente de dios, o sea un Papa, que pensó en nuestra situación y se apiadó de nosotros. Este lugarteniente de dios en la Tierra tiene mucho poder, sobre todo cuando habla Urbi et Orbi. Te juro que cuando habla así Urbi et Orbi, tiene más poder que dios. Y eso es los que sucedió. El lugarteniente de dios dictó sentencia Urbi et Orbi y abolió de un plumazo el limbo basándose en que no era justo que por el mero hecho de no estar bautizados, millones y millones de personas inocente se vieran encerradas en aquel atiborrado gheto inhóspito. Y nos mandó a todos al cielo y aquí estoy por los siglos de los siglos. Y además contigo, mi amor de siempre.

-Vaya sorpresón. Creí que nunca volvería a verte.

-Pues aquí me tienes, y para toda la eternidad, si dios no lo remedia.

-Hablando de otra cosa –dijo Roberto- Yo te escribí unas cuantas cartas hermosas, expresándote todo mi cariño y no recibí ninguna respuesta por tu parte. ¿Me lo puedes explicar?

-Fueron mis padres. Yo era judía y mis padres se pusieron furiosos cuando se enteraron que quería a un cristiano. Te juro que me obligaron a casarme con uno de mi raza, que era abogado y tenía un bufete de prestigio y se tiraba a todas las secretarios del despacho y a los dos meses de casarnos le mandé a hacer puñetas y a mis padres también, por no dejarme ser feliz con la persona que yo quería, que eras tú, mi amor verdadero. Te busqué por todo el mundo y no te he encontrado hasta hoy. Lo siento por mi triste vida allí abajo y soy feliz por encontrarte aquí arriba. Nadie nos separará ya más.

Y los dos se fundieron en un tierno, casto y conmovedor abrazo. Todo con mucho recato, porque delante de dios hay que andarse con modestia y nunca debe uno sobrepasarse.

-A propósito. -dijo Miry, como sabes, acabo de llegar y no sé nada de aquí. Ponme al día, por favor, que estoy un poco confusa y desorientada. Veo a tanta gente aquí parada esperando no sé qué. Esto parece como una mani silenciosa. Sólo estamos hablando tú y yo. ¿De qué va esto? ¿Qué hacéis aquí en el paraíso? ¿A qué os dedicáis? ¿Cómo pasáis el rato?

-Cuántas preguntas de una vez! Bueno te cuento. Aquí lo que hacemos es, básicamente CONTEMPLAR. Eso es lo que hacemos. Como bien sabes, estamos en el paraíso. Se supone que somos felices, bienaventurados. Aquí sólo debe existir el bienestar.

-Pero haréis algo aparte de contemplar, digo yo, ¿no?

-El programa es muy simple –dijo Roberto- Todos los días tenemos tres sesiones de contemplación. La primera por la mañana temprano, una hora. La segunda a mediodía, una hora y la tercera al atardecer, dos horas. Nos ponemos todos delante de dios y le contemplamos lo más extasiados que podemos.

-Y, en concreto, ¿qué contempláis? –preguntó Miry-, que no entendía casi nada de aquella monserga de la contemplación.

-Pues contemplamos al padre, el eterno, que es el de la barba blanca, También contemplamos al que “se sienta a la derecha del padre”, el de la barba corta y negra. Ese es el hijo, que casi nunca se ríe. Y también contemplamos, cuando está, a la paloma, que es el espíritu santo, pero yo creo más bien que es el que espía para el padre y el hijo. Tiene un vista panorámica superpoderosa. Se da una vuelta por la tierra y no se le escapa ni un pecado de los humanos. Lo anota todo y en cuanto vuelve se lo cuenta todo al padre y al hijo, que lo apuntan cuidadosamente para el día del juicio, ¿sabes?

-¿Y eso es todo lo que hacéis?

-No pienses que son aburridas esas horas de contemplación. Son de lo más divertidas. Todos miramos atentamente al padre y al hijo y nos divierte ver cómo sus caras pasan súbitamente del furor a la alegría, del sufrimiento al gozo y así todas las sesiones.

-Pero ¿cómo es eso? ¿Es que dios no es feliz?

-Qué va! Siempre hay gente pecando por ahí abajo, en la tierra. Unos matan, otros roban, otros blasfeman, la mayoría fornica sin parar y todos esos pecadores ofenden a dios continuamente. Y no veas qué caras ponen tanto el padre como el hijo!

-Entonces ¿dios sufre?

