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martes, 10 de enero de 2017
jueves, 13 de octubre de 2016
Los Cínicos no sirven para este oficio
No hay periodismo posible al margen de la relación con los otros seres humanos. La relación con los seres humanos es el elemento imprescindible de nuestro trabajo. En nuestra profesión es indispensable tener nociones de psicología, hay que saber cómo dirigirse a los demás, cómo tratar con ellos y comprenderlos.
Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su destino. Es una cualidad que en psicología se denomina «empatía». Mediante la empatía, se puede comprender el carácter del propio interlocutor y compartir de forma natural y sincera el destino y los problemas de los demás.
En este sentido, el único modo correcto de hacer nuestro trabajo es desaparecer, olvidarnos de nuestra existencia. Existimos solamente como individuos que existen para los demás, que comparten con ellos sus problemas e intentan resolverlos, o al menos describirlos.
El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible. Hablo, obviamente, del buen periodismo. Si leéis los escritos de los mejores periodistas –las obras de Mark Twain, de Ernest Hemingway, de Gabriel García Márquez–, comprobaréis que se trata siempre de periodismo intencional. Están luchando por algo. Narran para alcanzar, para obtener algo. Esto es muy importante en nuestra profesión. Ser buenos y desarrollar en nosotros mismos la categoría de la empatía.
Sin estas cualidades, podréis ser buenos directores, pero no buenos periodistas. Y esto es así por una razón muy simple: porque la gente con la que tenéis que trabajar –y nuestro trabajo de campo es un trabajo con la gente– descubrirá inmediatamente vuestras intenciones y vuestra actitud hacia ella. Si percibe que sois arrogantes, que no estáis interesados realmente en sus problemas, si descubren que habéis ido hasta allí sólo para hacer unas fotografías o recoger un poco de material, las personas reaccionarán inmediatamente de forma negativa. No os hablarán, no os ayudarán, no os contestarán, no serán amigables. Y, evidentemente, no os proporcionarán el material que buscáis.
Y sin la ayuda de los otros no se puede escribir un reportaje. No se puede escribir una historia. Todo reportaje –aunque esté firmado sólo por quien lo ha escrito– en realidad es el fruto del trabajo de muchos. El periodista es el redactor final, pero el material ha sido proporcionado por muchísimos individuos. Todo buen reportaje es un trabajo colectivo, y sin un espíritu de colectividad, de cooperación, de buena voluntad, de comprensión recíproca, escribir es imposible.
Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su destino. Es una cualidad que en psicología se denomina «empatía». Mediante la empatía, se puede comprender el carácter del propio interlocutor y compartir de forma natural y sincera el destino y los problemas de los demás.
En este sentido, el único modo correcto de hacer nuestro trabajo es desaparecer, olvidarnos de nuestra existencia. Existimos solamente como individuos que existen para los demás, que comparten con ellos sus problemas e intentan resolverlos, o al menos describirlos.
El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible. Hablo, obviamente, del buen periodismo. Si leéis los escritos de los mejores periodistas –las obras de Mark Twain, de Ernest Hemingway, de Gabriel García Márquez–, comprobaréis que se trata siempre de periodismo intencional. Están luchando por algo. Narran para alcanzar, para obtener algo. Esto es muy importante en nuestra profesión. Ser buenos y desarrollar en nosotros mismos la categoría de la empatía.
Sin estas cualidades, podréis ser buenos directores, pero no buenos periodistas. Y esto es así por una razón muy simple: porque la gente con la que tenéis que trabajar –y nuestro trabajo de campo es un trabajo con la gente– descubrirá inmediatamente vuestras intenciones y vuestra actitud hacia ella. Si percibe que sois arrogantes, que no estáis interesados realmente en sus problemas, si descubren que habéis ido hasta allí sólo para hacer unas fotografías o recoger un poco de material, las personas reaccionarán inmediatamente de forma negativa. No os hablarán, no os ayudarán, no os contestarán, no serán amigables. Y, evidentemente, no os proporcionarán el material que buscáis.
Y sin la ayuda de los otros no se puede escribir un reportaje. No se puede escribir una historia. Todo reportaje –aunque esté firmado sólo por quien lo ha escrito– en realidad es el fruto del trabajo de muchos. El periodista es el redactor final, pero el material ha sido proporcionado por muchísimos individuos. Todo buen reportaje es un trabajo colectivo, y sin un espíritu de colectividad, de cooperación, de buena voluntad, de comprensión recíproca, escribir es imposible.
