El domingo 15 de marzo regresaba de Segovia, donde había
pasado el fin de semana, como suelo hacer. ¡Quién nos iba a decir que íbamos a
vivir esta experiencia! ¡Perdimos nuestra libertad, lo más preciado, y a día de
hoy todavía no la hemos recuperado! ¡Quién sabe cuándo!
Desde entonces se acabaron las reuniones familiares y de
amigos, con la preocupación de que alguien cercano enfermara, aterrorizados por
las cifras de enfermos y fallecidos. Seguro que todos tenemos personas cercanas
que lo han vivido. Hemos tenido que cambiar temporalmente nuestro estilo de
vida y vivir en aislamiento. Esto hace que muchas personas nos sintamos
inquietas, deprimidas, con insomnio y muchísimo miedo a salir para ir, por
ejemplo, al supermercado, y ver a tantas personas esperando para entrar. Tanto
es así, que el primer día no esperé; regresé a casa, tropecé, y me caí. Una
persona me ayudó a levantarme y me vi con heridas en manos, rodillas, codos...
Es una gravísima situación, tanto sanitaria como económica,
la que estamos viviendo, aunque parece que esto empieza a cambiar… Pero el
escenario ha sido apocalíptico, con un miedo caótico a contagiarnos, sobre todo
los primeros días. ¡Qué sufrimiento el de aquellas familias que han perdido a
sus seres queridos sin posibilidad de poder acompañarlos en esos momentos tan
difíciles!
Si algo hemos aprendido, es el valor de lo pequeño.
Me uno al dolor de sus familias.
Descansen en Paz.
Ana María López
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