Claro que sufre, pero se le pasa enseguida. Porque hay otros humanos que están diciendo constantemente alabanzas de tipo, hosanna, padre nuestro, salve, alabado sea dios y cosas por el estilo constantemente. Y cuando lo oyen, que es siempre, se les ilumina el semblante y se olvidan de los pecadores. Hay además otros humanos más generosos que se dan latigazos para aplacar la ira de dios y eso les deja tan desarmados tanto al padre como al hijo que el resto de la sesión se la pasan en actitud beatífica y eso nos pone muy dichosos también a nosotros, que odiamos ver a nuestro dios sufriendo y ofendido. Por otra parte una especie de magos hacen todos los días un sacrificio que consiste en “inmolar al que se sienta a la derecha del padre” que lo convierten en una hostia y lo reparten a todos los que asisten a la ceremonia convertido en trozos de pan. Y eso le gusta a dios lo que más.

-Me dejas alucinada –dijo Miry. ¿Cuándo es la primera sesión de contemplación?

-Dentro de nada. Prepárate, pon cara de felicidad beatífica y vamos a contemplar a dios. Ya verás cómo es de alucinante.

Y así fue que Miry y Roberto se fueron juntos a contemplar a dios. Roberto ya se sabía de memoria todo aquel pandemonium de caras tristes, alegres, airadas, felices, sosegadas endemoniadas, paradisíacas…Pero Miry era la primera vez que asistía al espectáculo y Roberto la vigilaba con el rabillo del ojo para ver cómo reaccionaba cada vez que dios cambiaba de expresión.

Terminó la sesión y Miry estaba silenciosa. A decir verdad le había dejado perpleja el espectáculo. No entendía aquella mezcla de amor, ira y felicidad en dios. ¿No era dios todopoderoso, etc, etc ,etc? Entonces ¿a qué venía aquel show diario? No le comentó nada a Roberto, pero aquello no la acababa de convencer.

Luego se marcharon los dos a ver alguna estrella bonita de por allí cerca y pasaron una emocionante tarde recordando todo el amor que se tuvieron y gozando todos los instantes del amor que se tendrían de ahora en adelante.

Al atardecer volvieron a asistir a la sesión de contemplación que esta vez fue de dos horas. Al acabar Miry llevó a Roberto a un rincón

-Cariño –dijo Miry-, vámonos a aquella galaxia de allá lejos que te tengo que confesar algo importante.

Roberto la siguió hasta una galaxia que estaba en los confines del universo. Allí se detuvo Miry y se sentaron en un planeta muy parecido a la tierra y Roberto esperó pacientemente a que su Miry hablara.

-Mi querido Roberto –dijo Miry-. He asistido a dos sesiones de contemplación y no voy a asistir a más. No me agrada lo que he visto. ¿Cómo es posible que lleves tú aguantando esa patochada años y años? Sinceramente te creía más listo Roberto. Por lo que a mí respecta he tomado la decisión de no volver a asistir a más contemplaciones, y que sea lo que dios quiera.

Roberto se quedó petrificado, por un momento. No sabía qué decir ni qué pensar. Para él aquello había sido lo natural durante los muchos años que llevaba allí en el paraíso.

-Todo esto me parece un montaje de mal gusto –prosiguió Miry-. Roberto, te digo que es un teatrillo de ínfima calidad o un montaje preparado para tener agarrados a los mortales por donde tú sabes, sin darles una verdadera opción de ser libres y felices y bienaventurados para siempre.

Mira Roberto, estamos en la otra vida y la primera consecuencia que he sacado de mi “más allá” es que somos nada más y nada menos que polvo de estrellas que nos podemos mover por las galaxias libremente, que hoy estamos aquí y mañana podemos estar dios sabe dónde, pero libres, felices y bienaventurados para siempre. Convéncete, todos acabamos siendo polvo de estrellas

Así que por mi parte, querido dios, ahí te quedas con tus alegrías y tus padecimientos. Un par de sesiones me bastan y me sobran para convencerme de que todo lo que han montado es una farsa. Así que adiós. Roberto, ¿Te vienes conmigo?

-Claro que me voy contigo. Amor mío- dijo Roberto. Tú eres mi dios. Quiero estar contigo siempre “así en el cielo como en la tierra”. Contigo iré hasta el fin de los siglos, si es que hay fin, y sin que la muerte pueda ya separarnos. Sabes que me tienes embrujado. Donde tú vayas allí iré yo como polvo enamorado de estrellas que somos, cariño mío. Contigo para siempre.

Y se fueron lejos, lejos, lo más lejos que pudieron y buscaron una estrella muy bonita con planetas llenos de amor en los que cultivaban rubíes y esmeraldas y diamantes más bonitos que los que exponía Tiffany`s en sus lujosos escaparates. Y así pasaban años y siglos y milenios y Miry recibía todas las mañanas diamantes a la hora del desayuno. Y Roberto y Miry eran más felices que dios

Eusebio V. Calleja

domingo, 15 de abril de 2018

Homenaje al libro

Como cada año, el 23 de abril, se rinde homenaje al libro. El Ministerio de Cultura, a propuesta de las Academias de la Lengua de habla Hispana, concede el Premio Cervantes, máximo galardón en nuestro país en su género.

