domingo, 28 de noviembre de 2021

Cuatro tomateras y un montón de gatos

 


Charo González
Le gustaba dar un paseo por esas calles solitarias al atardecer cuando la luz se tornaba anaranjada y el cielo se volvía de color rosa.

Fue en una de estas solitarias calles donde descubrió el pequeño huerto que se encontraba justo en el solar del antiguo edificio derruido que había sido el corazón de ese barrio; en él, pintores, cantautores, poetas, artistas del momento se habían brindado para hacer murales en las fachadas de las casitas bajas, amenizar las fiestas, protestar por las injusticias; corrían los años 70. José Duarte, Lucio Muñoz, Alcaín, Luis Pastor, Gabriel González, Paco Barón, Bey eran algunos de ellos.

Sí, era el barrio de Portugalete del cual en estos tiempos no queda ni rastro. Los lujosos chalets se han apropiado de las solitarias calles que antaño fascinaban con sus espléndidos murales en las encaladas fachadas.

El minúsculo huerto fue una sorpresa, un trocito de color en un espacio destartalado y ruinoso; a un ladito crecían alegres las acelgas, la dentada rúcula, el perejil, mínimas lechugas, cherrys… junto a unas primorosas anémonas multicolores. A la entrada lucía un cartelito que decía:

“Pasen y huelan”. Sin duda el autor era alguien con tanto encanto como el huerto.

Tanto le gustó que se animó a plantar cuatro tomateras que, a duras penas, tiraron para arriba –ya se sabe que estas son caprichosas y antojadizas–. Muchas tardes de abrasador sol y litros y litros de agua hicieron que echaran cuatro o cinco tomates, y que alguien espabilado arramblara con ellas justo en su punto de maduración.


Pero lo bueno de esos paseos es que conoció a un montón de gatos callejeros muertos de hambre y al adorable autor del huerto.

Y así fue como empezó a ponerles agua y comida. Comenzó a quererlos, a reconocerlos y… ellos a ella también. Los lazos invisibles del afecto mutuo se habían forjado.

Se fueron sucediendo más atardeceres anaranjados, dando paso a las tardes lluviosas del otoño. Ahora en el huerto lucían las plantas de invierno: la emperifollada coliflor, las misteriosas cebollas, los humildes repollos…

Un mal día se paseó por el solar la tremenda excavadora llevándose por delante las plantas de invierno y el trabajo hecho con entusiasmo; menos mal que pudo rescatar el encantador cartelito pintado en rosa de “Pasen y huelan”.

El montón de gatos fue también mermando; por suerte la “Protectora Felina” con sus jaulas-trampa fue recogiendo y llenando sus ya repletas estancias de gatos callejeros.

Las calles de aquel barrio estaban cada vez más tristes y vacías sin los coloridos murales, sin la alegría del huerto, sin gatos callejeando. Los atardeceres seguían siendo color naranja y ella los contemplaba ahora desde la ventana, mientras las rosadas nubes jugaban creando formas redondeadas con bigotes, que desde el cielo le hacían guiños y graciosas cabriolas..


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