ELENA HEVIA / BARCELONA
El Periódico. MARTES, 20 DE SEPTIEMBRE DEL 2016
Acompañado por el runrún de que 'Patria' (Tusquets) es la gran novela española del
año, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) llega a Barcelona después de
haber sido convenientemente mimado y cuidado en Euskadi por su madre, su ‘ama’,
que a los 91 años es la constatación de esa cualidad berroqueña de las mujeres
vascas. La novela, más de 600 páginas, entreteje las vidas de dos familias a
las que un atentado coloca a un lado y al otro de las certezas y las ideologías
y dibuja tres décadas de muerte, dolor y silencio al tiempo que se suceden
los atentados de ETA.
¿Podía haber abordado esta novela si no se
hubiera producido el anuncio del cese de las armas en Euskadi?Podía haber escrito otros libros pero no 'Patria', porque el cese me coloca
en una situación narrativa especial, la del escritor que tiene la sensación de
que algo atroz ha terminado y se encuentra en un momento propicio para evocar y
relatar, sabiendo que no va a haber durante su trabajo un nuevo atentado que
le obligue a recapacitar y a añadir matices sobre lo escrito. La materia
narrable parece quieta y se puede contemplar como un objeto.
En un determinado momento de la
obra hace un retrato esquinado de sí mismo en la figura de un escritor que
presenta un libro que perfectamente podría ser 'Patria'. ¿Por qué? La novela tiene diversos anclajes con la vida real. Se mencionan
atentados que sucedieron realmente y en un momento dado, sin nombrarme, me
introduzco, no protagonizando ningún hecho de la novela, sino observado como
escritor conferenciante por uno de los personajes, a quien no le gusta todo lo
que digo. Esa intervención pública se dio exactamente así.
¿Sirvió ese momento para pensar mientras
escribía cómo iba a ser recibida la obra en Euskadi? Como no es el primero que escribo sobre la violencia estaba más o menos
preparado para saber que el libro iba a tener una primera lectura de tipo
social o político. Espero que los lectores se animen a disfrutar la novela en
cuanto a construcción literaria.
Pero como material para el debate es
demasiado potente para que solo sea así. Tenía claro que no debía intervenir fuera del texto. Ahora estoy muy
opinante porque estoy promocionando el libro pero la tarea ya está terminada.
Quise que la novela fuera recibida sin prólogos, ni dedicatorias, apenas
un glosario final para aquellos que no conozcan la lengua vasca. Pero las
referencias se disparan sin que yo me haya dado cuenta. La foto de portada, por
ejemplo, que acepté cuando me la propuso la editorial, luce un paraguas
rojo; solo mucho después lo asocié al paraguas de ese color que llevaba el
periodista José Luis López de la Calle cuando lo mataron. Pero en fin, es
cierto que el libro no está interviniendo en las conciencias solo como un
entretenimiento o por su posible relieve literario, sino como un documento
humano.
Esa es la grandeza de la literatura
respecto al ensayo. La novela hace una radiografía de
un elenco de personajes con la que el lector tiene la posibilidad de acceder a
la vivencia íntima de la violencia y las condiciones sociales a los que han
tenido que vivir numerosos ciudadanos vascos. Si la novela está bien hecha, el
lector se preguntará: ¿Qué habría hecho yo si soy una madre de un hijo que ha
matado y está en la cárcel? Puede ver un mundo que le puede resultar cercano
desde otra mirada y cotejarla y por esa vía, llegar a emocionarse.
Como escritor ha querido dar una imagen
global de la sociedad vasca y aunque su comprensión está con las víctimas
también ha retratado a los victimarios con toda su densidad y contradicciones.
Uno de los etarras escribe a la mujer del Txato, víctima de la violencia para
decirle: "Yo no entré en ETA para ser malo". Y yo no he escrito 'Patria' para juzgar a nadie. No opero con
personajes que son meros recipientes de ideas. Quiero entender por qué un
muchacho que nace puro e inocente, se educa y crece en un entorno social
determinado, poco a poco junto con otros de su edad entra en una
organización armada y comete ciertos actos. Eso es también obligación mía. Colgarle
el sambenito e influir en el lector orientándole ideológicamente es el mejor
camino para una novela mala.
Los escritores suelen decir que se
identifican con todos sus personajes. ¿En un caso como éste ha operado también
ese reconocimiento, también con los criminales? Yo no me meto en la piel de nadie. Mis personajes son construcciones
literarias. Lo que sí es cierto es que hay personajes que me caen mejor porque
me permitían un mayor provecho literario. Esto a veces, claro está, puede
suceder con el malo de la película. Los villanos más complejos y perversos
suelen ser más provechosos que los que viven situaciones de equilibrio, porque
mueven a la acción.
El libro muestra la violencia física pero
sobre todo la violencia cotidiana, el miedo y el silencio al que se ha visto
abocada la sociedad vasca y que da como resultado una colección de soledades.
¿Ese es el tema? Hay una suma de sentimientos.