Ryszard Kapuscinski
lunes, 10 de octubre de 2016
Autoridad
En cualquier familia o grupo de amigos, siempre hay alguien que se encarga de curar las heridas. Nunca es la persona que más chilla. No le gusta jurar, ni dar golpes en las mesas. Suele tener sentido del humor, responsabilidad y paciencia, esa calma interior que identificamos con el buen carácter. No necesita más para tomar café un día con uno, invitar a otro a una copa, llamar por teléfono a un tercero, y así, antes o después, conseguir que todos recuerden que existen cosas más importantes que sus intereses momentáneos. El cariño, el largo camino que han recorrido juntos, la memoria compartida, la vida por delante. Cuando se restablece la paz, no se le atribuye en voz alta, pero nadie discute su autoridad. Porque quienes son capaces de resolver conflictos ejercen un poder pacífico y profundo, que emana de su propia calidad y les sitúa por encima de los que se dejan arrebatar por la ira. Esa figura ha desaparecido de la política española, un ámbito furioso donde sólo sobreviven los gritos, los puños cerrados, las ansias de venganza. El Parlamento catalán convoca un referéndum unilateral, el Gobierno en funciones celebra que el Constitucional pida el procesamiento de su presidenta, la gestora del PSOE advierte que no va a tolerar diputados díscolos y los presuntos referentes morales de los partidos intervienen para pedir más sangre. La falta de Gobierno parece producir el mismo efecto que la ausencia de la maestra en un aula de primaria. Nada resulta tan infantil, tan inmaduro, como identificar la autoridad con la arrogancia, los desafíos y la violencia de cualquier tipo. Cuando la maestra vuelve a su mesa, los niños dejan de alborotar. No distingo en el horizonte político ninguna autoridad comparable a la suya.
Almudena Grandes. El País.
jueves, 29 de septiembre de 2016
Los verdugos también mueren
HANGMEN ALSO DIE, 1943
DIRECTOR: Fritz Lang. GUIONISTA: John Wexley. FOTOGRAFÍA: James Wong Howe. MÚSICA: Hanns Eisler. INTÉRPRETES: Brian Donlevy, Anna Lee, Walter Brennan, Gene Lockhart, Dennis O’Keefe. PRODUCCIÓN: Arnold Pressburger/Fritz Lang. (T. W. Baukfield). DURACIÓN: 131 minutos.
Convertido en uno de los grandes del cine europeo, en general, y del alemán, en particular, Fritz Lang (1890-1976) se entrevista en 1933 con Joseph Paul Goebbels, ministro de propaganda del III Reich. Este le dice que Adolph Hitler admira mucho sus películas y le propone dirigir la industria cinematográfica alemana. Lang acepta encantado, pero esa misma noche huye en tren a París con lo puesto.
Tras hacer una película en Francia, llega a California en 1934 contratado por el productor David O. Selznick, pero hasta que hace Furia (Fury, 1936), para Metro-Goldwyn-Mayer, sus proyectos se hunden uno tras otro.
Entre las veintidós películas que rueda durante los veinticinco años de su período norteamericano destaca su importante aportación al cine negro con títulos como Sólo se vive una vez (You Oniy Live Once, 1937), La mujer del cuadro (The Woman in the Window, 1944), Los sobornados (The Big Heat, 1953), Deseos humanos (Human Desire, 1954) y Mientras Nueva York duerme (While the City Sleeps, 1956), donde introduce múltiples elementos expresionistas en el género, sin olvidar el western personal Encubridora (Rancho Notorius, 1952) y la magnífica aventura Monfleet (1955).
Sus obras más personales son Man Hunt (1941), que gira en torno a un hombre que intenta asesinar a Hitler, y Los verdugos también mueren por tratar problemas directamente relacionados con Alemania. Y en especial esta última por conseguir una perfecta síntesis entre su estilo expresionista alemán y su depurada técnica narrativa norteamericana. Gracias a una colecta de fondos entre los exiliados alemanes organizada por el propio Fritz Lang, el dramaturgo Bertolt Brecht llega a Estados Unidos algún tiempo después que él. Sobrevive durante once años colaborando en guiones, que la mayoría de las veces no se ruedan, y el montaje de su famosa obra Galileo Galilei, que finalmente protagoniza Charles Laughton, bajo la dirección de Joseph Losey. En 1947 es llamado a declarar ante la «Comisión de Actividades Antinorteamericanas» y poco después se va de Estados Unidos para instalarse en Berlín Oriental y dirigir el famoso Berliner Ensemble, su propio teatro.
