El lenguaje | La sociedad de 1978 | La sexualidad. | La novela picaresca y la hipérbole | El final
El lenguaje. Eduardo Mendoza crea una novela sorprendente, donde un interno de un psiquiátrico, confidente de la policía, y ex-delincuente, nos habla de la aventura que vivió para desentrañar una serie de crímenes policiales en un lenguaje extraordinariamente elaborado, culto, ocurrente y plagado de inventiva verbal. ¿Por qué un lenguaje tan exquisito y sofisticado en un personaje tan bajo? Una de nuestras tertulianas opinó que estaba mal elegido, otra opinó que hay gente inculta que tiene tales dones.
El lenguaje de Mendoza tiene algo de un guiñol. Mendoza hace desfilar delante de nuestros ojos más y más personajes sacados de todas las esferas sociales. Pero todos hablan igual. Todos hablan con una cultura y un amor por la digresión que no consigue, y, sin duda, no quiere ocultar un hecho, que detrás de cada uno de ellos está la mano de un hombre, Mendoza que se lo está pasando como nunca en su vida poniendo más y más incisos para explicar cosas que no vienen a cuento y que el lector implora que no dejen de manar de esa fuente inagotable de imaginación que es la cabeza del escritor. El gran placer del libro es jugar a seguir el guiñol porque sabemos que no son los personajes los que hablan, sino que oímos, inconfundible, la voz del autor.
La sociedad de los 70. El libro está escrito en la España de la transición, y ese bullir de manifestaciones, de políticos y policías corruptos, de burgueses temerosos de los nuevos vientos, están en la novela. Bajo la voz de Mendoza, aparecen personajes que hablan de sus destinos. El dentista habla de la clases sociales. Y el policía de la secreta que conduce el taxi y va a votar a González son dos botones de muestra.
El dentista:
La sexualidad. La sexualidad del libro es parte de esa alegría exultante que expresa el lenguaje con toda su exuberancia irreprimible. Los tipos del libro se definen a veces en modos exacerbados y profundamente cómicos, tales como el jardinero morigerado o Mercedes Negrer que, a tenor de los tiempos de libertad parece sentirse obligada a contemporizar con las posturas más licenciosa pero al final no le queda más remedio que confesar que es una reprimida y aún no ha abandonado su virginidad.
El jardinero morigerado:
La novela picaresca. En la tertulia, María José apuntó la influencia Cervantina con un acierto notable. También es de señalar la deuda confesa de Mendoza con otro de nuestros géneros literarios más peninsulares, el de la novela picaresca. De un modo parecido al Buscón de Quevedo, o al Lazarillo de Tormes, hay en “El misterio de la cripta embrujada” un ejercicio de hiperbolización de la suciedad, la miseria moral y la bajeza que muchos se apresuran a identificar con el realismo pero que yo me resisto a creer como tal. Las miserias y exageraciones de los protagonistas de la novela picaresca de nuestro siglo de oro, tales como el hambre que pasaban son tan exageradas que si uno las lee con atención no puede admitirlas como biológicamente posibles. Y algo parecido ocurre con el detective improvisado que inventa Mendoza. Su hermana llena de despropósitos anatómicos, difícilmente habría sobrevivido la lactancia y la Barcelona de arrabal y barrios bajos es de tal suciedad que un suburbio de la región más desfavorecida de la India habría podido presumir delante de ella. Mi opinión es que Mendoza (y mi opinión es que también los autores de nuestra maravillosa picaresca) no observa, crea, y recrea con los ojos de la imaginación frondosa la hipérbole y el esperpento una degradación que sólo es posible en un libro y/o en los altos territorios de la comedia.
Descripción de Cándida, la hermana del protagonista:
Qué libro leoEl lenguaje. Eduardo Mendoza crea una novela sorprendente, donde un interno de un psiquiátrico, confidente de la policía, y ex-delincuente, nos habla de la aventura que vivió para desentrañar una serie de crímenes policiales en un lenguaje extraordinariamente elaborado, culto, ocurrente y plagado de inventiva verbal. ¿Por qué un lenguaje tan exquisito y sofisticado en un personaje tan bajo? Una de nuestras tertulianas opinó que estaba mal elegido, otra opinó que hay gente inculta que tiene tales dones.
El lenguaje de Mendoza tiene algo de un guiñol. Mendoza hace desfilar delante de nuestros ojos más y más personajes sacados de todas las esferas sociales. Pero todos hablan igual. Todos hablan con una cultura y un amor por la digresión que no consigue, y, sin duda, no quiere ocultar un hecho, que detrás de cada uno de ellos está la mano de un hombre, Mendoza que se lo está pasando como nunca en su vida poniendo más y más incisos para explicar cosas que no vienen a cuento y que el lector implora que no dejen de manar de esa fuente inagotable de imaginación que es la cabeza del escritor. El gran placer del libro es jugar a seguir el guiñol porque sabemos que no son los personajes los que hablan, sino que oímos, inconfundible, la voz del autor.
La sociedad de los 70. El libro está escrito en la España de la transición, y ese bullir de manifestaciones, de políticos y policías corruptos, de burgueses temerosos de los nuevos vientos, están en la novela. Bajo la voz de Mendoza, aparecen personajes que hablan de sus destinos. El dentista habla de la clases sociales. Y el policía de la secreta que conduce el taxi y va a votar a González son dos botones de muestra.