Aunque el fallo se hace a finales del año anterior, es el 23 de abril cuando se entrega el premio conmemorando la muerte de Cervantes, nacido en 1547 en Alcalá de Henares y fallecido en Madrid en 1616. Este genio de la literatura nos dejó en su legado muchas obras: Romances, Entremeses, teatro, etc. Pero su obra por excelencia ha sido El Quijote, de fama universal y traducida a varios idiomas, con la que Cervantes alcanzó la inmortalidad.

Ese día, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, S.M. El Rey entregará el galardón al nicaragüense Sergio Ramírez, primer centroamericano en recibir este premio. Al leer el fallo, El Ministro de Cultura señaló que su libro reflejaba la viveza de la vida cotidiana, convirtiendo la realidad en obra de arte.

También por estas fechas, se organizan actos literarios y se leen fragmentos de El Quijote en centros culturales, colegios e institutos.

Hace unos años, invitada por la directora de nuestro C.E.P.A., tuve el honor de participar, en el Círculo de Bellas Artes, en la lectura continuada de El Quijote, de lo que me sentí muy orgullosa.

Y yo me pregunto, ¿por qué esperamos a esta fecha para rendir homenaje al libro?

Si nos aficionamos a la lectura, comprobaremos lo importante que es. Un libro es como el mejor de los amigos, llena nuestros ratos de ocio, despeja nuestra mente y nos acompaña.

Dedicar un tiempo a la lectura, nunca es tiempo perdido
Imagen relacionada


P. Santoyo

Abril de 2018

sábado, 14 de abril de 2018

Mayo


                                                             MAYO


A lo largo de los años, se han escrito muchísimos artículos sobre personajes históricos en nuestra revista, y he echado de menos a este.
Pues como la revista sale en el mes de mayo. Quiero hablar de un personaje Único, maravilloso al que se dedica por tradición este  mes
. Mayo mes de la Virgen, Nadie ha tenido tanto reconocimiento ni en el cielo ni en la tierra. También se celebra el día de la madre, y es el mes de las flores. Creo que precisamente porque la Virgen es la madre por excelencia pues es de Dios y nuestra, y la flor de las flores.
       Y nuestro país tiene el honor de ser nominado: Tierra de María..
No voy a hablar de ella, pero si he recopilar la letra de alguna canción dedicada en su honor y que la mayoría recordaremos
·        Madre, óyeme: mi plegaria es un grito en la noche. Madre, mírame en la noche de mi juventud. Madre, sálvame, mil peligros acechan mi vida. Madre, lléname de esperanza, de amor y de fe.

Madre, guíame: en la sombra no encuentro el camino. Madre, llévame, que a tu lado feliz cantaré. Madre, una flor, una flor con espinas es bella. Madre, un amor, un amor que ha empezado a nacer.

 Madre, sonreír, sonreír aunque llore en el alma. Madre, construir, caminar aunque vuelva a caer. Madre, sólo soy el anhelo y la carne que luchan. Madre, tuyo soy, y en tus manos me vengo a poner.

·        Cuántas veces siendo niño te rece .Con mis besos te decía que te amaba .Poco a poco, con el tiempo, alejándome de Ti Por caminos que se alejan me perdí.
Hoy he vuelto, Madre a recordar, cuántas cosas dije ante tu altar, y al rezarte puedo comprender, que una Madre no se cansa de esperar
Al regreso me encendías una luz. Sonriendo desde lejos me esperabas. En la mesa la comida aún caliente y el mantel. Y tú abrazo en mi alegría de volver
·               Aunque el hijo se alejara del hogar, una madre siempre espera su regreso, que el regalo más hermoso, que a los hijos da el Señor, es su madre y el milagro de su amor.
    A mí no me hizo ningún mal. Por el contrario, las oraciones y devociones que aprendí a la vez que comenzaba a hablar. Aunque las he abandonado en muchos momentos. En otros han sido mi salva-vidas.
     Como colofón una anécdota: En casa teníamos una imagen de la Virgen al subir la escalera. Y nos enseñaron a saludarla, tirar un beso, pedirle cosas , pedirle ayuda etc. Pues un día en casa estaba una visita y no sé el motivo, pero uno de mis hermanos con 3 añitos cogió una pataleta, y los gritos y lloros  aumentaban, debieron mandarlo a su cuarto. Mi madre le comento a la visita, calculando que el niño iba por la escalera, ahora se callará, y así fue, ante la sorpresa de esta visita, para continuar berreando. Mi madre explico que el motivo de la pausa fue dedicado a la Virgen





miércoles, 11 de abril de 2018

Mi hija

A mi amor
nacida estos días,
adoro con fervor
mi luz y vida.
A ti princesa mía
reina de mi corazón,
inmensa tu belleza
antes marchita flor.

