La lectura del artículo nostálgico y evocador que bajo el
título "Añoranzas" apareció en el programa de feria del año pasado,
firmado por nuestro querido y admirado paisano Antonio Aranda Trillo, cuyo
interés y dedicación por nuestros temas locales han sido siempre harto
notorios, me ha llevado a la elaboración de este escrito en el que pretendo redundar sobre el
tema de los apodos, nuestros apodos, motes o “nombrajos” como solemos llamarlos
por aquí; y es que, al parecer, la breve reseña que Antonio hizo de ellos en el
referido escrito, desató la hilaridad de nuestro pueblo.
En España, donde el gracejo y la picaresca han gozado siempre
de tan buena salud, podríamos decir que el uso de los motes o apodos para
designar a ciertas personas, se remonta a tiempos inmemoriales y desde luego,
se encuentra casi generalizado cuando se trata de pequeñas colectividades como
la nuestra. Pero los apodos llegan a todos los ámbitos y todas las esferas:
Goya fue conocido como El Sordo y
Cervantes como El Manco de Lepanto,
también tuvimos un torero llamado El
Guerra y un bandolero llamado El
Tempranillo. Esta costumbre llegó incluso a la realeza, acordémonos de
Pedro I El Cruel, Juana La Loca, Felipe El Hermoso, Carlos II El
Hechizado, Fernando VII El Deseado,
la infanta Isabel de Borbón La Chata
y hasta el muy divertido de Pepe Botella
que se aplicó al efímero rey José Bonaparte por su afición a empinar el codo. Y
esa costumbre de tildar aún sigue; recientemente hemos tenido a Lola Flores, La Faraona y a José Mercé, Camarón, seguimos teniendo a Miguel
Báez, El Litri; Emilio Butragueño, El Buitre y José María García, Butanito, por citar algunos ejemplos.
Pero vamos a centrarnos en nuestro pueblo, en nuestros motes
que son los que en realidad nos interesan. La costumbre de apodar está tan
generalizada que es raro que alguien se libre de ella; yo mismo, por predicar
con el ejemplo, fui descendiente de una familia de Orejitas, aunque más tarde se me conoció como El del Municipal por la profesión de mi padre. Es curioso, y ya
entramos de lleno en materia, cómo algunos nombres de pila, intactos o
ligeramente cambiada su fonética, llegan a constituirse en auténtico mote
familiar, como ocurre con Zacarías, Epifanio, Juan de Dios, Juan María,
Mauricio, Gervasio, Pío, Susi, Frasca, Paquera o Paquitorra. También hemos convertido en
motes algunos que perfectamente podrían ser apellidos, es el caso de Gallardo, Calderón, Carballo, Maroto, Alcanta, Maura, Salido y Marañón. Citaría también en este apartado algunos gentilicios
extranjeros como El Alemán o El Americano, nacionales como El Maño o El Marteño, e incluso nombres de ciudades como Marchena, Turín y Melilla.
Como ocurría en los burgos de la Edad Media, en los que había
calles enteras conocidas por la profesión de sus moradores, también en la
Bobadilla el mote más fácil era el que surgía por la profesión o actividad del
individuo en cuestión, ya fuera ésta de tipo rústico como Cortijero, Porquero, Lechonero, Cabrerillo, Borreguero, Cortador, Arriero, Pavero, Sillero, Chocero, Minero o Peón Caminero; o incluso de tipo urbano
como serían los casos de Herrero, Herrador, Canastero, Hornero, Cantaor, Afilador, Tallero, Relojero, Albardonero, Modisto, Encalador, Municipal, Tratante, Practicante, Marchante, Taxista, Torero, Boticario o Curilla.
Resulta paradójico que la profesión aludida no siempre es la realizada por el
titular que la ostenta. También es curioso el hecho de que sólo un par de estas
profesiones aparezcan en femenino como ocurre con los casos de Tendera y Latonera. Aparte de profesiones, también podemos encontrar
gradaciones militares como Sargenta,
Comisaria, Vicaria o Cabito Rober.
Y para terminar este párrafo, vamos a incluir algunos que corresponden a
títulos nobiliarios como es el caso de Reyes,
Marqués y Princesa.
La naturaleza está presente en la vida de cualquier bobadillero que comienza a disfrutarla desde el mismo momento en que se
levanta, respirando ese aire purísimo
que nos envuelve y
contemplando la multitud de sinuosas lomas de olivos que terminan en ese telón
de fondo que forman los montes Ahíllos y Caracolera. No es de extrañar por
tanto que la mayor parte de nuestros motes se haya inspirado en ella: Nombres de animales, árboles,
frutas, verduras y algún que otro comestible. ¡Lean, lean! Está claro que no
somos puerto de mar, de ahí que solo tengamos a Boquerón como representante de la fauna marina; hay algunos
insectos más: El Chinche, El Mosca y El Hormiguito; bastantes más aves: Buitre, Pajarito, Zurito, Gansa y Polluela; y como
casi siempre, en estos casos, son los mamíferos los que se llevan la palma.