Me dijo que sí, apretó los dientes y salió disparada en pos del Seat. Yo paré un taxi, que ya antes había avizorado, y saltando dentro dije al taxista:
—Siga a esos dos coches. Soy de la secreta.
El taxista me mostró una chapa.
—Yo también —dijo—. ¿Qué rama?
—Estupefacientes —improvisé—. ¿Cómo va lo de los trienios?
—Mal, como de costumbre —dijo el falso taxista—. Veremos a ver ahora con las elecciones. Yo pienso votar a Felipe González, ¿y tú?
—A quien me digan los jefes —atajé para evitar unas confianzas que habrían acabado por ponerme en evidencia.
El dentista:
Pero, claro, usted no entiende lo que le estoy diciendo. Usted pone cara de a mí qué más me da. Usted, por su apariencia, pertenece a esa clase feliz a la que también se le da todo mascado. No tienen ustedes de qué preocuparse: ni mandan a sus hijos a la escuela ni los llevan al médico ni tienen que vestirlos ni darles de comer: los sueltan desnudos a la calle y allá te las compongas. Les da lo mismo tener uno que cuarenta. Visten de harapos, viven hacinados como bestias, no frecuentan espectáculos ni distinguen entre un solomillo y una rata chafada. Las crisis económicas no les afectan. Sin gastos que atender, pueden destinar todos sus ingresos a degradarse y, ¿quién les pide luego cuentas? Si el dinero no les basta, hacen huelga y esperan a que el Estado les saque las castañas del fuego. Se hacen viejos y, como no han sabido ahorrar un duro, se echan en brazos de la seguridad social. Y, mientras tanto, ¿quién permite el desarrollo?, ¿quién paga los impuestos?, ¿quién mantiene la casa en orden? ¿No lo sabe? ¡Nosotros, señor mío, los dentistas!
La sexualidad. La sexualidad del libro es parte de esa alegría exultante que expresa el lenguaje con toda su exuberancia irreprimible. Los tipos del libro se definen a veces en modos exacerbados y profundamente cómicos, tales como el jardinero morigerado o Mercedes Negrer que, a tenor de los tiempos de libertad parece sentirse obligada a contemporizar con las posturas más licenciosa pero al final no le queda más remedio que confesar que es una reprimida y aún no ha abandonado su virginidad.
El jardinero morigerado:
—Nunca hicimos uso del matrimonio, mi esposa y yo. A la antigua usanza. Hoy en día la gente se casa por hacer cochinadas. No, no debería decir eso: no juzguéis y no seréis juzgados. Y bien sabe Dios que a veces nos fue difícil resistir la tentación. imagínese usted: treinta años durmiendo juntos en ese camastro tan estrecho. El Altísimo nos dio fortaleza. Cuando las pasiones estaban a punto de vencernos, yo le pegaba a mi esposa con el cinturón y ella me daba a mí con la plancha en la cabeza.Mercedes Negrer:
Este vano intento de disimulo me confirmó la disparidad de criterios que a mi ver existe en punto a belleza entre los hombres y las mujeres, creyendo éstas que su atractivo radica en los ojos, los labios, el cabello y otros atributos ubicados al norte del gañote, en tanto que el género masculino, por así llamarlo, salvo que prono a desviaciones electivas, centra su interés en otras partes de la anatomía, con absoluto desdén de las ya mencionadas. Y, así, por más que Mercedes Negrer hubiera hecho lo que ella juzgaba más eficaz para pasar desapercibida, un simple atisbo de su incendiaria delantera me habría bastado para identificarla aunque mediaran entre nosotros leguas de distancia.
La novela picaresca. En la tertulia, María José apuntó la influencia Cervantina con un acierto notable. También es de señalar la deuda confesa de Mendoza con otro de nuestros géneros literarios más peninsulares, el de la novela picaresca. De un modo parecido al Buscón de Quevedo, o al Lazarillo de Tormes, hay en “El misterio de la cripta embrujada” un ejercicio de hiperbolización de la suciedad, la miseria moral y la bajeza que muchos se apresuran a identificar con el realismo pero que yo me resisto a creer como tal. Las miserias y exageraciones de los protagonistas de la novela picaresca de nuestro siglo de oro, tales como el hambre que pasaban son tan exageradas que si uno las lee con atención no puede admitirlas como biológicamente posibles. Y algo parecido ocurre con el detective improvisado que inventa Mendoza. Su hermana llena de despropósitos anatómicos, difícilmente habría sobrevivido la lactancia y la Barcelona de arrabal y barrios bajos es de tal suciedad que un suburbio de la región más desfavorecida de la India habría podido presumir delante de ella. Mi opinión es que Mendoza (y mi opinión es que también los autores de nuestra maravillosa picaresca) no observa, crea, y recrea con los ojos de la imaginación frondosa la hipérbole y el esperpento una degradación que sólo es posible en un libro y/o en los altos territorios de la comedia.
Descripción de Cándida, la hermana del protagonista:
De su cuerpo ni que hablar tiene: siempre se había resentido de un parto, el que la trajo al mundo, precipitado y chapucero, acaecido en la trastienda de la ferretería donde mi madre trataba desesperadamente de abortarla y de resultas del cual le había salido el cuerpo trapezoidal, desmedido en relación con las patas, cortas y arqueadas, lo que le daba un cierto aire de enano crecido, como bien la definió, con insensibilidad de artista, el fotógrafo que se negó a retratarla el día de su primera comunión so pretexto de que desacreditaría su lente.
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Paloma Gómez Crespo30 años después
Cadena Ser.
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