Bertolt Brecht realiza su mejor trabajo en Estados Unidos cuando Fritz Lang le propone, en plena Segunda Guerra Mundial, escribir un guión juntos. Poco antes, el 27 de mayo de 1942, muere en un atentado, preparado por la resistencia checoslovaca, Reinhard Heydrich, el jefe del gobierno nazi de Praga. Con este punto de partida escriben un guión donde se mezclan a la perfección los intereses políticos de Brecht con el sentido de la acción de Lang, pero que al mismo tiempo pueda interesar a algún productor norteamericano.
El trabajo no resulta fácil, pero finalmente llegan a una acertada síntesis donde no hay elementos que puedan molestar a los susceptibles censores norteamericanos, como los derivados de la persecución de los judíos, al tiempo que se desarrolla una acción según los cánones del cine de intriga.
Dado que ambos hablan mal inglés y lo escriben peor, se ponen en contacto con el guionista John Wexley para que, más que nada, traduzca su trabajo, pero en principio firman el guión entre los tres. Posteriormente dado que Wexley es norteamericano, Brecht no lo será nunca y Lang todavía no se ha nacionalizado, el «Screen Writers Guild», el sindicato de escritores, sólo acepta que Wexley firme como guionista, mientras Lang y Brecht aparecen como autores del argumento.
No resulta fácil encontrar financiación, pero finalmente le interesa al productor independiente Arnold Pressburger. Se rueda con un presupuesto muy bajo, íntegramente en estudio con unos decorados no muy buenos, sin ninguna estrella y con unos actores no muy conocidos, a la cabeza de los cuales se sitúa Brian Donlevy, y durante no demasiados días.
La historia narra con eficacia y claridad las relaciones entre el ejecutor material del atentado contra el jefe del gobierno nazi en Praga, el doctor Franz Sypboda, y la familia del profesor Novotny, que le ayuda a esconderse, pero sobre todo la compleja trama organizada por la resistencia para que las sospechas recaigan sobre un espía colaboracionista.
La película tiene mucho atractivo y resulta una excelente mezcla de los intereses de Brecht, como la escena en que el profesor Novotny dicta una carta de despedida a su hija subrayando el valor de la libertad, con los de Lang, en la medida que la peripecia queda muy cercana de las narraciones en torno al maléfico Mabuse, rodadas en Alemania antes y después de su exilio norteamericano.
DIRECTOR: Fritz Lang. GUIONISTA: John Wexley. FOTOGRAFÍA: James Wong Howe. MÚSICA: Hanns Eisler. INTÉRPRETES: Brian Donlevy, Anna Lee, Walter Brennan, Gene Lockhart, Dennis O’Keefe. PRODUCCIÓN: Arnold Pressburger/Fritz Lang. (T. W. Baukfield). DURACIÓN: 131 minutos.
Convertido en uno de los grandes del cine europeo, en general, y del alemán, en particular, Fritz Lang (1890-1976) se entrevista en 1933 con Joseph Paul Goebbels, ministro de propaganda del III Reich. Este le dice que Adolph Hitler admira mucho sus películas y le propone dirigir la industria cinematográfica alemana. Lang acepta encantado, pero esa misma noche huye en tren a París con lo puesto.
Tras hacer una película en Francia, llega a California en 1934 contratado por el productor David O. Selznick, pero hasta que hace Furia (Fury, 1936), para Metro-Goldwyn-Mayer, sus proyectos se hunden uno tras otro.
Entre las veintidós películas que rueda durante los veinticinco años de su período norteamericano destaca su importante aportación al cine negro con títulos como Sólo se vive una vez (You Oniy Live Once, 1937), La mujer del cuadro (The Woman in the Window, 1944), Los sobornados (The Big Heat, 1953), Deseos humanos (Human Desire, 1954) y Mientras Nueva York duerme (While the City Sleeps, 1956), donde introduce múltiples elementos expresionistas en el género, sin olvidar el western personal Encubridora (Rancho Notorius, 1952) y la magnífica aventura Monfleet (1955).