Luis P

Anécdota de la infancia (La pesca)

Luis pasaba sus vacaciones estivales siendo un niño en un pueblo, situado en la parte Sur de Ávila, en casa de sus abuelos; ayudándoles junto con su tío Juan Manuel (un año mayor que él e hijo de sus abuelos) en todas las faenas del campo. Subían al monte a cortar leña para hacer acopio para el invierno, también a plantar verduras, regar y, en fin, todo lo que es necesario para el cultivo.

Una noche el abuelo les notificó que al día siguiente irían al olivar situado a la orilla del río a reforzar la pared de la finca, con cantos rodados, que todos los años hacía caer la corriente del río en invierno con las crecidas. Esta noticia alegró muchísimo a ambos zagales, ya que después de levantar la pared con piedras podrían chapotear en el río y, si era posible, cogerían peces para la cena, porque eran de una familia con pocos medios de subsistencia. Al día siguiente, cuando empezaba a clarear el día, se levantaron y, después de desayunar, salieron camino del río, situado a unos cinco kilómetros, montados en dos borriquillos y con la comida en los serones. Siempre iban acompañados por dos perros como animales de compañía.

Durante el camino el campo mostraba todo su esplendor y en el aire flotaba la fragancia del tomillo y otras plantas, que lucían esplendorosos colores. Al llegar a su destino descargaron a los borriquillos de todos sus aperos e iniciaron el trabajo. A media mañana pararon a descansar y a hacer un pequeño piscolabis para reponer fuerzas. Continuaron el trabajo hasta la hora de comer y, después de la comida, reiniciaron el trabajo. A media tarde y, con un sol de justicia, dieron por concluida la faena por ese día y los dos muchachos se metieron en el agua a chapotear y jugar dentro del agua con los perros, con gran alborozo de estos. El abuelo les llamó para decirles que si querían ayudarle a coger algunos peces para cenar, a lo cual ambos asintieron. Como no llevaban ningún elemento para pescar utilizaron una técnica que llaman uñate, es decir cogerlos con la mano bajo las piedras o en la orilla entre las ovas. Metiendo las manos bajo las piedra capturaron algunos peces con gran alegría para los muchachos, pero, alguna de las veces, sacaban alguna culebra de agua entre las manos causándoles un gran susto que les hacía salir del agua despavoridos. Ya con la caída del sol regresaban muy contentos a casa, tanto por el trabajo realizado, como por los peces que traían, aunque no fueran michos, y que servirían como ayuda para la frugal cena.

Al día siguiente volvieron otra vez al olivar para terminar de levantar la pared con los cantos rodados. La jornada transcurrió muy parecida a la anterior y por la tarde, después de chapotear en el agua, volvieron otra vez a tratar de capturar algunos peces. Esta vez el abuelo había llevado consigo un arte de pesca desconocido. Éste consistía en una red cogida entre dos palos formando como la boca de un embudo y terminada en una especie de bolsa del mismo material. El abuelo les explicó que tenían que moverse pateando por el río de lado a lado desde una distancia de unos metros de dónde estaba él situado. Él iría avanzado hacia ellos y ellos tenían que, a su vez, ir acercándose hacia él. Cuando ya estaba la bolsa muy llena y no se podía arrastrar se sacaba a la orilla fuera del agua y se daba la vuelta a la bolsa echando todo sobre la arena. Allí caían ovas que se habían introducido revueltas con los peces y otros animales. Había que ir abriendo las ovas y cogiendo con las manos los peces que se descubrían, hasta que aparecía alguna culebrilla que volvía a asustar a los chicos. Con este arte de pesca se capturaron mas peces y la cena sería más abundante.

Regresaron muy contentos a casa con el trabajo totalmente terminado y una gran cantidad de peces, suficientes para cenar y poder regalar a algún vecino de más confianza.

Posteriormente y por la muerte de sus abuelos Luis ya no volvió a bajar al olivar, ya que éste se había repartido entre los hijos de su abuelo y ahora eran ellos los que se encargaban de su mantenimiento.

Luis siguió bajando a pescar, en periodos posteriores, a otros lugares del río, utilizando una caña de pescar pero recordando con añoranza aquellos días de pesca con su abuelo.

