"Poco sabemos sobre cómo alcanzar la verdad, pero sí sabemos cómo caminar de un lugar a otro, por más arduo que sea el viaje. Esa es mi única aspiración en este viaje: caminar de un lugar a otro, no parar, porque parar es morir. Mi vida es como la de un pájaro parecido a la golondrina, que se llama vencejo y que tiene las patitas tan cortas que si se posa en el suelo no puede remontar el vuelo y muere. El vencejo se pasa la vida en un eterno viaje. Como yo, sólo que él va por el cielo y yo por el suelo; pero los dos condenados a un eterno peregrinaje. El se pasa la vida viajando por el cielo y no puede posarse, porque es volar o morir. Hasta aparearse lo hace volando. Si no vuela no podrá comer, ni respirar, porque él vive del aire y del alimento que el aire le proporciona, que son básicamente los mosquitos. Su boca abierta succiona aire y alimento y no podrá dejar de volar. Y sólo se posará en un risco o tejado alto para cumplir con su obligación de anidar y prolongar la especie, y eso sucede una vez al año. Pondrá sus huevos, alimentará a sus crías durante dos meses y tarea cumplida. Luego otra vez al cielo, a viajar alejado del suelo. Yo tampoco podré pararme en cualquier albergue del camino, porque esté cansado o me duelan los pies o el alma. Si quiero la meta, he de seguir caminando y no parar. Parar sería el final de mi camino sin haber llegado a nada. Así que a caminar Juan, a ver qué nos encontramos. En el camino está la verdad, la vida. En la parada no hay nada, amigo mío. No tienes ya ninguna razón para detenerte. Tú, al igual que el vencejo, ya has anidado, ya has criado a tus hijos, has cumplido con el deber de ir perpetuando la especie. Ahora el camino es tu vida."
Y con estos pensamientos revoltosos y confusos cociéndose en su cerebro se fueron acercando a la estación. El tren se paró y Juan se levantó del asiento. Todos los del compartimento se fueron despidiendo y le desearon felices sueños, silenciosos o compartidos y Feliz Camino. Todos fueron comprensivos con él, porque los viejos se duermen en cualquier parte y hay que ser educados y respetarles el merecido descanso. Y cada uno se fue por su lado hasta nunca más ver, pero se llevaron un agradable recuerdo de aquel viejo soñador.
Juan se sentó en un banco de la estación y mientras esperaba al autobús que le iba a llevar a Saint Jean Pied de Port, no pudo por menos de recordar a la persona que le había contado la vida de estos increíbles pájaros que se pasan el 80 por ciento de su vida en el aire. Esta persona le contó cómo ella recogía a algunos vencejos que caían al suelo y les ayudaba para salvarles de la muerte. Y es que los pobres tienen un grave problema cuando caen al suelo, sobre todo las crías. Mientras están en el nido la madre los alimenta y les hace engordar hasta que pesan incluso más que ella misma. Pero a los dos meses tienen que saltar del nido y nunca más volverán a él. Tendrán que buscarse la vida por sí mismos en otra parte del planeta, porque el nido ya no será su casa y su madre les soltará definitivamente de su protección. La madre si volverá año tras año al mismo nido con una precisión de GPS y allí criará otros polluelos.
Algunas veces estas crías no aciertan con el aleteo correcto o no están suficientemente fuertes y caen al suelo y ya sabemos que caer al suelo significa la muerte. Esta persona con ternura los recogía y alimentaba un tiempo hasta que estaban suficientemente fuertes para ´volver emprender una vida en Dios sabe que latitudes de la tierra.
Juan me encargó encarecidamente a mí , su portavoz, que le diera las gracias a esa persona en su nombre. Me dijo que fue gloria bendita oir el relato de su boca y que siempre se la imaginará teniendo en su mano una cría de vencejo y alimentándolo tiernamente, para darle una oportunidad de vivir y divisar la tierra casi entera desde las alturas, ya que son aves migratorias y realizan gigantescos viajes, buscando los mejores climas del globo terráqueo
Me dijo que ella le había inspirado este episodio de su Camino y que a ella le dedicaba estos pensamientos que me ha dejado para que se los transmita a ustedes, mis pacientes y sufridos lectores. Y este día se despidió diciéndome: “Amigo escribano, ten en gran aprecio a una persona así, porque no se encuentran muchas de éstas en el mundo y quien encuentra a una de ellas encuentra un tesoro Una persona que acuna y mima así a un pobre pájaro ha de tener un alma muy especial”. Y prosiguió: “No os voy a revelar su nombre, porque no sé si a ella le gustaría. Sólo os diré que, mientras me contaba esta tierna historia de los vencejos, su rostro lucía con una luz especial. Si un día, en vuestro peregrinaje os encontráis con ella, la reconoceréis fácilmente, porque os contará historias entrañables y su rostro resplandecerá otra vez, mientras el corazón se le seguirá saliendo por la boca”.
E.V. Calleja
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