—Jolines, ya está mamá otra vez con la musiquita —le dice Héctor a su hermano.
—¿De dónde habrá salido eso… tan horroroso?
—Pues igual que todos los días —le contesta Iván—. Oye, ¿te has fijado que ahora parece que nos dan muchos besos, parece que nos quieren más?
Pepita entra en la habitación y les dice:
—Venga niños, arriba, a levantarse que ya son las ocho y media.
—Mami, ¿qué es eso que suena y que es tan feísimo? —le pregunta Héctor.
—Es una música maravillosa —le contesta la madre—. La llaman la Ópera Chica y se llama Zarzuela, es nuestra música y es preciosa, debéis y tenéis que conocerla, porque, aunque sois pequeños, poquito a poquito os iréis acostumbrando a ella. Valoradla y algún día me lo agradeceréis.
—¿Y esto tiene que ser todas las mañanas?
—¡Pues vaya una forma de despertarnos! ¡Esto no es justo! —contesta Iván.
—A ti te gusta porque eres vieja, y nos quieres fastidiar el día —le contesta Héctor. Pepita hace que no los oye.
—Venga niños, venid al balcón que hoy hace un día precioso y veréis lo bonita y lo limpia que está la mañana hoy. Hacía mucho que no la veíamos con esa claridad —les anima su madre—. Hay que empezar el día dándole las gracias a Dios y pidiendo un deseo: que se muera pronto el “bichito”.
—Ya… —contesta Héctor—, y también cuando llegue la tarde.
—Como todos los días —replica Iván—, que sí… que tenemos que salir al balcón a aplaudir también por esas personas tan buenas, que se están sacrificando tanto, curando a todos esos enfermos que están tan malitos.
Así comienza una de las muchas mañanas. Los niños se dirigen al aseo y, a continuación, entre codazos y zancadillas, se encaminan a la cocina para ver quién de los dos se toma el trozo de bizcocho más grande; para continuar luego, como hace ya un tiempo, la misión de todas las mañanas. Pepita les apremia para que hagan las tareas del “cole”.
—Venga, que papá y yo también tenemos deberes que hacer, igual que vosotros.
Héctor e Iván no replican y se dirigen a su dormitorio, pero van comentando:
—No contábamos con esto ¿eh…? Nos han engañado un montón —le dice Héctor a su hermano.
—¿Te acuerdas del día que nos dijeron que no íbamos a volver al “cole”? Lo contentos que nos pusimos, porque nos iban a dar vacaciones. Y sí, sí… Nos están mandando más deberes que antes, estamos madrugando igual. ¡Vaya fastidio! Por lo menos allí teníamos el recreo.
La madre los oye y calla. Luego le comenta a su marido:
—Qué buenos son nuestros niños y cómo lo están llevando de bien; les hemos contado mitad verdad y mitad mentira.
Ya en el almuerzo, cuando están todos juntos, el papá les pregunta:
—¿Cómo lleváis la mañana, chavales? Que me ha dicho un pajarito que os ha oído quejaros...
—No… lo que pasa es que preferiríamos estar en el “cole” —contesta Héctor.
—¿Y eso? ¿Por qué? —pregunta el padre.
—Pues… Es que Diego me ha engañao con los cromos, el último día en el recreo, y se la tengo jurada, estoy deseando ir, porque ese se va a enterar...
—¿Solo por eso?
—Eso es una bobada, hijo, porque en este momento nos ha surgido un problema muy importante y hay que saber esperar, llegará el día en el que lo puedas resolver. Veréis, os voy a aclarar algo: una niña llamada Greta, algo mayor que vosotros, se ha dedicado a recorrer muchos países, avisándonos a los adultos, igual que muchos expertos también y jóvenes ecologistas, nos advirtieron que estábamos estropeando el planeta. No les hicimos caso y seguimos actuando igual, las mismas barbaridades, estropeando la Tierra, nos amenazaron con “tsunamis” en diferentes países, para escarmentarnos. Y como no rectificamos, el planeta nos ha enviado a este “bichito” que se nos ha colado por todo el mundo. Ha venido a castigarnos. El mundo se había convertido en muy materialista, solo nos importaban las cosas, no las personas, nos estábamos deshumanizando, y solo valorábamos lo que nos podía proporcionar el dinero. Nos faltaba humanidad, olvidando el contacto con las personas; nos mirábamos únicamente nuestro ombligo, y cuando el mundo salga de este confinamiento al que nos tienen sometidos, del que vamos a salir, descubriremos a las personas, que nos habrán dado una lección muy importante. Necesitamos muy poquito para ser felices. ¡Que no somos nada! ¡Que todos somos necesarios, y que nos necesitamos los unos a los otros! Pero, sabéis, lo peor, lo más triste, es que hemos defraudado a nuestros mayores, porque se nos ha quedado en el camino toda una generación. A nuestros abuelos y abuelas les debemos mucho, les tenemos que agradecer que trabajaran y se sacrificaran tanto, para que nosotros vivamos como lo estamos haciendo, y para que a vosotros no os falte de nada. Pero cuando este confinamiento se termine, ya nos encargaremos tu madre y yo de recordároslo.
Amelia González Luengo
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