Luis P.

viernes, 6 de abril de 2018

La admiración


                                               
            La admiración

    Por casualidad me tocó pasar a máquina un artículo para la revista del centro Cepa, la letra  me llamo la atención y a  muchos expertos en grafología, les hubiera gustado estudiarla.Yo asistí a un seminario de esta especialidad, hace años y descubrí  detrás de esta letra, una vida interesante, intensa, muy llena. ( Aclaro, que la letra no es la pericia de mi mano, escribimos con el cerebro). Después,  al descubrir  que tenía 99 años y por lo que escribió, con capacidad de admirar y asombrarse de las cosas. Pensé: Somos colegas en esto, será mi próximo articulo.
   Se que entre nosotros hay expertos, especialistas en diversas materias, otros son doctos en recabar información y preparan artículos maravillosos. Otras siguen las noticias y como verdaderas reporteros, se codean con quien haga falta, poniendo los puntos sobre las íes. Pues yo no tengo casi ninguna de estas cualidades, pero soy una persona inquieta, no me caracterizo por ser superficial ante las cosas,  soy firme en mis convenciones, creo que doy importancia a lo que realmente la tiene, y transijo en otras muchas temporales que considero no tienen tanta.
   Soy amante de la naturaleza, la vida, los niños, los animales etc. En cierto sentido tengo capacidad de admirarme, de transcender ante las cosas más pequeñas ordinarias. No tengo estudios superiores,   
pues; como muchas personas de mi generación, y más naciendo en una familia numerosa y humilde (circunstancia que volvería a elegir) mis padres no tenían medios para poder dar estudios a todos. Algunos lo hicieron con gran sacrificio y esfuerzo de ellos, otros consiguieron becas, pero, sin bajar la guardia pues, para mantenerla no permitían un suspenso, y se estigia una nota media alta. Yo hice una formación profesional de primer grado, y comencé a trabajar a los 16 años. Pero creo que nunca he dejado de estudiar las materias que me interesaban; mediante congresos, seminarios conferencias, cursos profesionales,( pues o te reciclas o mueres).Y nunca he dejado de leer.
   Me gusta la filosofía, la antropología, las ciencias. De pequeña tenía el apodo de” POR QUE” es propio de los niños, pero creo que yo lo era en grado superlativo, y agradezco que casi nunca tuve un no por respuesta. De pequeña preguntaba los porqués. Ahora los interiorizo, los medito, los estudio y llego a conclusiones. Pienso en un consejo, miro a los demás no como rivales, con compresión ante actitudes equivocadas. Amo la pluralidad, pero no el subjetivismo y relativismo de ! todo vale ¡ en el que con tanta frecuencia caemos, ajustando la verdad a mi juicio, mayormente para justificar mis debilidades.( Sale otra vez mi vena )  ¡Vuelvo a filosofar!
   Es muy bueno que cada uno explore sus buenas aptitudes y las ponga al servicio de los demás. Esta pluralidad nos lleva a colaborar en un mundo mejor.
La admiración es una cualidad del ser agradecido, pues con facilidad nos acostumbramos  a todo lo que vivimos y poseemos, y no solo esto, nos quejamos y comparamos con los que tienes más o en apariencia les va mejor, y a penas pensamos en quien no tiene nada, ni siquiera la posibilidad de tener.
   Corrió  estas navidades un pequeño vídeo por whatsapp. Un hombre que despierta, no recuerdo, si de una pesadilla horrible. Y todo lo que va descubriendo son regalos, que le hacen llorar de alegría y admiración: A su lado en la cama, está su mujer; envuelta en papel de regalo, entra otro paquetito con piececillos en la habitación  llamando papá. Da el interruptor y se ilumina la habitación; otro milagro. Mira por la ventana, esta nevando, y el paisaje es de una belleza sin igual. Todo eran regalos.
   El problema es que tenemos tantos, que nos acostumbramos, no los valoramos. Es más; incluso los utilizamos mal, como cosas propias , merecidas, no auténticos regalos que podríamos no disponer de ellos. Cuantas personas, trabajan, pelean, sufren y no tienen a penas para mantenerse en pie.
    Es bonito ponerse de vez en cuando en el lugar de un pequeñín que va descubriendo: sus manitas, los pies, se embelesa, no puede transcender pero contempla. Su mirada es limpia transmite paz, no está de vuelta. Se va abriendo a la realidad, cada día descubre cosas nuevas: Abrir cajones, armarios, investigar lo que hay detrás, abrir un grifo, sorprenderse de todo lo que produce cualquier ruido. ( estos descubrimientos suelen traen  consecuencias para los mayores). Pues; lo hacer en silencio, y con una rapidez tremenda, de ahí el peligro del niño callado en estas edades, pues sus investigaciones no tienen límites, ni riesgos.
    " Re-descubramos el mundo encerrado detrás del acostumbra-miento a tantas cosas bellas".
   La admiración para los filósofos griegos, fue la base y origen de la filosofía: pues el sorprenderse, induce a pensar en respuestas ante lo que se desconoce y no se ajusta a lo previsible o dado por cierto, entonces el observador se obliga a buscar razones para aquello que nos desconcierta y verlo desde distintos ángulos.
La admiración es una actividad y cualidad  exclusivamente humana
   Gramaticalmente los signos de admiración o exclamación se usan para destacar alguna palabra, dar énfasis a una frase o palabra, denotar asombro, emoción…

                                                                                                                 Lucia Sanz

jueves, 5 de abril de 2018

Remembranzas

Ahora que he pasado ya de los 50 siento cierta añoranza de mi pasado. Echo la vista atrás y pienso en la infancia que tuvimos los niños de nuestra generación y, que a pesar de que actualmente los niños lo tienen todo a su alcance, no son más felices que los niños de nuestra época.