Pienso en el personaje que se cierra a la felicidad, el que exacerba su
sensación de culpa, en el personaje femenino que se monta un parapeto de
vitalidad y viajes para no ver el crimen puro y duro que tiene delante, el que
huye y renuncia a su vocación y a sus sueños. Pero pienso sobre todo en la idea
del perdón. Si me pregunta por el verdadero tema, la columna vertebral de la
novela, más que el miedo, sería el perdón, algo sobre lo que la clase política
no debería decir gran cosa porque es algo muy personal.
También es la historia de dos mujeres muy
fuertes, dos abejas reinas, que es fácil situar en el País Vasco en el que
tanto se habla de matriarcado. He conocido
tantas mujeres parecidas a Bittori y a Miren...
Empezando por su propia madre… Empezando por mi madre, sí, ella podría ser una de estas dos mujeres. Junto
a ellas, este hombre temeroso, tímido y trabajador, con poca capacidad de
palabra, también ha sido una presencia habitual en mi vida.
El libro conduce a una tímida lucecita
final de esperanza. ¿Eso es un deseo o la constatación de a dónde se ha llegado
en cinco años de paz? Fue lo primero que se me ocurrió.
Esa imagen final con las dos mujeres. La novela completa nació para dar
respuesta a ese encuentro porque empecé sin una trama determinada. Creo que ese
final obedece más bien al deseo, no quería acabar la novela de una forma
negativa, pero tampoco ser ingenuo.
¿Cree, como dice en la novela, que la
literatura vasca está poniendo ya en marcha la derrota de ETA? Bueno, eso es una metáfora, claro, pero se trata de lograr un tipo de
relato que rebata la falacia de relatos glorificadores del terrorismo.
¿Es porque la literatura vasca ha estado
más cerca de victimario que de la víctima? Ha habido de todo. La literatura es más lenta en levantar un relato que la
historiografía o el periodismo. Postulo que el escritor debe ponerse a la tarea
y si es contemporáneo de los hechos sucedidos su relato tendrá ciertas virtudes
de veracidad.
Pero hay muchos jóvenes escritores hartos
del asunto, con ganas de escapar al tema de la violencia al igual que hace uno
de sus personajes. Me parece interesante que existan
multitud de miradas. No es cierto que todos debamos contar lo mismo y en el
mismo tono. Hay versiones que me parecen reprobables, aquellas en las que el
agresor aparece como un héroe o en las que se espectaculariza el dolor de las
víctimas. Pero dejando esto de lado, cada cual tiene sus perspectivas. Yo nací
aproximadamente en los días en los que nació ETA, viví muy de cerca los
llamados años de plomo, en la transición, cuando ETA mató más que nunca.
¿Es por eso que dice en el libro dice,
refiriéndose a sí mismo, "yo estuve expuesto, como tantos otros chicos, a
la propaganda favorecedora del terrorismo"? Hay un atentado de ETA que me conmocionó especialmente, sin que eso
signifique que los anteriores no fueran terribles, fue el del senador Enrique
Casas en 1984.
¿Por qué? Porque vi cómo metían el ataúd en la Casa del Pueblo de un barrio de San
Sebastián y tuve por primera vez la sensación directa de la muerte, de cómo le
habían segado la vida a un hombre. Hasta entonces yo había visto fotos en los
periódicos, imágenes en la televisión, nada comparable a aquello.
Humanizó al muerto. Exacto. Ver la caja me llevó a pensar en los hijos, en la mujer, en que
aquellos hechos tenían una onda expansiva mucho mayor. Yo ya escribía poemas
pero me dije que algún día escribiría sobre esto. Preguntarme qué pasa al día
siguiente de que el muerto ocupe un lugar en los periódicos me hizo novelista.
Se suele hablar del silencio pero he descubierto que el más impresionante es el
de las madres, viudas de asesinados, que no saben si contar a sus hijos
pequeños lo que ha pasado o esperar más adelante para protegerlos y evitar que
crezcan con dolor.
Usted vive en Alemania donde se ha hecho un gran esfuerzo para elaborar el sentimiento de culpa de un pasado atroz. ¿Cree que en Euskadi están en la buena dirección a este respecto? A los alemanes les costó tiempo. La primera generación después de la segunda guerra mundial guardó silencio porque necesitaban ordenar sus vidas, trabajar y criar a sus hijos. La generación posterior se lo reprochó. Yo soy reacio a hablar de la sociedad vasca como un todo, porque no es homogénea, pero estos días se me ha acercado mucha gente a pedirme una firma. Me comentan sus reacciones de lectores y cada uno lo vive y lo expresa a su manera porque no todos son escritores. Pero es verdad, las cosas van bien encaminadas y la prueba es que yo he aportado una novela de la que se habla mucho en los medios de comunicación y esto hace que la gente escriba y reflexione. Hay que crear testimonio, materia recordable y si las personas tienen acceso a ella, los ciudadanos vuelven a posicionarse.