Sus obras más personales son Man Hunt (1941), que gira en torno a un hombre que intenta asesinar a Hitler, y Los verdugos también mueren por tratar problemas directamente relacionados con Alemania. Y en especial esta última por conseguir una perfecta síntesis entre su estilo expresionista alemán y su depurada técnica narrativa norteamericana. Gracias a una colecta de fondos entre los exiliados alemanes organizada por el propio Fritz Lang, el dramaturgo Bertolt Brecht llega a Estados Unidos algún tiempo después que él. Sobrevive durante once años colaborando en guiones, que la mayoría de las veces no se ruedan, y el montaje de su famosa obra Galileo Galilei, que finalmente protagoniza Charles Laughton, bajo la dirección de Joseph Losey. En 1947 es llamado a declarar ante la «Comisión de Actividades Antinorteamericanas» y poco después se va de Estados Unidos para instalarse en Berlín Oriental y dirigir el famoso Berliner Ensemble, su propio teatro.
Bertolt Brecht realiza su mejor trabajo en Estados Unidos cuando Fritz Lang le propone, en plena Segunda Guerra Mundial, escribir un guión juntos. Poco antes, el 27 de mayo de 1942, muere en un atentado, preparado por la resistencia checoslovaca, Reinhard Heydrich, el jefe del gobierno nazi de Praga. Con este punto de partida escriben un guión donde se mezclan a la perfección los intereses políticos de Brecht con el sentido de la acción de Lang, pero que al mismo tiempo pueda interesar a algún productor norteamericano.
El trabajo no resulta fácil, pero finalmente llegan a una acertada síntesis donde no hay elementos que puedan molestar a los susceptibles censores norteamericanos, como los derivados de la persecución de los judíos, al tiempo que se desarrolla una acción según los cánones del cine de intriga.
Dado que ambos hablan mal inglés y lo escriben peor, se ponen en contacto con el guionista John Wexley para que, más que nada, traduzca su trabajo, pero en principio firman el guión entre los tres. Posteriormente dado que Wexley es norteamericano, Brecht no lo será nunca y Lang todavía no se ha nacionalizado, el «Screen Writers Guild», el sindicato de escritores, sólo acepta que Wexley firme como guionista, mientras Lang y Brecht aparecen como autores del argumento.
No resulta fácil encontrar financiación, pero finalmente le interesa al productor independiente Arnold Pressburger. Se rueda con un presupuesto muy bajo, íntegramente en estudio con unos decorados no muy buenos, sin ninguna estrella y con unos actores no muy conocidos, a la cabeza de los cuales se sitúa Brian Donlevy, y durante no demasiados días.
La historia narra con eficacia y claridad las relaciones entre el ejecutor material del atentado contra el jefe del gobierno nazi en Praga, el doctor Franz Sypboda, y la familia del profesor Novotny, que le ayuda a esconderse, pero sobre todo la compleja trama organizada por la resistencia para que las sospechas recaigan sobre un espía colaboracionista.
La película tiene mucho atractivo y resulta una excelente mezcla de los intereses de Brecht, como la escena en que el profesor Novotny dicta una carta de despedida a su hija subrayando el valor de la libertad, con los de Lang, en la medida que la peripecia queda muy cercana de las narraciones en torno al maléfico Mabuse, rodadas en Alemania antes y después de su exilio norteamericano.
Augusto M. Torres
domingo, 25 de septiembre de 2016
¿Cómo le llaman a usted?
La lectura del artículo nostálgico y evocador que bajo el
título "Añoranzas" apareció en el programa de feria del año pasado,
firmado por nuestro querido y admirado paisano Antonio Aranda Trillo, cuyo
interés y dedicación por nuestros temas locales han sido siempre harto
notorios, me ha llevado a la elaboración de este escrito en el que pretendo redundar sobre el
tema de los apodos, nuestros apodos, motes o “nombrajos” como solemos llamarlos
por aquí; y es que, al parecer, la breve reseña que Antonio hizo de ellos en el
referido escrito, desató la hilaridad de nuestro pueblo.