A veces creo que no valoramos todas las vicisitudes y experiencias que vivimos. Aún no siendo siempre experiencias buenas, nosotros las vivíamos con mucha intensidad.

Ahora los niños son más solitarios, a la vez, los padres nos independizamos demasiado pronto de nuestros hijos, dejando que los eduque la televisión, los amigos, las cuidadoras. Damos mucha importancia a lo tecnología dejando atrás lo humano y los valores que nosotros como padres podemos inculcarles.

En casa cada cual tiene su espacio y no se traspasa el entorno de cada uno.

Actualmente estamos rodeados de muchas personas pero nos sentimos solos, esto también afecta a los niños.

Somos una sociedad deshumanizada, individualista y egoísta, y eso es lo que le estamos transmitiendo a los niños.

La vida que nuestros padres tenían hace 50 años era muy diferente, más sana, más participativa en la comunidad. Los vecinos eran como parte de nuestra familia, todos sabíamos de todos, estaban dispuestos a ayudarse unos a otros ante cualquier situación y éstas actitudes beneficiaban a la relación de los niños con los demás.

Los niños de entonces éramos muy felices, a lo poco que teníamos le sacábamos mucho partido. Recuerdo que nos pasábamos el día en la calle, cuando llegábamos del cole no recuerdo que entraramos a la casa. Mi madre nos daba el bocadillo que casi siempre era de mantequilla de colores.

Y qué decir de los juegos, ¡eran maravillosos! Teníamos una capacidad impresionante para inventarnos juegos y no nos aburríamos nunca.

Recuerdo con mucho cariño cómo pasábamos tardes enteras, por ejemplo y por citar algunos juegos: a la cuerda, a los duples, a la taba, al pañuelo, al látigo, a churro media manga manga entera, a príncipes y princesas, al escondite y tantos y tantos...o simplemente sentados en el batiente de alguna casa y contar historias inventadas, cuentos y chistes, que por cierto mi primer chiste verde lo escuché de un niño de mi pueblo con 6 añitos.

Recuerdo también cómo era el aseo en mi casa, lo primero es que no teníamos baño, no estaba hecha aún la acometida, con lo cual hacíamos las necesidades en un cubo y cuando estaba lleno mi padre se lo llevaba al campo y allí lo tiraba. Nos lavábamos en un barreño de aluminio. En verano el agua la calentaba el sol y en invierno mi madre calentaba agua en una estufa de picón y el barreño lo dejaba mi madre al lado de la estufa con el consiguiente peligro de poder acabar con alguna que otra quemadura.

Cuando yo le cuento esto a mis hijos no entienden cómo se podía ser feliz en esas circunstancias.

Son recuerdos que han marcado a una generación y me han marcado a mí particularmente. Los niños de entonces éramos ajenos a los problemas sociales o de índole político. Éramos felices sin saber qué significaba la palabra "felicidad". La infancia que viví en la calle y con mis mayores no la cambio por nada. Las vivencias y las experiencias que viví han marcado mi carácter y no cambiaría nada a pesar de las dificultades, a nuestra manera fuimos muy felices.

Me quedo con los buenos recuerdos, remembranzas de una vida, de mi vida.

Maricarmen Prieto 

Destino o decisiones equivocadas



¿Existe el destino o somos nosotros mismos los que lo forjamos? Voy a contar una historia real, y, que cada cual saque sus conclusiones.

María naicó en una familia muy humilde. Sus padres la tuvieron siendo muy jóvenes y sin estar casados. Cuando apenas tenía dos años, su padre desapareció de su vida, y hasta hoy, no ha vuelto a saber de él.

Al quedarse sola, su madre se fue a otra ciudad a buscar trabajo y ella se quedó a vivir con sus abuelos.

Estos trabajaban muy duro y apenas tenían para ir viviendo. Por ello querían que María, además de ser buena persona, estudiara mucho, para que tuviera un futuro mejor que el de ellos y el de su madre. María fue creciendo con ellos, pues su madre decía que no podía ocuparse de ella.

La niña, conforme fue creciendo, comenzó a cansarse de la vida que llevaba con sus abuelos, ya que sólo era estudiar, estudiar, y estudiar. Eso, al menos, es lo que ella sentía.

Cuando llegó a la adolescencia, dijo que quería irse a vivir con su madre, y se fue.

Su madre tenía poco tiempo para ocuparse de ella, se había acostumbrado a estar sola, y su hija era una carga.

