Hubo una vez un jilguero, vivía en un rancho con una familia que le quería como a un miembro más, era la alegría de los niños, el jilguero se les posaba en el hombro, comía en las palmas de sus manos, pero aunque en esa casa se respiraba felicidad a raudales, el pajarito en el fondo no era feliz, el ansiaba ser libre y disfrutar de la plena libertad.
Un día ante un descuido de los niños, el jilguero se escapó, empezó a volar sin rumbo y cuando ya se encontraba exhausto, divisó un árbol a lo lejos en el cual descansar, siguió volando , sabía que si hacía un último esfuerzo, llegaría a alcanzarlo y esa sería su salvación, cuando al fin llegó respiró tranquilo. Había llegado a las ramas de un ombú, ahí descansó.
El pajarito vio que era un buen sitio para vivir, estaba rodeado de muchos árboles, se respiraba libertad por todos los lados. Le gustaba su nuevo hogar, se alimentaba de pequeños insectos que iban chocando en las ramas del árbol, y calmaba su sed con las gotas de rocío que se acumulaban en las ramas cuando iba anocheciendo.
Un día oyó un ruido el cual le alertó del posible peligro, un zorro estaba intentando alcanzarlo, el zorro era muy ágil, pero no podía acceder al hueco donde se resguardaba el jilguero; éste se había acurrucado en el hueco que había entre dos hojas del árbol, el ombú le estaba protegiendo, los dos habían hecho un buen equipo. El zorro no cejaba en su empeño, ya que llevaba días sin echarse nada a la boca y tenía que alimentar a sus cachorros; pero el jilguero sabía como protegerse del intruso y el zorro dejó por imposible a su posible presa, y tras descansar a la sombra del ombú, el zorro siguió su camino, esperando tener más suerte la próxima vez.
El jilguero vio alejarse al zorro, suspiró aliviado. Pasaba el tiempo y ahí seguía el pájaro, iba sorteando como podía los peligros que le seguían acechando ¡era un pajarito con suerte¡
Un día llegó un chico al pie del árbol, se sentó a la sombra de él, se quedó dormido y el pájaro lo observó con curiosidad y no se asustó, al contrario, iba bajando por las ramas y cuando se puso a la altura de su cabeza, el chico despertó y el pájaro volvió a remontar el vuelo hasta las ramas más altas; el chico después de haber descansado un rato más se marchó, al día siguiente volvió y al siguiente igual, ya que ese arbusto tan majestuoso y el propio entorno le inspiraban a la hora de escribir cartas de amor a su amada, en ese idílico paisaje escribió las cartas más bonitas y románticas que un hombre puede dedicar a la mujer que ama, siempre empezaba sus cartas con : Querida, queridísima....
Como de costumbre, el chico iba a diario, el jilguero se posaba en su hombro, era testigo de esas palabras tan dulces, el chico estaba tan absorto en lo que escribía que no se percataba de su presencia. Un día el pajarito le cantó, se hizo notar, el chico lo intentó coger y él se dejó coger, le inspiraba confianza, desde ese día cada día disfrutaban el uno del otro, bajo la sombra del ombú.
Un día el chico dejó de ir, el jilguero y el ombú esperaban con inquietud la vuelta de su amigo, pasaban los días... un buen día en la lejanía divisó el pájaro a una pareja que se acercaba, al llegar la pareja buscó al jilguero entre las ramas, el pajarito cuando vio que era su amigo se alegró muchísimo, se posó en su hombro y cuando se marchaban el pájaro ya no se separó de ellos. En el fondo sabía que le había llegado la hora de estar de nuevo con una familia, pues ya se encontraba mayor y no dudaría mucho.
En su marcha el pájaro se volvió y el árbol estaba cada vez más lejos, el árbol que le había dado cobijo, alimento y amistad ya apenas se divisaba y entonces el jilguero cantó ombú....., ombú........
M.C. Prieto
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