En España, donde el gracejo y la picaresca han gozado siempre
de tan buena salud, podríamos decir que el uso de los motes o apodos para
designar a ciertas personas, se remonta a tiempos inmemoriales y desde luego,
se encuentra casi generalizado cuando se trata de pequeñas colectividades como
la nuestra. Pero los apodos llegan a todos los ámbitos y todas las esferas:
Goya fue conocido como El Sordo y
Cervantes como El Manco de Lepanto,
también tuvimos un torero llamado El
Guerra y un bandolero llamado El
Tempranillo. Esta costumbre llegó incluso a la realeza, acordémonos de
Pedro I El Cruel, Juana La Loca, Felipe El Hermoso, Carlos II El
Hechizado, Fernando VII El Deseado,
la infanta Isabel de Borbón La Chata
y hasta el muy divertido de Pepe Botella
que se aplicó al efímero rey José Bonaparte por su afición a empinar el codo. Y
esa costumbre de tildar aún sigue; recientemente hemos tenido a Lola Flores, La Faraona y a José Mercé, Camarón, seguimos teniendo a Miguel
Báez, El Litri; Emilio Butragueño, El Buitre y José María García, Butanito, por citar algunos ejemplos.
Pero vamos a centrarnos en nuestro pueblo, en nuestros motes
que son los que en realidad nos interesan. La costumbre de apodar está tan
generalizada que es raro que alguien se libre de ella; yo mismo, por predicar
con el ejemplo, fui descendiente de una familia de Orejitas, aunque más tarde se me conoció como El del Municipal por la profesión de mi padre. Es curioso, y ya
entramos de lleno en materia, cómo algunos nombres de pila, intactos o
ligeramente cambiada su fonética, llegan a constituirse en auténtico mote
familiar, como ocurre con Zacarías, Epifanio, Juan de Dios, Juan María,
Mauricio, Gervasio, Pío, Susi, Frasca, Paquera o Paquitorra. También hemos convertido en
motes algunos que perfectamente podrían ser apellidos, es el caso de Gallardo, Calderón, Carballo, Maroto, Alcanta, Maura, Salido y Marañón. Citaría también en este apartado algunos gentilicios
extranjeros como El Alemán o El Americano, nacionales como El Maño o El Marteño, e incluso nombres de ciudades como Marchena, Turín y Melilla.
Como ocurría en los burgos de la Edad Media, en los que había
calles enteras conocidas por la profesión de sus moradores, también en la
Bobadilla el mote más fácil era el que surgía por la profesión o actividad del
individuo en cuestión, ya fuera ésta de tipo rústico como Cortijero, Porquero, Lechonero, Cabrerillo, Borreguero, Cortador, Arriero, Pavero, Sillero, Chocero, Minero o Peón Caminero; o incluso de tipo urbano
como serían los casos de Herrero, Herrador, Canastero, Hornero, Cantaor, Afilador, Tallero, Relojero, Albardonero, Modisto, Encalador, Municipal, Tratante, Practicante, Marchante, Taxista, Torero, Boticario o Curilla.
Resulta paradójico que la profesión aludida no siempre es la realizada por el
titular que la ostenta. También es curioso el hecho de que sólo un par de estas
profesiones aparezcan en femenino como ocurre con los casos de Tendera y Latonera. Aparte de profesiones, también podemos encontrar
gradaciones militares como Sargenta,
Comisaria, Vicaria o Cabito Rober.
Y para terminar este párrafo, vamos a incluir algunos que corresponden a
títulos nobiliarios como es el caso de Reyes,
Marqués y Princesa.
La naturaleza está presente en la vida de cualquier bobadillero que comienza a disfrutarla desde el mismo momento en que se
levanta, respirando ese aire purísimo
que nos envuelve y
contemplando la multitud de sinuosas lomas de olivos que terminan en ese telón
de fondo que forman los montes Ahíllos y Caracolera. No es de extrañar por
tanto que la mayor parte de nuestros motes se haya inspirado en ella: Nombres de animales, árboles,
frutas, verduras y algún que otro comestible. ¡Lean, lean! Está claro que no
somos puerto de mar, de ahí que solo tengamos a Boquerón como representante de la fauna marina; hay algunos
insectos más: El Chinche, El Mosca y El Hormiguito; bastantes más aves: Buitre, Pajarito, Zurito, Gansa y Polluela; y como
casi siempre, en estos casos, son los mamíferos los que se llevan la palma.