María comenzó a hacer lo que quería, ya que pasaba el día sola. Dejó de ir al instituto y se pasaba todo el día en la calle con jóvenes como ella. De nada servían las “charlas” de sus abuelos y las broncas que, a veces, le echaba su madre. ¡Estaba harta de todo y de todos!

Por fin cumplió los dieciocho años ¡Ahora sí que iba a hacer lo que quisiera! Se marchó a vivir de ocupa con sus amigos, a fumar, a beber…! ¡A vivir la vida!

Pero, como para todo eso se necesita dinero y, ninguno estaba preparado para trabajar, la manera más rápida y fácil de ganarlo fue trapichear con droga. Hasta que los cogió la policía y fueron a la cárcel. A María la condenaron a tres años. Al entrar en la cárcel, se enteró de que estaba embarazada de mellizos. El padre era uno de los amigos, un drogadicto que también terminó en la cárcel.

Allí nacieron sus hijos y, mientras estuvo encarcelada, al menos no le faltó comida, ni techo, ni ropa. Pero cuando cumplió la condena se encontró con el problema de que, si no tenía donde vivir, le quitaban a sus hijos.

El único sitio donde podía ir a vivir era con su abuela.

Actualmente, su abuela vive con una pensión mínima en un piso tan pequeño que María y su abuela tienen que dormir en la misma cama, y sus dos hijos en otra habitación, también en una sola cama. María ha vuelto con su abuela a la misma casa de la que se fue cuando era niña. Con esa abuela de la que estaba tan harta porque la obligaba a estudiar y que ahora es la única que la ha recibido a ella y a sus hijos con los brazos abiertos. Viviendo con ayuda de Cáritas y Servicios Sociales, y buscando un trabajo que no encuentra.

¿Nació María con este destino o se lo buscó ella con sus acciones?

Espero que esta historia haga reflexionar a los jóvenes y les haga comprender lo necesarios que son los estudios para poder vivir, y que todas las decisiones que tomen en su momento les afectarán para bien o para mal a ellos y a los que les rodean para el resto de su vida.

Mercedes Gozálvez

martes, 20 de marzo de 2018

La lectura IV

Queridos lectores: Tengo que deciros, que me sorprende cuantas cosas pueden salir de un mismo tema. Los que habéis leído los anteriores artículos, podréis comprobar la importancia que tiene, y, a medida que piensas en él, surgen más y más ideas. Al escribir el anterior, prácticamente lo di por terminado, pero creo que podéis intuir el porqué de la insistencia. confieso que me preocupa que muchos niños especialmente, no descubran el mundo maravilloso que hay detrás de las páginas de un libro. No les culpo, pues sus padres quizás tampoco llegaron a descubrirlo, leyendo solo los obligados en el colegio, que no siempre eran de su gusto, pero sin adquirir un hábito de lectura. Simplemente es más inmediato y fácil entretenerse recurriendo a la televisión, video juegos y tableta.

Para tener habito de leer alguien te leyó cuentos a veces un cuento, paso contigo muchos ratos señalando imagenes, diciendo su nombre, y algo relacionado que pudieras entender; más tarde comenzabas a deletrear y descubrir el significado de la unión de las distintas letras que ibas aprendiendo, luego juntaste palabras, mas tarde frases. ¡Y aprendiste a leer! Es aquí donde saber aconsejar e inculcar este amor por la letra impresa, desde la infancia, es un don y una ciencia.

Os tengo que contar algo, que en principio podéis pensar, que es una pequeñez y lo es, pero para mí, que observo y tengo capacidad de admirarme de estas pequeñeces me maravilló. Reconozco que al estar rumiando el tema de la lectura me dije: esto lo cuento aquí. Pues iba en el metro sentada y enfrente había un papa con su niño, que no tenía más de tres añitos. Iban sentados cada uno en su asiento y, por cierto, el padre era muy alto, por lo que para escuchar a su pequeñín, tenia que inclinarse y luego hacia cierto gesto con el cuello; al parecer las cervicales protestaban. Pues el niño tenía un cuento, con muchos dibujos y poquita letra. Pasaba las hojas haciendo un gurruño como suelen hacer los niños. El caso es que ante la letra cogía con sus manitas la cara del padre y señalaba el trocito de letra y el padre se lo leía. Yo veía, su padre no, la carita del niño. Era de asombro, absorto, con su rostro radiante, con unos ojos como platos admirando la escena. No era más que una planta y unos animales o algo parecido, pero el niño lo contemplaba un rato ¡Me hubiera gustado tanto adivinar todo lo que él veía detrás! Era un mundo de descubrimientos, esto se repetía, cada vez que le pedía a su padre leer la letra, luego venia esta contemplación, si se puede definir así. Me conmovió y a punto estuve, de decir a su padre: no deje de hacer esto con su niño se lo agradecerá toda su vida.

