Es tiempo también de añorar aquellos gritos desesperados del gorrino en la mesa de matanza, así como las voces de los cazadores persiguiendo la liebre o banda de perdices. Contemplar el espectáculo de ver como los chopos se visten de oro y luego los desnuda el viento. Pasear sin más ruido que el que produce la hojarasca del carrascal y sin más compañía que la cesta para depositar en ella las setas que luego irán a la sartén de gachas.
Desde hace ya unos cuantos años el otoño en los pueblos hace que casi todo se vista de soledad, y ésta suele ir unida a la tristeza. Se fueron los veraneantes y los que quedan son cada vez más viejos y menos. Lo único que aumenta de un otoño a otro, son los vecinos del cementerio. Cementerio al que con pocos ánimos, llevan sus flores por los Santos esos pocos vecinos que van quedando.
David
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