Así tenemos Ratón, Zorro, Chivo, Carnerillo, Lobito, Becerra, Leona y Gorila. Arboles
sólo tenemos dos: Uno es Carrasco y
el otro Chaparrete que aluden al
pino y a la encina respectívamente. Tampoco somos muy ricos en verduras pues
sólo contamos con Hortaliza, Cebolla y Calabaza; pero compensamos con otro tipo de comestibles, bien sean
de repostería: Bollo, Bollico, Panes, Picatoste, Levadura, Vinagre, Galletas y Chocolate; o de charcutería, como es el
caso de Chorizo y Morcilla.
Las partes del cuerpo humano no se prodigan mucho entre
nuestros motes si hacemos excepción de Orejita,
Espinazo o Pelicos. Pero, en
cambio, como ocurre en todos los pueblos, nos ensañamos con los defectos ajenos
creando motes que llevan implícita una cierta dosis de crueldad, es lo que
ocurre con Sordo, Sordillo, Malavista, Tuerto, Ciego
Catarro, Cojo Málaga, Manco, Chato, Narigón, Porretas, Berruga, Rabiche, Panzo, Morenillo, o Colorada. Aunque no sólo los defectos, sino que también los vicios
humanos, debilidades o características personales, pueden llegar a convertirse
en motes. Es lo que ocurre con Zocato, Borracho, Descalzo, Verdugo, Pingón, Garrafal, Consumista, Salado o Callandico.
Hasta el nombre de un objeto, puede llegar a convertirse en
ingenioso apodo. El bobadillero, llegados a este punto, tiene predilección por
los objetos de vestir: Refajete, Miriñaque, Pantalones, Braguetas, Albarquillas, Zapatones, Botines, Chaquetona, Dije, Remache o Cachimba; pero no por ello olvida
aquellos con los que nos acostamos
o que amueblan nuestro dormitorio: Colchas,
Sabanillas y Perchero; ni tampoco esos otros objetos varios que podemos encontrar
en cualquier otro lugar: Porrones, Paletas, Costalillos, Canales, Pilones, etc. Punto y aparte merecen
los objetos bélicos de los que tenemos muy buenos representantes: Cartucho, Trabuco, Revolver, Mochila y
Bomba.
Hay un grupo de motes que me ha sido imposible diseccionar o
agrupar, están cargados de sentido, tienen su significado, pero son tan
variopintos que es difícil encasillarlos.¿Qué me decís de El Pinche, Garabato, Pozancón, Vega, Lendreras, Pajote, Cerote, Carreras, Metrico, Monterica, Cobertera, Cuaresma, Intendencia, Tarzán, Malagón o Fagina. Pero donde la imaginación del bobadillero se desborda es en
la creación de motes sin sentido, ahí es donde el sentido del humor y la
imaginación se alían para conseguir las más altas cotas de ingenio. Se trata de
unos motes en los que pura y símplemente se han primado sus valores
onomatopéyicos o su sonoridad fonética. A este lote pertenecen algunos como Pierres, Bilortas, Ferrute, Chirinche, Caniles, Chambo, Taberre, Mirro, Chirri, Rizal, Choli, Nichi, Rempojo, Pirulo, Calamorro, Carraíla, Girrobles o Mangurrino. Y, por si el simple apodo no fuera suficiente, hemos
inventado lo que podríamos llamar el mote compuesto, es decir, el que tiene dos
o más palabras en su composición. No son muchos pero, desde luego, son muy graciosos:
Mal-año, Cabra-mocha, Mira-cielos,
Traga-roscas, Rabo-mulo, Campo-solo y Pajas-cañas; este último siempre me ha
sonado a novela de Blasco Ibáñez, tal vez por sus resonancias o similitudes
fonéticas con la espléndida obra de Cañas y Barro.
Queridos paisanos, esto se está acabando, pero guardo para el
final unos simpáticos juegos de palabras. Ya sabéis que Santiago es el santo
patrón de España y que venció a los moros en la batalla de Clavijo (actual
Rioja), pues bien entre nuestros motes hay un Santo, una España, un Mata-moros y un Clavijo, ¿No diréis que no es coincidencia?, aunque tampoco está
mal la que ocurre con Chominote, Chorrina y Follisque, ¡Vamos, que con los tres se puede montar todo un
espectáculo! Y es que nuestro pueblo es el pueblo de las paradojas, un pueblo
que ríe por no llorar, un pueblo lleno de contradicciones como las existentes entre La Fortuna y El Malfario, El Muerto y
El Vivillo.
Antonio M. Contreras
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