Pienso en las imágenes que ven en los dibujos de la televisión. Pasan tan rápido que no les da tiempo a crear su historia. Los niños tienen una imaginación desbordante y es bueno que sean creativos. Esta muy bien, que con un simple palo lo conviertan en caballo, espada, pértiga. Que escondan en un hoyo de tierra en la calle una piedra y la conviertan en su tesoro o piedra mágica, y miles de ideas que se les ocurran.

En el anterior artículo hablaba de mi criterio de elección, que, al igual que con las películas, no es ni el último ni los más vendidos. Pues he leído alguno, que es oro puro, que su autor no es escritor, pero tiene algo que contarnos y no ha adquirido fama con su libro, más bien, a duras penas ha conseguido publicarlo.

Sé que el alcance de la revista es más en torno a CEPA y los que participamos de todo lo que nos ofrece, por eso no generalizo el tema, lo trato personalmente: hace poco, me toco aconsejar a dos sobrinos de 7 y 13 años algún libro y no es fácil. Pero recurres a tu memoria, te pones en su lugar y hay alguno que en su momento te marco y dejo un recuerdo inolvidable. Es aquí donde el consejo del que hablábamos en el anterior articulo nos ayuda a refrescar nuestra memoria, la listica de libros que recuerdas que te gustaron y puede seguir gustando. Te enteras bien sus preferencias, gustos etc. Le haces un pequeño resumen, de alguno que pueda coincidir con estos, le sugieres, si no le gusta le buscas otro, dependiendo que le atrae más, según su edad y forma de ser. Estos sobrinos no se duermen nunca sin leer un cuarto o media hora antes, por lo que llevan muchos libros leídos.

Es bueno comenzar con cuentos, relatos, historias, libros que de alguna manera transmitan valores, para amueblar su cabeza. Donde el bien y el mal quedan reflejados de diversas maneras. Es bueno donde alguien se define ejemplarmente, hechos reales o ficticios, pero en su cabeza van fijándose pautas de comportamiento, cosas que le llevan a pensar, a reflexionar, a admirarse, a plantearse como reaccionaria él en esa situación, metas de superación, de interiorizar las cosas, etc.

Si no lo digo reviento, me rebelo a que los niños se conviertan en pequeños monstruos y solo reaccionen con acción, dibujos feos, violentos. Me supera cuando niños de cuatro añitos se tragan unos que ni yo los soporto, irreales, bélicos, personas y animales que no son ni lo uno ni otro. ¿Cómo no se van a enganchar a los video juegos? ¿Cómo van a valorar las cosas más sencillas y normales si se acostumbran a estas imágenes estresantes? Lo propio de todas las especies es darles el alimento adecuado según se desarrollan. Por qué no damos la misma importancia a proteger la sensibilidad de nuestros niños dándoles lo adecuado para que crezcan como persona normales. Estos dispositivos son altamente adictivos. Luego los llevamos al sicólogo por insomnio o por hiperactividad, etc. Ahogar el mal con abundancia de bien, y no lo contrario, ahogar el bien con abundancia de mal.

Aunque no considero que haya leído demasiados libros, puedo deciros que algunos miles si, y puedo recordar muchos títulos. Disfruto con libros sobre muy diversas culturas y hechos históricos. Te sitúa en la mentalidad, costumbres, en el tiempo que sucedió. Adquieres conocimientos, te enriqueces…

Por citar algún título de los que recuerde sin hacer ningún esfuerzo, teniendo ya uso de razón, que me enseñaron y con los que disfrute, viví y aprendí tanto.

Un saco de canicas. Matar a un ruiseñor. Cisnes salvajes. El esbirro. Diario de Ana Frank. Viento del Este y vientos de Oeste. Mi familia y otros animales. Velando en la noche. Buena suerte. Las llaves de Sara. El secreto de mi madre. La estepa infinita. La sombra del olivar. La rosa de media noche. No sin mi hija. El precio a pagar. etc.

He nombrado a propio intento libros que llevan muchos años editados, Y que quizás por esto estén pudriéndose en las estanterías de las bibliotecas. Podría, si sirviera para algunos pocos, hacer una lista con mucha más precisión de temas, contextos, edades. No he nombrado a los clásicos que todos sabemos dándolos por conocidos por la mayoría.

Hay una cosa que creó para finalizar que es aconsejable, tener varios libros empezados a la vez, según te encuentres. Divertidos, serios, ensayos. Siempre no te encuentras con las mismas disposiciones o cansancio moral o físico.

La alfabetización es una destreza cognitiva, pero la lectura es un saber cuyo aprendizaje requiere de todas las potencias interiores: imaginación, memoria, emoción, reflexión, juicio, análisis, intuición. Por eso el que no lee o apenas lo hace tiene el alma desentrenada.

“Leer, leer, leer, es vivir la vida que otros soñaron” (Unamuno).

Lucía Sanz