El pasado 10 de noviembre tuvo lugar en el CEPA la tertulia literaria sobre la novela de B.P. Galdós Marianela (precedida de la película homónima protagonizada por Rocío Dúrcal y Alfredo Mayo). En este difícil año que poco a poco va extinguiéndose, hemos conmemorado el centenario de la muerte del prolífico autor canario, hijo adoptivo de Madrid, la ciudad que tan fielmente "fotografió" en tantas novelas. Os dejamos aquí dos bellos pasajes de esta tierna y a la vez dura historia ambientada en el norte de España:
PERDIDO
Parece
que estoy en un desierto... ¡qué soledad! Si yo creyera en brujas, pensaría que
mi destino me proporcionaba esta noche el honor de ser presentado a ellas...
¡Demonio!, ¿pero no hay gente en estos lugares?... Aún falta media hora para la
salida de la luna. ¡Ah!, bribona, tú tienes la culpa de mi extravío... Si al
menos pudiera conocer el sitio donde me encuentro... ¿Pero qué más da? (Al
decir esto, hizo un gesto propio del hombre esforzado que desprecia los
peligros). Golfín, tú que has dado la vuelta al mundo, ¿te acobardarás
ahora?... ¡Ah!, los aldeanos tenían razón: adelante, siempre adelante. La ley
universal de la locomoción no puede fallar en este momento.
Y
puesta denodadamente en ejecución aquella osada ley, recorrió un kilómetro,
siguiendo a capricho las veredas que le salían al paso y se cruzaban y se
quebraban en ángulos mil, cual si quisiesen engañarle y confundirle más. Por
grande que fuera su resolución e intrepidez, al fin tuvo que pararse. Las
veredas, que al principio subían, luego empezaron a bajar, enlazándose; y al
fin bajaron tanto, que nuestro viajero se halló en un talud, por el cual sólo
habría podido descender echándose a rodar.
-[…]
¿En dónde estás, querido Golfín? Esto parece un abismo. ¿Ves algo allá abajo?
Nada, absolutamente nada... pero el césped ha desaparecido, el terreno está
removido. Todo es aquí pedruscos y tierra sin vegetación, teñida por el óxido
de hierro... Sin duda estoy en las minas... pero ni alma viviente, ni chimeneas
humeantes, ni ruido, ni un tren que murmure a lo lejos, ni siquiera un perro
que ladre... ¿Qué haré?, hay por aquí una vereda que vuelve a subir. ¿La
seguiré? ¿Desandaré lo andado?... ¡Retroceder! ¡Qué absurdo! O yo dejo de ser
quien soy, o llegaré esta noche a las famosas minas de Socartes y abrazaré a mi
querido hermano. Adelante, siempre adelante.
[…]
-¿Va
usted al establecimiento? -preguntó el misterioso joven, permaneciendo inmóvil
y rígido, sin mirar al doctor, que ya estaba cerca.
-Sí,
señor; pero sin duda equivoqué el camino.
[…]
-Usted...
-murmuró.
-Soy
ciego, sí, señor -añadió el joven-; pero sin vista sé recorrer de un cabo a
otro las minas de Socartes. El palo que uso me impide tropezar, y Choto me
acompaña, cuando no lo hace la Nela, que es mi lazarillo. Conque sígame usted y
déjese llevar.
GUIADO
Choto
se metió por un agujero, como hurón que persigue al conejo, y le siguieron el
doctor y su guía, que tentaba con su palo el tortuoso, estrecho y lóbrego camino.
Nunca el sentido del tacto había tenido más delicadeza y finura, prolongándose
desde la epidermis humana hasta un pedazo de madera insensible. Avanzaron,
describiendo primero una curva, después ángulos y más ángulos, siempre entre
las dos paredes de tablones húmedos y medio podridos.
-¿Sabe
usted a lo que me parece esto? -dijo el doctor, conociendo que los símiles
agradaban a su guía-. Pues se me parece a los pensamientos del hombre perverso.
Parece que somos la intuición del malo, cuando penetra en su conciencia para
verse en toda su fealdad.
Creyó
Golfín que se había expresado en lenguaje poco inteligible para el ciego; mas
este le probó lo contrario, diciendo:
-Para
el que posee ese reino desconocido de la luz, estas galerías deben de ser
tristes; pero yo, que vivo en tinieblas, hallo aquí cierta conformidad de la
tierra con mi propio ser. Yo ando por aquí como usted por la calle más ancha.
Si no fuera porque unas veces es escaso el aire y otras la humedad excesiva,
preferiría estos lugares subterráneos a todos los demás lugares que conozco.
-Esto
es la idea de la meditación.
-Yo
siento en mi cerebro un paso, un agujero lo mismo que este por donde voy, y por
él corren mis ideas desarrollándose magníficamente.
Benito Pérez Galdós, Marianela
(1878)
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