Así tenemos Ratón, Zorro, Chivo, Carnerillo, Lobito, Becerra, Leona y Gorila. Arboles
sólo tenemos dos: Uno es Carrasco y
el otro Chaparrete que aluden al
pino y a la encina respectívamente. Tampoco somos muy ricos en verduras pues
sólo contamos con Hortaliza, Cebolla y Calabaza; pero compensamos con otro tipo de comestibles, bien sean
de repostería: Bollo, Bollico, Panes, Picatoste, Levadura, Vinagre, Galletas y Chocolate; o de charcutería, como es el
caso de Chorizo y Morcilla.
Las partes del cuerpo humano no se prodigan mucho entre
nuestros motes si hacemos excepción de Orejita,
Espinazo o Pelicos. Pero, en
cambio, como ocurre en todos los pueblos, nos ensañamos con los defectos ajenos
creando motes que llevan implícita una cierta dosis de crueldad, es lo que
ocurre con Sordo, Sordillo, Malavista, Tuerto, Ciego
Catarro, Cojo Málaga, Manco, Chato, Narigón, Porretas, Berruga, Rabiche, Panzo, Morenillo, o Colorada. Aunque no sólo los defectos, sino que también los vicios
humanos, debilidades o características personales, pueden llegar a convertirse
en motes. Es lo que ocurre con Zocato, Borracho, Descalzo, Verdugo, Pingón, Garrafal, Consumista, Salado o Callandico.
Hasta el nombre de un objeto, puede llegar a convertirse en
ingenioso apodo. El bobadillero, llegados a este punto, tiene predilección por
los objetos de vestir: Refajete, Miriñaque, Pantalones, Braguetas, Albarquillas, Zapatones, Botines, Chaquetona, Dije, Remache o Cachimba; pero no por ello olvida
aquellos con los que nos acostamos
o que amueblan nuestro dormitorio: Colchas,
Sabanillas y Perchero; ni tampoco esos otros objetos varios que podemos encontrar
en cualquier otro lugar: Porrones, Paletas, Costalillos, Canales, Pilones, etc. Punto y aparte merecen
los objetos bélicos de los que tenemos muy buenos representantes: Cartucho, Trabuco, Revolver, Mochila y
Bomba.
Hay un grupo de motes que me ha sido imposible diseccionar o
agrupar, están cargados de sentido, tienen su significado, pero son tan
variopintos que es difícil encasillarlos.¿Qué me decís de El Pinche, Garabato, Pozancón, Vega, Lendreras, Pajote, Cerote, Carreras, Metrico, Monterica, Cobertera, Cuaresma, Intendencia, Tarzán, Malagón o Fagina. Pero donde la imaginación del bobadillero se desborda es en
la creación de motes sin sentido, ahí es donde el sentido del humor y la
imaginación se alían para conseguir las más altas cotas de ingenio. Se trata de
unos motes en los que pura y símplemente se han primado sus valores
onomatopéyicos o su sonoridad fonética. A este lote pertenecen algunos como Pierres, Bilortas, Ferrute, Chirinche, Caniles, Chambo, Taberre, Mirro, Chirri, Rizal, Choli, Nichi, Rempojo, Pirulo, Calamorro, Carraíla, Girrobles o Mangurrino. Y, por si el simple apodo no fuera suficiente, hemos
inventado lo que podríamos llamar el mote compuesto, es decir, el que tiene dos
o más palabras en su composición. No son muchos pero, desde luego, son muy graciosos:
Mal-año, Cabra-mocha, Mira-cielos,
Traga-roscas, Rabo-mulo, Campo-solo y Pajas-cañas; este último siempre me ha
sonado a novela de Blasco Ibáñez, tal vez por sus resonancias o similitudes
fonéticas con la espléndida obra de Cañas y Barro.
Queridos paisanos, esto se está acabando, pero guardo para el
final unos simpáticos juegos de palabras. Ya sabéis que Santiago es el santo
patrón de España y que venció a los moros en la batalla de Clavijo (actual
Rioja), pues bien entre nuestros motes hay un Santo, una España, un Mata-moros y un Clavijo, ¿No diréis que no es coincidencia?, aunque tampoco está
mal la que ocurre con Chominote, Chorrina y Follisque, ¡Vamos, que con los tres se puede montar todo un
espectáculo! Y es que nuestro pueblo es el pueblo de las paradojas, un pueblo
que ríe por no llorar, un pueblo lleno de contradicciones como las existentes entre La Fortuna y El Malfario, El Muerto y
El Vivillo.
Antonio M. Contreras
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